jueves, 25 abril 2024

Emil Votoček: música y azúcares

Al azar

En principio, podría decirse que la química no tiene que ver demasiado con la música, como no sea en aspectos materiales concretos. Por ejemplo, el químico húngaro Joseph Nagyvary cree que el secreto del sonido extraordinario de los violines Stradivarius radica en la acción de los productos químicos que los luthiers añadían a la madera para conservarla. Pero, aparte de eso, a veces existe un nexo directo obvio, aunque accidental, entre química y música: el que establecen aquellas personas que han tenido ambos oficios o vocaciones. Comenzamos hoy una serie dedicada a los químicos compositores hablando del checo Emil Votoček (ahora hace exactamente 62 años que murió). Nuestra fuente principal es el extraordinario artículo sobre este personaje escrito por George B. Kauffman, František Jursík y Ian D. Rae en el Journal of Chemical Education (vol. 76, nº 4, abril 1999) bajo el título “Emil Votoček (1872–1950): A Tribute to the Czech Chemist-Composer-Lexicographer”.

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Dicen quienes conocieron al químico y compositor musical Emil Votoček (5/10/1872 – 10/11/1950) que era una persona brillante, sociable y con una amplia formación. Disfrutaba enormemente de la buena compañía, la comida y el vino; solía ser el alma de las fiestas. En 1944, cuando ya tenía 72 años, asistió a un congreso cerca de Normandía y se empeñó en conocer todos los sitios del Desembarco, accediendo a lugares muy difícil incluso para los jóvenes. Esa misma noche se fue a bailar al casino.

También era hipocondríaco. Cuentan que un día se retiró a su habitación porque, según decía, sufría un lumbago que le impedía moverse. Pero le bastó oír la voz de un amigo que fue a visitarlo para que se le pasaran todos los dolores y pidiera coñac para el samaritano…¡y doble para él!

image_thumb.pngDocente

Fue durante mucho tiempo profesor de la Facultad de Química en la Universidad Técnica Checa. Como tal, gozó de gran respeto e influencia, llegando a ser rector de esta institución. En su trabajo docente era estricto, enérgico y tenaz. Por supuesto, siempre acompañaba sus explicaciones teóricas con experimentos (sabio proceder absurdamente perdido en nuestras facultades de química actuales).

A veces su fuerte personalidad se traducía en impulsividad, irritabilidad e incluso irascibilidad. En una ocasión lanzó un libro a un colega que se estaba mofando bienintencionadamente de él, impactando el proyectil contra otro profesor que en ese momento abría la puerta. Antes de los exámenes advertía a sus alumnos que si no esperaban sacar buenas notas mejor se retiraran. Una vez persiguió por los pasillos de la Facultad a un estudiante que había ido a examinarse muy mal preparado, arrojándole su expediente académico a la cabeza.

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Su laboratorio era denominado “la Isla del Diablo” porque las condiciones de trabajo eran muy precarias, ya que el lugar no contaba con campana extractora, pareciendo más el taller medieval de un alquimista que otra cosa. Para purificar la atmósfera Votoček solía liberar de vez en cuando algo de oxígeno de una bala de este gas comprimido. Los estudiantes temían las visitas del profesor al laboratorio, ya que inspeccionaba absolutamente todo, especialmente los instrumentos, y montaba en cólera si comprobaba que algún material no se estaba empleando adecuadamente. Los estudiantes llegaron a derramar bromo para que Votoček no entrara en el laboratorio, ya que respirar esta sustancia agravaba su bronquitis.

En su laboratorio se trabajaba intensamente, incluso de noche, si bien aquel insigne profesor alentaba a sus estudiantes a hacer recesos para tomar té y galletitas de mantequilla; eso sí, con la condición de que aprovechasen estas pausas para discutir problemas relacionados con la investigación. Una peculiaridad de Votoček conectada con su amor a la música (faceta de la que luego hablaremos) es que permitía (y aleccionaba) a sus alumnos que cantaran en el laboratorio mientras trabajaban. Una vez se unió a ellos e interpretaron todos juntos un aria de la ópera Dálibor, del compositor checo Bedřich Smetana.

