viernes, 19 diciembre 2025

El trabajito que le costó a José de Rojas su titulación universitaria en 1781

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En 1793 el ubriqueño Juan Vegazo plantó una viña en unos terrenos de la sierra de Benalfiz de Ubrique para, aprovechando que tendría que hacer hoyos, cavas y labores, «poder descubrir lo que debajo de tierra pudiera haber». Según manifestó él mismo en un documento (los «Papeles de Vegazo«), actuó «movido de curiosidad, por verse allí algunos vestigios de obras antiguas que en parte se descubrían». Y efectivamente, descubrió importantes estructuras y piezas arqueológicas que pertenecían a la ciudad tarteso-púnico-romana de Ocur.

Entre estas piezas figuraban dos lápidas con inscripciones dedicadas a sendos emperadores romanos. En los «Papeles de Vegazo» se incluyen unas «Observaciones» que alguien llamado José de Rojas, «Catedrático que fue de Escriptura en la Universidad de Sevilla», hizo sobre la transcripción de las inscripciones.

En su obra Historia de la Villa de Ubrique, Fray Sebastián de Ubrique, que conoció de primera mano los «Papeles de Vegazo», dice:

Desde las excavaciones de 1794, en que se descubrieron, D. Juan Vegazo las copió [las inscripciones], llevado de su afición, y las mandó a D. José de Rojas, Catedrático que fue de la Universidad de Sevilla. Este hizo observaciones muy juiciosas…

Efectivamente, las observaciones que hizo el catedrático fueron muy acertadas. No solo detectó errores en las transcripciones, sino un anacronismo en la leyenda de una de las lápidas.

Me interesé hace años por la figura de José de Rojas, pero nunca conseguí localizarlo en documentos históricos. Finalmente he descubierto a un Josef Andrés de Roxas que es con toda probabilidad la persona a la que Vegazo pidió que estudiara las transcripciones de las lápidas. Apuesto por él por tres razones: vivió en la misma época que Vegazo, se graduó de Maestro en Filosofía en la Universidad de Sevilla y… ¡era de Ubrique! Supongo que Juan Vegazo sabría que un paisano suyo tenía formación académica suficiente para analizar las inscripciones y, ya que era de Ubrique, era la persona idónea para pedirle que lo hiciera.


Los estudios de Artes o Filosofía a finales del siglo XVIII

(Sello de la U. de Sevilla Alma mater hispalense)

En aquella ápoca, los estudios de Artes no consistían en lo que ahora entendemos por «arte» o «bellas artes» (pintura, escultura…). En Sevilla se impartían en la Facultad de Artes o Filosofía, nombres que un plan de estudios que elaboró Pablo de Olavide en 1768 propuso cambiar por «Física», sin que tampoco esa denominación tenga exactamente el significado actual.

En Sevilla

Física particular del P. Fortunato de Brescia

Según el plan de Olavide, en un primer curso de Artes/Filosofía/Física se estudiaría Lógica (por el libro del P. Fortunato de Brescia), Aritmética (raíces cuadradas y cúbicas), Geometría (líneas, superficies y sólidos), Álgebra (fracciones), «con un poco de Trigonometría rectilínea, teórica y práctica, y a lo menos, noticia de las principales curvas o secciones cónicas». En el segundo año se profundizaría en Geometría y Trigonometría y se abordaba la primera parte de la Física general del mencionado Brescia. En tercero se completaba el estudio de la Física general y se comenzaba la Física particular. En cuarto se terminaba esta y se estudiaba la Metafísica del P. Fortunato. Así se completaba el «Curso de Filosofía» de la Universidad de Sevilla. El plan pretendía «desterrar los abusos y futilidades del frívolo Escolasticismo» e «introducir y extender el buen gusto y utilidad de los sólidos conocimientos y Ciencias prácticas».

