La escultura de más valor histórico-artístico que tiene Ubrique es una talla de una Virgen que labró entre 1575 y 1576 Jerónimo Hernández, un imaginero precursor de la Escuela Sevillana, y que policromó Álvaro de Ovalle en 1576. La imagen fue adorada en Carmona (en la iglesia del Divino Salvador) durante más de 350 años bajo la advocación de «Nuestra Señora de la Antigua»… hasta que un cura ubriqueño que era párroco en aquel pueblo sevillano, de nombre Juan María Coronil Gómez, y el capuchino Fray Sebastián de Ubrique, con la anuencia del Cardenal Segura, se dieron trazas para enviarla a Ubrique, cuya iglesia parroquial estaba prácticamente vacía de imágenes tras la quema de 1936. Una vez en Ubrique, la vieja talla pasó a representar a la «Virgen de la O», advocación clásica de Ubrique por ser la favorita de los antiguos Señores de la Villa, los Ponce de León. En lo que sigue contaré los detalles que he averiguado de estos hechos que los carmonenses consideran un robo como una casa.
El papel de Fray Sebastián
Se sabe que Fray Sebastián de Ubrique fue pieza clave en el traslado de esta obra de arte a Ubrique porque lo dice él mismo en su Historia de la Villa de Ubrique (pp. 502 y 504) cuando se refiere a los esfuerzos que se hicieron por restaurar la iglesia parroquial y reponer sus imágenes quemadas en abril de 1936:
Faltaba restaurar el altar mayor. […] En él fue colocada la imagen de Ntra. Sra. de la Antigua del Salvador de Carmona, obra de arte de valor inestimable, donada, con permiso oportuno, por el cura de Santa María, de Carmona, hijo de Ubrique, D. Juan Coronil Gómez.
Quería dicho señor regalar un retablo para la parroquia de su pueblo natal. Llamó al P. Sebastián de Ubrique para escogerlo; pero los que quedaban no le gustaron. Entonces escogió dicha imagen, que estaba abandonada detrás del coro alto, juntamente con otra de Ntra. Señora de los Dolores. Procedió a la restauración, que costó 900 pesetas. Una vez en el taller, empezó a llamar la atención de los artistas de Sevilla, la retrató el Instituto Español del Arte, y se armó tal revuelo que hubo que trasladarla inmediatamente a Ubrique. Resultaba obra de Jerónimo Hernández, perfectamente documentada por Hernández Díaz, del siglo XVI, y una de las mejores vírgenes de Andalucía. Con ella quedó completo el altar mayor, ofreciendo un conjunto hermosísimo. Se le puso por nombre Ntra. Sra. de la O.

La fecha exacta de traída de la imagen a Ubrique no he podido saberla, pero se podría colegir de los datos que voy a dar. En la Fototeca de la Universidad de Sevilla he encontrado seis fotografías de la talla tomadas antes de su restauración y una más captada después, todas por el fotógrafo sevillano José María González-Nandín, un importante colaborador de la Fototeca del Laboratorio de Arte. Este fotógrafo tenía la buena costumbre de datar sus obras, lo que ha permitido a este archivo gráfico sevillano confeccionar fichas como la que les presentamos a continuación, que corresponde a la imagen de la Virgen aún sin restaurar que se muestra más abajo:


Si hemos de interpretar al pie de la letra la información de la ficha, se deduce que el 8 de abril de 1938 la imagen se encontraba en la parroquia de Nuestra Señora de la O de Ubrique y estaba sin restaurar.
En cuanto a la foto de la Virgen restaurada, González-Nandín la dató en la parroquia de Nuestra Señora de la O el 22 de julio de 1938. Es esta:



Volviendo al texto de Fray Sebastián, reparemos en que refiriéndose a los retablos dice que “los que quedaban” no le gustaron. ¿Qué quiere decir con “los que quedaban”? Muy sencillo: la Virgen de Jerónimo Hernández no era ni mucho menos la primera obra de arte que salía de la iglesia del Divino Salvador de Carmona. Según el historiador Esteban Mira Caballos, este templo fue siendo paulatinamente despojado de sus riquezas artístico-religiosas en un proceso que se intensificó en 1911 con su agregación a la prioral de Santa María, cuyo tesoro recibió casi toda la plata del Salvador (a pesar de lo cual en 1923 este conservaba doce altares, tres de ellos dorados, un Niño Jesús en una urna y un buen número de enseres de plata).
El papel de Juan María Coronil