Su carácter tan exigente como profesor y director de laboratorio dio sus frutos. Entre otros alumnos brillantes suyos que desempeñaron papeles importantes en la química checa y mundial se encuentran Otto Wichterle, inventor de las lentes de contacto basadas en hidrogeles, y Vladimir Prelog, premio Nobel de Química en 1975. (El mismo Votoček fue propuesto para este galardón en 1933, pero ese año no lo dieron…)

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Votoček enseñó química orgánica e inorgánica y escribió libros de textos de ambas disciplinas que han estudiado varias generaciones de químicos checos. Introdujo una nueva clasificación de los compuestos orgánicos que fue adoptada por el Nobel de Química de 1937 Paul Karrer en un conocido manual que escribió.

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Investigador

La vocación química de Emil Votoček le nació pronto. Su formación la realizó principalmente en la Universidad Técnica Checa, donde tuvo como profesor a un discípulo de Kekulé, Wurtz y Friedel. También bebió del saber de Emilio Noelting, experto en colorantes, y, en Gotinga, de Bernhard Tollens, especialista en azúcares y creador del reactivo que lleva su nombre y que permite distinguir los aldehídos de las cetonas.

Estos primeros maestros influyeron decisivamente en la orientación del trabajo investigador de Votoček. En el campo de los pigmentos se dedicó sobre todo a los del grupo del trifenilmetano; en el de los sacáridos, a las metilpentosas, aproximándose muy especialmente a estos compuestos desde el punto de vista de la fitoquímica, ya que aisló azúcares de plantas y productos naturales. También dedicó mucha atención a la fucosa (6-desoxi-L-galactosa), la ramnosa y la rodeosa, así como a derivados de todas ellas (incluido el furano). Introdujo el método de oxidación con óxido nitroso en la química de los sacáridos. La síntesis de nuevas hidrazinas fue un logro paralelo.

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En general, su labor fue útil tanto en Química Orgánica como InorgánicaAnalítica. Destacan en este último campo su propuesta de aplicación del carbazol como reactivo analítico; el reactivo de Votoček para determinar sulfito en presencia de tiosulfato y tionato y el uso de nitroprusiato sódico como indicador en valoraciones mercurimétricas de halógenos.

Escribió más de 300 artículos y recibió varios 6 doctorados honorarios. Fue miembro de varias sociedades de química, entre otras la española. Desde abril de 1934 fue corresponsal extranjero de la Academia Española de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales, entidad que por aquella época presidían el gran físico Blas Cabrera y el no menos insigne ingeniero Leonardo Torres Quevedo. Votoček (que hablaba muy bien español, como enseguida diremos) vino a España para agradecer su nombramiento como corresponsal y lo hizo en su nombre y el de otros, como Søren  Sørensen (que fue quien introdujo el concepto de pH). Votoček ya había estado antes en España, concretamente en 1928, para asistir como representante de la Sociedad Química Checa a los actos del 25º aniversario de la Sociedad Española de Física y Química.

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Editor, traductor y lexicógrafo

Votoček tenía capacidades polifacéticas. Además de la química (como docente y como investigador) y la música, le interesaron extraordinariamente la lingüística y la lexicografía (tanto científica como general),  debiéndosele la acuñación de un término estereoquímico muy usado: epímero. También sugirió algunos nombres de azúcares y propuso los nuevos principios de la nomenclatura química checa que esencialmente son los que se usan hoy día en aquel país. Fue miembro durante muchos años de la Comisión de Nomenclatura de Química Orgánica de la IUPAC.

En 1929 Votoček fundó, junto a Jaroslav Heyrovský (Nobel de Química en 1959 por su descubrimiento de la polarografía), la revista Colección de comunicaciones químicas de Checoslovaquia, escrita en inglés y francés, idiomas a los que los editores trasladaban los artículos originales.