En Salamanca

En la Universidad de Salamanca, un Plan general de estudios de 1771 establecía que los estudios de Artes eran «el paso o escalón que primero deben pisar los que quisieren pasar a facultad mayor» (Jurisprudencia, Medicina, Teología). «Bajo de [sus] vastos términos están comprendidas todas las Artes liberales y mecánicas, las Matemáticas, Aritmética, Música y las partes todas que concierne la Física Natural».

Se cursaban tres años. En el primero se estudiaban «Súmulas y Lógica, que comprende los Analíticos, los Priores y Posteriores y las Categorías de Aristóteles», que se consideraban «como primeros elementos para la más fácil y pronta adquisición de las Ciencias» y «principios que deben preceder en cualquiera que intente saber las difíciles cuestiones del Derecho, las sublimes de la Sagrada Teología».

En segundo curso «se enseñan los ocho libros de los Físicos de Aristóteles, en que se explican los principios del Ente, sus causas y constitución, se trata del movimiento y todas sus propriedades, del lugar que ocupan los cuerpos, del tiempo, del continuo, del vacío y de todo lo que estas partes exigen para su perfecta enodación [esclarecimiento]». Y el tercer curso «se gastaba en explicar los Metafísicos de Aristóteles, con algunos libros de Ánima».

Los redactores del plan de Salamanca declaraban firmemente que:

no nos podemos apartar del sistema del Peripato (…) porque, dejando aparte los filósofos antiguos, entre los que el que merece no pequeña estimación es Platón, cuyos principios no se han adaptado bien con el común sentir y para el uso de la Escuela, los de los modernos Filósofos no son a propósito para conseguir los fines que se intentan por medio de este estudio, como v. g. los de Neuton [Newton], que si bien disponen al sujeto para ser un perfecto matemático, nada enseñan para que sea un buen lógico y metafísico; los de Gasendo [Gassendi] y Cartesio [Descartes] no simbolizan tanto con las verdades reveladas, como las de Aristóteles.

Es decir, los rancios «pedagogos» que crearon el plan educativo de 1771 desdeñaron los enormes avances de Newton y Descartes porque «no vemos en sus sistemas que se establezca método que descubra mayores utilidades y adelantamientos en las Ciencias». Estos cráneos privilegiados no consideraban que los Principia Mathematica que había publicado Newton hacía casi un siglo y que contenían avances tan impresionantes como la ley de la gravitación universal o las tres leyes del movimiento, bases de la mecánica clásica, supusieran «mayores utilidades y adelantamientos en las Ciencias». Preferían que se siguiera atocinando a los estudiantes por el sutil procedimiento de embutir en sus seseras vaguedades tan estériles (desde el punto de vista de la ciencia positiva) como esta de los Meteorológicos de Aristóteles:

Sostenemos que el fuego, el aire, el agua y la tierra se engendran recíprocamente y que cada uno se halla en potencia en cada uno de ellos, como (ocurre) también con las demás cosas en las que subyace algo único e idéntico en lo que vienen a resolverse en último término.

¿Y por qué preferían a Aristóteles en vez de a Newton? Creo que porque en Aristóteles encontraban mucha «ciencia» especulativa que no conducía a nada pero era fácil de memorizar para presumir de erudición. Mucho más duro era clavar los codos para tratar de entender, por ejemplo, el significado del cálculo diferencial e integral que había introducido Newton en obras como el De Analysi per Æquationes Numero Terminorum Infinitas (o el de Leibniz, que era bastante más asequible).

Newton introdujo unas matemáticas avanzadas para la mecánica, proporcionó herramientas para predecir fenómenos físicos con gran precisión, como las órbitas planetarias, los movimientos de mareas, la precesión de los equinoccios… Demostró que el universo se comporta de manera regular y predecible según leyes matemáticas; integró conocimientos previos de Galileo, Kepler y Descartes en un marco teórico único y coherente; en resumen, marcó el inicio de la física moderna. Pero quienes produjeron los planes de estudio de «Artes» de la época no veían que el sistema de Newton supusiera «mayores utilidades y adelantamientos en las Ciencia». Prefirieron vivir en la comodidad de su ignorancia a aceptar las innovaciones y a trabajar para asimilarlas, que eso siempre es lo más duro. Consiguieron que la mayoría de los estudiantes salieran de la Universidad con birretes y grandes coronas de laurel que ocultaban las orejas de burro. Y condenaron a la ciencia española a estar a la cola de Europa.