En los años de la Guerra Civil era párroco de la Prioral de Santa María de la Asunción de Carmona el ubriqueño Juan María Coronil Gómez. Llevaba en el cargo desde 1918 y lo desempeñó hasta su muerte a finales de 1946. Este hombre tuvo que tener unas dotes discentes (fue becado por Hazañas La Rúa, que llegó a ser rector de la Universidad de Sevilla) y una personalidad fuera de lo común. Una prueba de ello es que trabó amistad con el político socialista Jualián Besteiro, preso en una cárcel de Carmona tras la contienda bélica. A pesar del agnosticismo declarado de Besteiro, a la muerte de este en septiembre de 1940, el cura asistió al entierro civil, exponiéndose a las posibles reconvenciones o penitencias que le pudieran ingligir sus superiores religiosos. Y posteriormente ayudó a Dolores Cebrían, esposa de Besteiro, cada vez que esta iba a Carmona a visitar la tumba de su marido. Ella siempre le estuvo agradecida. Pero de todo eso he hablado pormenorizadamente en otro lugar, a donde remito a quien tenga interés. Ahora sigo con el asunto de la Virgen.
Según Fray Sebastián, Coronil «quiso regalar un retablo para la parroquia de su pueblo natal», aunque finalmente el fraile escogió como «regalo» la talla de la Virgen de la Antigua. Pues bien, miren lo que se decía José Antonio Gómez Coronilla, párroco de la Iglesia de Santa María en Carmona el 27 de enero de 2006 en una entrevista que apareció en la página aparentemente extinta pastoralparroquial.eu:
Así encontramos casos en Carmona, como el de Don Juan Coronil Gómez (párroco de Santa María) y Don José Guzmán Espejo (párroco de San Bartolomé), que ante la necesidad de esos tiempos vendieron gran parte de los bienes de las iglesias subordinadas a su mando; con el dinero recaudado daba[n] de comer a las gentes.

De modo que, según esta fuente, el ubriqueño Juan María Coronil Gómez no “regaló” la Virgen de Jerónimo Hernández a la parroquia de Nuestra Señora de la O como afirma Fray Sebastián, sino que se la vendió para dar de comer a los pobres de Carmona. Si eso es cierto y la razón fue esta, habría que hacer muchas alabanzas a este cura ubriqueño. Pero, como expondré en lo que sigue, e independientemente de que con parte del dinero de la venta de la imagen el cura diera de comer a los pobres, Coronil, con permiso del Cardenal Segura, vendió otras obras del patrimonio religioso de Carmona y parte de las ganancias las usó para restaurar su residencia.
«Tiempo de campanas»

Juan María Jaén Ávila, escritor, licenciado en Derecho y doctor en Sociología, sobrino-nieto del cura Coronil, escribió, de forma amena y con excelente estilo, una novela titulada Tiempo de Campanas que basó en recuerdos de familia y en los suyos propios, aunque, por haber nacido en 1936, era muy niño cuando ocurrieron muchos de los hechos narrados. En la novela, el autor llama a Carmona «Cartare«, y al cura Coronil «Don Rafael«.

No voy a desvelar el contenido de toda la novela, por supuesto (y menos algunos episodios sorprendentes e incluso escabrosos de la vida de este cura que a su faceta espiritual unía otra humana, demasiado humana…). Me limitaré a extraer y comentar algunos pasajes relativos a los aspectos que más interesan aquí, es decir, del asunto de la ¿donación, venta? que hizo a Ubrique, su pueblo, de la excepcional talla de la Virgen de la Antigua.

Empezaré por trasladar algunas pinceladas biográficas. Juan María Coronil estudió Teología en el Seminario Mayor de Sevilla y además obtuvo tres doctorados por la Universidad Pontificia de Comillas (en Filosofía, Teología y Derecho Canónico). Cantó misa en Ubrique, su pueblo, en la parroquia de Nuestra Señora de la O, para gran alegría de su madre, Catalina Gómez, que siempre opinó que su hijo llegaría a obispo. Su padre, Antonio Coronil Tenorio, colocado en el Ayuntamiento de Ubrique (al otro lado de la plaza en la que se encuentra la parroquia) no puedo disfrutar del acontecimiento porque ya había fallecido. En las oposiciones que convocó la Archidiócesis de Sevilla en junio de 1917 para proveer plazas vacantes en parroquias de la provincia, Juan Coronil obtuvo el primer puesto. Tenía entonces 34 años. Él y su madre habrían querido quedarse la plaza la Iglesia del Salvador, de la capital hispalense, pero estaba ocupada. El opositor eligió entonces por la Prioral de Santa María de la Asunción de Carmona, que no era moco de pavo, pues era el tercer templo de toda la provincia de Sevilla. Nada más tomar posesión de la casa parroquial, su nueva vivienda, la madre del cura hizo las siguientes apreciaciones (copio de Tiempo de Campanas):
–A esta casa, hijo, le falta la más mínima comodidad. No parece una casa parroquial de categoría. La Prioral de Santa María es única, pero la casa del párroco se parece más a una zahúrda que a la vivienda de un Arcipreste de tu talla. […] ¿Por qué no hablas con el señor Cardenal y le cuentas en qué estado se encuentra la casa parroquial de Santa María de Cartare? Tú dile, hijo, que la vivienda parroquial necesita un arreglo urgente. Seguro que te hará caso, porque es la pura verdad, y, además, porque tú has sacado el número uno en las oposiciones sin ningún tipo de recomendación o padrino.