Porque Votoček fue un gran traductor y políglota. Hablando, además de su lengua materna, polaco, sebocroata, francés (esta lengua especialmente bien), italiano, español, alemán, inglés… Una vez, en un congreso en Italia, los científicos italianos propusieron que el idioma oficial fuese el de su país mientras los españoles querían que fuera el suyo alegando que lo hablaba más gente en el mundo. Votoček solucionó el problema actuando de traductor y trasladando también lo que se hablaba al francés, idioma muy en boga entonces en la comunidad científica.

Todas estas habilidades le permitieron compaginar la química con la lexicografía. En este campo cabe mencionar sus diccionarios químico-técnicos alemán-checo y francés-checo; un diccionario terminológico y fraseológico checo-francés para la química, la física y ciencias relacionadas (con 50.000 términos de química inorgánica, analítica y fisicoquímica, además de fisiología, geometría, mineralogía y cristalografía); otro semejante polaco-checo para matemáticas, física, geometría y mineralogía; un diccionario químico checo-alemán-francés-inglés-latín; otro que incluía, además de estas cinco lenguas, el italiano…

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Compositor

Hemos dejado para el final la otra faceta (además de la química) por la que hemos traído aquí a este científico checo: la música. Votoček bebió de la cultura y tradición musical de su ciudad, Praga, y gracias a su talento natural fuera de lo común fue capaz de cultivar esta bella arte, estudiarla y crearla con muy poca ayuda.

Desde la infancia tocaba instrumentos en su casa, especialmente el contrabajo, cuya ejecución aprendió solo. Más tarde perteneció a una asociación orquestal donde ejercía de contrabajista.

No puede decirse que como compositor estuviera a la altura de los grades músicos checos (Antonín Dvořák, Bedřich Smetana, Leoš Janáček o Bohuslav Martinů), pero hay que comprender que solo podía dedicarse a la música en sus escasos ratos libres. De hecho, hasta los 31 años no compuso sus primeras obras (en 1903). Después vivió un largo periodo de silencio musical (con una excepción en 1917) que coincidió con sus grandes realizaciones en el terreno de la química.

image_thumb.pngPero, sorprendentemente, cuando ya tenía una edad (63 años) en que la capacidad creativa suele agostarse, este hombre de energía asombrosa dejó el laboratorio y volvió al Conservatorio, poniéndose a componer desaforadamente. Produjo unas 70 piezas entre 1935 y 1950, año en que murió habiendo cumplido los 78. Dejó  obras orquestales, música de cámara, sonatas para piano, canciones…

Lamentablemente no podemos traer aquí ningún ejemplo de la música de Votoček porque aunque la gran mayoría de sus composiciones han sido interpretadas públicamente o difundidas por radio y televisión (concretamente 29 canciones y otras 27 composiciones), no existen (que sepamos) grabaciones oficiales. Además, pocas obras están publicadas, permaneciendo la mayoría en manuscrito.

Los especialistas destacan estas piezas (alguna de las cuales esperamos poder traer aquí algún día)::

  • Thema con variazioni para piano y soprano (1934)
  • Trío para violín, violonchelo y piano (1938)
  • Quinteto para clarinete, corno inglés, dos violonchelos y arpa (1939).
  • Suite para violín y piano (1936, publicada en 1944)
  • Tres ballatine para viola de arco y piano (1940, publicada en 1945)
  • Serenata corno francés y quinteto de cuerdas (1943)
  • Polka checa (1944)
  • Rapsodia orquestal Del amanecer al crepúsculo de la vida (1945)
  • Cuento de hadas de mayo para noneto y arpa (1949)
  • Fantasía para viola y piano (1943)

image_thumb.pngEn 1932, con motivo de su 60º cumpleaños, los editores de la revista que él fundó (Colección de Comunicaciones Químicas Checas) le regalaron la publicación en dicha revista de una de sus obras.

Entre todas parece que destaca el Trío para violín, violonchelo y piano, compuesto en cuatro movimientos. Los expertos aprecian en esta obra alguna influencias de Dvořák y Janáček.

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Referencias:

  • George B. Kauffman, František Jursík y Ian D. Rae: Emil Votoček (1872–1950): A Tribute to the Czech Chemist-Composer-Lexicographer, J. Chem. Ed., 76 (4, abril 1999), 511-9.
  • www.jergym.hiedu.cz

JMG

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