El tiempo ha puesto en su sitio la «ciencia» (peri)patética de Aristóteles (no hablo de su filosofía, sino de su «ciencia») y la de Newton, la que aquellos irresponsables «pedagogos» creadores de los planes de estudio del XVIII desdeñaron simplemente porque no la entendían. Desde luego, para alumnos que solo aspiran a obtener buenas calificaciones, no a saber, no hay mayor suerte que tener un profesor que no sabe de la materia. Por su inseguridad, este tipo de profesores siempre explicarán conceptos sencillos y tenderá a poner notas altas en los exámenes, ya que no pueden arriesgarse a meterse en terrenos abstrusos porque podrían ser dejados en evidencia por sus alumnos más brillantes. Aquellos «pedagogos» del XVIII (y sus herederos del XIX, porque las malas actitudes tienen efecto dominó) eran de este tipo de profesores: sabían muy poco. Y, por no querer aprender, hurtaron a los estudiantes que podían ser genios en potencia los más avanzados conocimientos de aquellos tiempos. Por ello, no es de extrañar que España sea una de las naciones europeas que menos científicos ha dado al mundo. En cambio, ha sido la que más ha sabido sobre cuestiones vitales tan esenciales como todo lo relativo al sexo de los ángeles.


Dos expedientes de José de Rojas

Volvamos a nuestro personaje. José de Rojas obtuvo en la Universidad de Sevilla los títulos de Bachiller en Artes, Licenciado en Artes y Maestro en Filosofía. Es lo que se desprende de la información contenida en dos expedientes de legitimidad y limpieza de sangre que se instruyeron en 1781 para que el interesado pudiera obtener tales grados. Los documentos se conservan en el Fondo Antiguo y Archivo Histórico Universitario de dicha Universidad (libro 716-19 (fol. 287-303)).


Primer expediente: Licenciado en Artes

El primer expediente se creó para conferir al bachiller José de Rojas el grado de Licenciado en Artes.

Lo primero que aparece en el documento es el certificado de bautismo. Lo firma el 2 de noviembre de 1780 el cura Francisco Antonio Torres y Rus (el mismo que facilitó al cartógrafo Tomás López de Vargas Machuca datos geográficos de Ubrique y alrededores para la composición de un Diccionario Histórico-Geográfico de España).

En el certificado se lee que el 3 de diciembre de 1750, el cura más antiguo de Ubrique, Julián Antonio Serrano, bautizó a José Andrés Saturnino, hijo legítimo de Melchor de Rojas, natural de Iznatorafe (actual Iznatoraf), del Reino de Jaén, y de Catalina de Renedo, de Ubrique. Ambos eran vecinos de la villa. El niño había nacido el 29 de noviembre de 1750. La madrina fue Juana Rufina Fernández.

De estas fechas se deduce que el día en que José de Rojas recibió el certificado de bautismo del cura de su pueblo para obtener la Licenciatura en Artes por la Universidad de Sevilla frisaba en los 30 años, edad que parece avanzada para licenciarse en aquella ápoca.

Por si no se consideraba suficientemente acreditativa la certificación del cura, Blas Benítez Barea, notario suplente de Ubrique, daba fe a su vez de que dicho cura era efectivamente el cura de Ubrique y que su firma era válida.

Como para entrar en la Universidad había que demostrar que se era cristiano viejo, el expediente recoge a continuación la certificación de bautismo de su madre (no figura la del padre). La firma también el cura Torres y Rus. Del documento se desprende que el 10 de enero de 1733 nació Catalina Juan María, hija de Juan Martín de Renedo y de Juana Rufina Fernández, ambos de Ubrique. Y de esta fecha se deduce que cuando dio luz a su hijo José Andrés, ella aún no había cumplido los 18 años.