Según se lee en la novela, los párrocos anteriores habían pedido al Cardenal Ilundáin que les sufragara la reparación de la vivienda, pero sin éxito. Sin embargo, cuando en octubre de 1937 llegó a Sevilla el Cardenal Segura, las cosas en ese sentido empezaron a allanarse. Y se allanaron hasta tal punto que este prelado autorizó la venta de bienes religiosos de la iglesia carmonense de San José, que se hallaba casi en ruinas, a otras iglesias de la Archidiocesis para remozar la casa parroquial. La decisión fue censurada por parte “de quienes criticaban siempre a los curas o religiosos y de quienes mejor vivían en la ciudad o disponían de lujos en época de miedos, estrecheces y hambres”.
El cura –comenzó el rumor– vende los altares de la iglesia de San José para construirse un palacio. […] El cura deja caer la iglesia de San José –seguían criticando– para justificar la venta que previamente hizo de los altares. Vende lo valioso que hay en la iglesia para con el dinero hacerse otro palacio como el que tiene el Cardenal Segura en Sevilla. Los párrocos de Santa María siempre han vivido en la casa parroquial tan lindamente –continuaban– y jamás se han quejado.
Doña Catalina, la madre, protestaba entre sollozos:
Mi hijo no ha ordenado hundir la iglesia de San José, válgame Dios. Solo cumple con su deber y con lo que le mandan sus superiores…
Pero, doña Catalina –le preguntaron los más comedidos– ¿por qué tienen que salir los altares de Cartare? Hay otras iglesias en el pueblo donde se pueden trasladar los retablos. Así, no perderíamos parte de nuestro patrimonio religioso. En todo caso, de ser el señor Cardenal el que tiene que ordenar la reparación de la casa parroquial, que sea con el dinero de la Iglesia, si así lo estima conveniente. Si no hay posibles, que deje las cosas como están. En cualquier caso, ¿no cree usted, doña Catalina, que los dineros que paguen por estas joyas son dineros del pueblo y se deberían emplear en remediar la situación de algunas familias pobres de Cartare, antes que arreglar la casa del cura?
Finalmente, y “por orden expresa del Cardenal Segura”, “con ocasión de las ventas a otras parroquias de la provincia los retablos y tesoros de la iglesia de San José de Cartare” se entregó al cura Coronil “una importante suma con destino a restaurar y acomodar debidamente la casa parroquial”. Más adelante se lee (recuérdese que el cura Corinil es llamado en la novela «Don Rafael»):
Luego, su buena gestión con los jefes de las obras hizo que algún dinerito sobrara del presupuesto inicial. Don Rafael lo empleó en remediar miserias y enfermedades de los cartarenses.

En la novela, el Cardenal Segura, que era muy amigo de Coronil, quiso hacer al ubriqueño Vicario General de la Archidiocesis (cargo que Coronil rechazó in extrenis). Los méritos que Segura veía en el elegido los expresaba mentalmente así:
Don Rafael, sin embargo, con independencia de sus virtudes y de su preparación intelectual, ha demostrado una gran capacidad en el asunto espinoso del derribo de la ruinosa iglesia del convento de San José en Cartare, en la venta de los varios retablos de la iglesia, en el traslado a Ubrique de la imagen de la Virgen de la Antigua, y en la adaptación de la casa parroquial de Cartare, prácticamente en ruina e inhabitable.
Parece ser que el Cardenal Segura consideraba que Coronil había ganado tan buena experiencia en el asunto de los cambios de manos de bienes religiosos de las parroquias que le pidió consejo para hacer algo parecido en otro pueblo sevillano (según la novela):
–Nos tiene que aconsejar, Don Rafael –dijo inesperadamente el Cardenal–. Tenemos en Estepa un problema similar al que usted ha tenido con la iglesia de San José, aquí en Cartare. Queremos, sobre todo, que un retablo y un púlpito de mármol y jaspe, que están actualmente depositados en el convento de las Hermanas de la Cruz por la inminente ruina de la Ermita de los Ángeles, se lleven a la casa de ejercicios de San Juan de Aznalfarache, en Sevilla. Sin embargo, los vecinos de Estepa afirman que esos objetos son patrimonio religioso y artístico del pueblo de Estepa y se oponen, con violencia incluso, a que se saquen de donde están. ¿Cómo resolvió usted el problema de aquí? Tampoco es usted novato en este tipo de asuntos, porque también logró devolver la imagen de Nuestra Señora de la Antigua, depositada mucho tiempo en la iglesia del Divino Salvador, aquí en Cartare, a la iglesia de la Virgen de la O, en Ubrique (su pueblo, señor cura) de donde era original.
Una acotación: que yo sepa, la Virgen de la O (llamada de la Antigua en Carmona) nunca antes había estado en Ubrique.
Otras imágenes
Aparte de la Virgen de la Antigua, Carmona perdió otros tesoros de su patrimonio (con o sin intervención de Coronil, que eso no lo sé). Uno de ellas es un retablo (¿el que Fray Sebastián desdeñó?). Resulta que entre 1575 y 1576 Jerónimo Hernández no solo talló en la Virgen que hoy está en Ubrique, sino también un tabernáculo donde colocarla. Dicho tabernáculo está actualmente integrado dentro de un retablo que se hallaba en la iglesia del Salvador de Carmona y que fue “cedido” a la parroquia de Nuestra Señora de la Asunción de Cantillana en noviembre de 1937 con la autorización del Cardenal Segura. Según una web ya desaparecida, es este:

