En diciembre de 1887, el propietario del deshabitado Convento de Capuchinos de Ubrique, Francisco García Pérez, accedió a una solicitud del obispo de Málaga para ceder el edificio a una comunidad de monjes benedictinos. Estos religiosos tenían la intención de instalarse en el convento y ofrecer clases a los niños del pueblo. Sin embargo, pronto surgieron rumores entre los habitantes de Ubrique debido a comportamientos inusuales observados en los miembros de la comunidad, como la presencia de una mujer viviendo con ellos. Se acabó descubriendo que todo era un fraude; los monjes no eran tales, sino unos trapaceros que quisieron vivir a costa de la cándida religiosidad del pueblo.
Pasado el escándalo, el obispo de Málaga visitó la localidad durante varios días, un hecho significativo ya que hacía más de sesenta años que ningún prelado había pisado Ubrique.
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