Bachiller

Ser bachiller era obligatorio para licenciarse. Según el expediente, José de Rojas había obtenido el título de Bachiller en Filosofía el 7 de octubre de 1775. Este dato figura en un certificado del secretario de la Universidad, Francisco Antonio Baquerizo.

Para obtener el título de Licenciado, Rojas hubo de presentar una declaración jurada de que él y sus ascendientes próximos eran cristianos viejos y además cumplían ciertas exigencias (transcribo la declaración en castellano actual; los destacados en negrita son míos):

D. José de Rojas, natural de la villa de Ubrique, obispado de Málaga, como mejor proceda [com]parezco ante V.[uestra] S.[eñoría y expongo:

Que me gradué de Bachiller de Filosofía por esta Universidad en 7 de octubre de 1775 según se averigua de la certificación que presento y juro. Y respecto a que necesito recibir el grado de Licenciado en la expresada Facultad y, para ello, justificar, conforme a Estatutos y práctica de esta Universidad, que soy hijo legítimo de D. Melchor de Rojas, natural de la villa de Iznatorafe, Reino de Jaén, y de D.ª Catalina Renedo, natural de dicha villa de Ubrique.

Que su padre es también hijo legítimo de D. Juan Santos de Rojas y de D.ª María Garrido, naturales de la referida villa de Iznatorafe.

Que su madre es asimismo hija legítima de D. Juan Martín Renedo y de D.ª Juana Rufina Fernández, naturales de la citada villa de Ubrique.

Que así yo como los expresados mis padres y abuelos han sido y son cristianos viejos, limpios de toda mala raza, casta y generación de judíos, mulatos, conversos, gitanos, moriscos, ni otra mala secta.

Que no han sido castigados por el Santo Oficio de la Inquisición por crimen de herejía, apostasía, judaísmo ni otro.

Que no han cometido delito de infamia de hecho ni de derecho, ni tenido oficios viles, bajos ni mecánicos por donde degeneren de quienes son, antes bien que siempre han vivido con honor y estimación.

Por tanto:

A V. S. suplico se sirva haber por presentado este pedimiento con las fes de bautismo, y mandar que al tenor de este pedimiento se me reciba información, y dada que sea y aprobada por V. S., providenciar que se despachen los edictos en la forma ordinaria y que se me admita a los actos de repetición, puntos, lección y examen para dicho Grado, y que siendo aprobado se me confiera en la forma acostumbrada. Pido justicia, juro, etc.

A propósito de la declaración del solicitante de no descender de gitanos, en Ubrique afortunadamente había gitanos en 1781, ya que, según el Censo de Aranda, en la villa vivían cuatro personas de esta etnia en 1769 y según un censo especial de 1784, 36, pertenecientes a 7 familias. En 1749, Fernando VI y el marqués de la Ensenada habían dictado la operación llamada prisión general de gitanosgran redada, consistente en arrestar a todos los gitanos de España, separarlos por sexos y concentrarlos en sitios concretos: los hombres en Cartagena, Cádiz y Ferrol para hacer trabajos forzados en los arsenales de la Marina, y las mujeres y los niños en Málaga, Valencia y Zaragoza para trabajar en telares y otras fábricas. Este intento solapado de genocidio empezó a detenerlo Carlos III en 1763 cuando ordenó notificar a los gitanos presos que iban a ser puestos en libertad, si bien el proceso se atascó burocráticamente hasta que en 1765, dieciséis años después de la redada, se ordenó taxativamente la liberación. En cuanto a los judíos, es muy probable que no hubiera ninguno en Ubrique, al menos declarado, sobre todo si tenemos en cuenta que medio siglo antes la Inquisición se había ensañado con los judíos ubriqueños, especialmente con las familias Pacheco y Torres.

(Dall·e)

Legere, repetere, disputare

Como se ve, Rojas pedía pasar las pruebas para obtener el título de Licenciado, al que podían aspirar los bachilleres que habían frecuentado las aulas durante cuatro o cinco. Estas pruebas seguían el método medieval de legere, repetere, disputare. Los puntos eran los temas que los estudiantes tenían que exponer; normalmente se les daban 24 o 36 horas «antes de entrar en capilla» y tenían que argumentarlos junto a los dos compañeros de su trinca. La repetición pretendía que los graduandos demostrasen su erudición mediante una exposición de un tema de libre elección que podía ser discutida o rebatida por los bachilleres. También debía impartir una lección durante aproximadamente hora y media, igualmente seguida de argumentaciones. Y finalmente se examinaba al candidato sobre su conocimiento de los textos fundamentales de la materia; este examen podía durar horas.

La petición de José de Rojas fue aceptada por la Universidad el 12 de febrero de 1781 en estos términos:

Por presentado este pedimiento con las fes de bautismo que refiere, [admítase a] esta parte de [sic] la información que ofrece, la cual se comete [entrega] al presente secretario, y, fecha [arcaísmo de hecha], tráigase para dar providencia. Lo mandaron los señores rector y consiliarios de esta Real Universidad de Sevilla, en ella a 12 de febrero de 1781.

(En 1781 la Universidad de Sevilla tuvo dos rectores. Primero lo fue el canónigo de la Catedral Manuel García de Castro, sucediéndolo el también canónigo Martín Alberto de Carvajal, doctor en Teología).

«La información»

La «información» a la que se referían el solicitante y las autoridades universitarias consistía en informes o declaraciones verbales que emitían bajo juramento testigos presentados por aquel. Los testigos habían de prometer que conocían al solicitante, que sabían que era hijo legítimo de quienes él decía que eran sus padres; que estos padres eran hijos legítimos de los correspondientes abuelos; que todos eran cristianos viejos; que estaban limpios de toda mala raza, casta y generación de judíos, mulatos, conversos, gitanos, moriscos, ni de otra mala secta; que no habían sido castigados por el Santo Oficio de la Inquisición por crimen de herejía, apostasía, judaísmo ni otro; que no han cometido delito de infamia de hecho ni de derecho, ni tenido oficios viles, bajos ni mecánicos por donde hubieran podido degenerar de quienes eran; y que, muy al contrario, siempre habían vivido con mucho honor y estimación.

Los oficios viles y mecánicos eran los artesanales y manuales. A propósito, el historiador Antonio Domínguez Ortiz explicaba lo siguiente en La España del Quijote:

Había también oficios viles, que no hay que confundir con los oficios mecánicos. Estos últimos eran todos los que necesitaban un esfuerzo físico, un trabajo manual, que llevaba aparejada cierta descalificación; por eso, aquellos artífices que tenían interés en proclamar la ingenuidad de su arte, se esforzaban por dejar bien claro que ellos ejecutaban solo la labor magistral, dejando a sus ayudantes los aspectos materiales de su tarea; los farmacéuticos tenían mancebos que pulverizaban, calentaban y mezclaban los ingredientes, los pintores se valían de su sirviente para preparar los lienzos y los colores (el caso de Juan de Pareja respecto a Velázquez), etc. Pero si bien las actividades mecánicas se reputaban incompatibles con la hidalguía, no descalificaban al artesano, que tenía su puesto señalado en la escala social y en los cortejos se agrupaba tras la enseña de su gremio. En cambio, la profesión vil envilecía a quien la practicaba, por ejemplo el matarife, el pregonero, el verdugo. Los precedentes clásicos incluían en esta reprobación a cuantos se ganaban la vida divirtiendo al público, como los comediantes, aunque la práctica atenuase mucho este juicio tan severo. Fue un argumento muy usado en las polémicas sobre la licitud del teatro.

Si José de Rojas hubiese presentado su solicitud dos años más tarde, probablemente lo habrían eximido de jurar que sus familiares no habían tenido este tipo de profesiones, ya que Carlos III, en una Real Cédula de 18 de marzo de 1783, estableció

que no solo el oficio de curtidor, sino también los demás artes y oficios del herrero, sastre, zapatero, carpintero y otros a este modo, son honestos y honrados; y que el uso de ellos no envilece la familia ni la persona del que lo ejerce; ni la inhabilita para obtener los empleos municipales de la república en que están avecindados los artesanos y menestrales que los ejercitan; y que tampoco han de perjudicar las artes y oficios para el goce y prerrogativas de la hidalguía, a los que la tuvieren legítimamente…

Los informantes

Convento de los Capuchinos, extramuros de Sevilla. Richard Ford, 1831.

El mismo 12 de febrero, tres testigos buscados por José de Rojas se personaron ante el secretario Baquerizo para declarar lo mencionado. Este les tomó «juramento según derecho» y además los testigos hubieron de «prometer decir la verdad». Los tres eran frailes del convento de Capuchinos de Sevilla. Por tanto, la honradez y la veracidad se les presuponía.

Uno de los declarantes era Fray Eusebio José de Antequera, de 47 años de edad. Prometió «haber tratado y comunicado al pretendiente y a sus padres». Sabía de la familia paterna porque conocía «al Padre Fray José Iznatorafe, presbítero residente en el convento de Capuchinos de la ciudad de Málaga, hermano del padre del pretendiente, por haber sido su condiscípulo en el noviciado y en los estudios y por las informaciones que hizo [Fray José Iznatorafe] para entrar religioso, que paran en este convento [de Sevilla]».

El segundo testigo era Fray Juan de Almonaster la Real, de 63 años. Su declaración sigue exactamente la misma fórmula que la del anterior, incluido el conocimiento de Fray José Iznatorafe, con la diferencia de que este Fray Juan no coincidió con Fray José en el noviciado. Tampoco figura que conociera «las informaciones que hizo [Fray José Iznatorafe] para entrar religioso». Y el tercer testigo era Fray Buevantura de Ubrique, a no confundir con el fraile del mismo nombre que fundó la ermita del calvario de Ubrique y que había fallecido en 1753. El testigo ubriqueño tenía entonces 49 años e igualmente era capuchino en Sevilla. Su deposición es iddéntica a la del segundo testigo.

A pesar de que las tres declaraciones son esencialmente iguales, el secretario Baquerizo las copió una detrás otra en el expediente, en vez de limitarse a escribir una sola y pedir a los tres testigos que la firmaran. Se ve que el hombre tenía tiempo.

«Despáchense los editos»

A continuación, el secretario hace constar en el expediente lo que sigue:

En la ciudad de Sevilla, a 20 de febrero de 1781, los señores Rector y consiliarios de la Real Universidad de esta ciudad, habiendo visto la antecedente información dada por el bachiller D. José Andrés de Rojas, natural de la villa de Ubrique, obispado de Málaga, para graduarse de Licenciado en Artes por la misma Universidad, dijeron que la aprobaban y aprobaron, la daban y dieron por bastante. Y mandaron que se despachasen los edictos en la forma ordinaria y que se admitiese al susodicho a los actos de repetición, puntos, lección y examen para el expresado grado de Licenciado en Artes, y que, siendo aprobado, se le confiera en la forma acostumbrada. Y por este su auto así lo proveyeron y firmaron,

Al día siguiente, Baquerizo certificó así que la orden fue cumplida:

En Sevilla, a 21 de dicho mes [febrero] y año [1781], los bedeles de esta Universidad D. Juan Mateos del Ángel y D. Feliciano Feliciano [sic; el segundo nombre es José] Ferreira [com]parecieron ante mí, el secretario, y dijeron que los edictos prevenidos por los antecedentes los fijaron, uno en las puertas de esta Universidad y otro en las puertas de la Santa Iglesia [Catedral] de esta ciudad. Y para [que] conste, lo firmaron, de [lo] que certifico.

Firmaron Baquerizo, Mateos y Ferreira.

Como curiosidad, el bedel Mateos del Ángel debió de ser muy popular entre los estudiantes. Su nombre figura en el título de un libelo llamado Desengaños racionales, reconvenciones cristianas que presenta a los apasionados protectores de la Carta Refractaria Juan Mateos del Ángel, bedel zelador de la Real Universidad Literaria de Sevilla, escrito por Antonio López de Palma. Juan Mateos del Ángel fue testigo en la graduación del escritor sevillano José Mª Blanco White como Bachiller en Filosofía el 9 de mayo de 1791.

¡Licenciado!

El expediente termina con esta anotación de Baquerizo:

En 1º de marzo de dicho año [1781] hizo el expresado bachiller Rojas la repetición, leyendo media hora de su texto de Aristóteles, le argumentaron tres estudiantes y satisfizo a sus réplicas.

Parece, pues, que las pruebas fueron menos severas de lo habitual.



Segundo expediente: Maestro en Filosofía

El segundo expediente contiene las informaciones que hubo de aportar José de Rojas para acreditar ¡de nuevo! su «legitimidad y limpieza de sangre», requisitos necesarios para obtener el título de Maestro en Filosofía.

Empieza este expediente con una breve certificación que hace el secretario Baquerizo de que José de Rojas se graduó como Licenciado en Filosofía (sinónimo de Licendiado en Artes) en dicha Universidad el 3 de marzo de 1781:

Después figura una solicitud en la que Rojas tiene que repetir exactamente la misma declaración que hizo el mes anterior, a pesar de que era perfectamente conocida por el secretario Baquerizo y de que obraba oficialmente en un expediente de la Universidad:

D. José Andrés de Rojas, natural de la villa de Ubrique, obispado de Málaga, como mejor proceda [com]parezco ante V.[uestra] S.[eñoría] y expongo:

Que me gradué de Licenciado en Filosofía por esta Universidad en 3 del corriente mes [marzo de 1781], según se averigua de la certificación que presento y juro. Y respecto a que necesito recibir el grado de Maestro en la expresada Facultad, y para ello justificar, conforme a Estatutos y práctica de esta Universidad

El rector y los consiliarios dieron por presentada la petición el 10 de marzo de 1781.

A continuación figuran en el expdiente cuatro monumentos más a la necia exaltación de la burocracia: las deposiciones ante el secretario Baquerizo de cuatro nuevos frailes que hubieron de prometer que José de Rojas era cristiano viejo, que no tenía nada que ver con gitanos, que era descendiente de personas que no habían tenido oficios mecánicos, etc., etc. Exactamente las mismas fórmulas plasmadas en el expediente anterior. De modo que, a pesar de que Baquerizo era instructor de ambos expedientes y el 12 de febrero de 1781 ya había recibido seguridades de tres testigos bajo «juramento según derecho» y con «promesa de decir verdad» de que el pretendiente tenía la sangre «limpia», el 14 de marzo (un mes después), el ceremonioso secretario de la Universidad tomó declaración a otros cuatro testigos para que le juraran prácticamente lo mismo que habían jurado los tres anteriores, y eso que los siete eran frailes.

Otros cuatro capuchinos

Los cuatro nuevos testigos también pertenecían al convento de capuchinos de Sevilla. Las fórmulas de las declaraciones fueron prácticamente iguales entre sí y a su vez prácticamente iguales a las de sus hermanos de religión que el mes anterior se habían dado el paseíto desde su convento a la Universidad.

Los cuatro habían «tratado y comunicado al pretendiente, sus padres y al Padre Fray José Iznatorafe». La única diferencia era que los tres primeros mencionaron que habían vivido en el convento de Ubrique y por eso conocía a la familia paterna del pretendiente, mientras que el cuarto era natural de Ubrique. Pues bien, en el colmo del absurdo burocrático, en vez de escribir una sola declaración y pedir a los cuatro frailes que la firmaran, Baquerizo escribió las cuatro, una detrás de otra, con toda la retahíla de los judíos, los gitanos y los oficios mecánicos.

Los testigos fueron Fray Felipe de Palma, de sesenta y cinco años, Fray Silvestre de Antequera, de 68, Fray Felipe de Almadén de la Plata, de 62, y Fray Dionisio de Ubrique, religioso lego de 53 años. De ellos, el más conocido es el segundo. Fray Silvestre de Antequera había tomado el hábito el 31 de diciembre de 1731 en el convento de Sevilla. También pasó por el de Granada, donde ejerció de maestro de novicios. Falleció en el convento sevillano en 1785, es decir, cuatro años después de la declaración en favor de José de Rojas. Fray Silvestre escribió unas Meditaciones piadosas y oraciones devotas para andar las estaciones y visitar las catorce cruces de la Vía Sacra. Granada. En 1759, el novicio ubriqueño Diego José de Cádiz (que acabó subiendo a los altares como Beato) profesó con 16 años ante Fray Silvestre. (Diego José había nacido 7 años antes que José de Rojas).

«Aprobaban y aprobaron, daban y dieron»

El 16 de marzo de 1781 el Rector y los consiliarios de la Universidad «aprobaban y aprobaron, daban y dieron por bastante» las informaciones ofrecidas por los testigos de José Andrés de Rojas para graduarse de Maestro en Filosofía, ordenando que se despacharan los edictos y que efectivamente se le confiriera dicho Grado «con todas las exenciones, preeminencias y prerrogativas» que le correspondían. El mimo día, los bedeles habían fijado edictos, «uno en las puertas principales de esta Universidad y otro en las puertas del Santísimo Cristo del Perdón de la Santa Iglesia [Catedral] de esta ciudad [de Sevilla]».


Catedrático

Los «Papeles» de Juan Vegazo data, casi con toda seguridad, del último lustro del siglo XVIII (la probabilidad de que sean de los primeros años del siglo XIX es mínima). En ellos se menciona que José de Rojas fue «Catedrático de Escriptura» de la Universidad de Sevilla. Por otra parte, en una carta que Juan Vegazo le escribió al conde del Águila el 10 de noviembre de 1798, el ubriqueño decía:

Digo, qe. mi estimado difunto, fue el unico qe. contoda propiedad vio y poseyo las mas de las monedas, iscrisiones, y los dos bustos, de Ercules, y proserpina qe. vio en esta eredad, remitiendole las noticias qe. no havía uisto

Yo me preguntaba hace algunos años si el difunto aludido no sería José de Rojas. Caso de serlo, José de Rojas habría muerto antes de 1799. Si es así, ¿qué sería de él profesionalmente entre 1781, cuando alcanzó el grado de Maestro en Filosofía, y el momento de su muerte, que sería entre 1794 (cuando Vegazo encontró las inscripciones que Rojas interpretó) y 1798, cuando Vegazo escribió la carta al conde del Águila en la que menciona a «mi estimado difunto»?

No he encontrado nada al respecto. Sí he leído en el plan de estudios de la Universidad de Salamanca de 1771 que:

La asignatura de la Cátedra de Escritura es la explicación del Testamento Viejo y Nuevo, un año el uno y otro año el otro y en estas tres Cátedras [Prima, Vísperas y Escritura] se han de ganar las cédulas de Curso que necesariamente ha de suponer el Grado de Bachiller.

Es decir, José de Rojas pudo llegar a ser profesor de lo que ahora llamamos Bachillerato, pero hemos de tener en cuenta que en aquella época el Bachillerato tenía más entidad que ahora y estaba vinculado directamente a la Universidad.

José de Rojas fue contemporáneo de dos figuras ubriqueñas de aquellos tiempos (además del Beato Diego José de Cádiz, ya citado): el escultor José Fernández Guerrero y el arquitecto Miguel de Olivares. Ambos, que por cierto eran primos hermanos, nacieron en 1748, es decir, 2 años antes que Rojas. Y, por supuesto, de Juan Vegazo, aunque no conocemos la fecha de nacimiento de este.

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