Y el mismo año de 1937, concretamente el 20 de noviembre, el vicario general del arzobispado de Sevilla dio permiso para “desmontar, colocar y trasladar a la Iglesia Parroquial de Cantillana” el altar mayor de la iglesia de Santo Domingo de Carmona para sustituir otro altar destruido en la mencionada parroquia cantillanera de Nuestra Señora de la Asunción el 26 de julio de 1936 (información leída en otra página que ya no existe en Internet).

Eduardo Paradas Agüera
Pero todavía nos falta un personaje para tratar de completar el esbozo de esta historia que al parecer Fray Sebastián no nos contó cabalmente. En una de las siete fichas de la Fototeca de la Universidad de Sevilla que acompañan a las fotos de la Virgen de la O tomadas en 1938 se lee:
[Virgen con el Niño (detalle)] «Procedente de San Salvador de Carmona y trasladada a Ubrique por D. Eduardo Paradas Agüera».

¿Quién era Eduardo Paradas Agüera? Fray Sebastián, en su libro Historia de la Villa de Ubrique lo incluye en la nómina de hijos ilustres del pueblo y dice esto de él (p. 496):

En esa escueta semblanza no se menciona que también hacía sus pinitos como pintor. Pero, efectivamente, este presbítero fue más conocido como especialista y crítico de arte y de ahí probablemente su participación en esta historia, ya que es posible que fuese llamado para evaluar la naturaleza y calidad artística de la talla que se pensaba traer a Ubrique, la cual, según ese dato de la ficha de la Fototeca de la Universidad de Sevilla, a la postre trajo él mismo.
Paradas no solo escribía en ABC, sino en otros medios. A título de ejemplo, en La Ilustración Española y Americana del 8-15 de junio de 1921 publicó un artículo sobre el pintor Gustavo Bacarisas.


En la Academia de Santa Isabel de Hungría entró en 1930 y en ella escribió algunos artículos de investigación que los académicos llamaban “papeletas de arte”; realizó informes como el “Balance artístico del año 1931”, disertó sobre temas monográficos de su especialidad (por ejemplo: “Aguafuertes de Goya”, en 1937), apoyó actividades culturales como la erección de un monumento a Zurbarán en Sevilla (1930) y le cupo el honor de contestar al discurso de José Hernández Díaz (catedrático de Arte que más tarde investigó precisamente el origen de la Virgen de la O de Jerónimo Hernández y que llegó a ser alcalde de Sevilla) cuando este entró en la Academia en 1933. También pronunció alguna conferencia en el Ateneo de Sevilla (1943):

Paradas escribió una obrita de cierta fama en sus círculos titulada Las comunidades religiosas en la Guerra de la Independencia (Sevilla, 1908) en la que hace un panegírico del también ubriqueño Beato Diego José de Cádiz diciendo de él que el periodo subsiguiente a la Revolución Francesa “tuvo su orador inspirado y vehementísimo en la lengua de fuego de aquel apostólico misionero capuchino”.
Como anécdota, fue uno de los primeros que acudió cuando se produjo el incendio de la parroquia sevillana de San Julíán en 1932, al igual que Fray Sebastián de Ubrique.
Mi amigo Manuel Zaldívar Romero ha buscado con éxito rastros de Eduardo Paradas en los padrones de Ubrique que se conservan en el Archivo Municipal. En el censo de 1894 consta que entonces tenía 13 años, según lo cual debió de nacer en 1880 o 1881. Sin embargo, Fray Sebastián de Ubrique, en su Historia de la Villa de Ubrique, dijo que vino al mundo el 19 de mayo de 1879. Dada tal precisión, es de suponer que el error es del censo.
Nuestro personaje aparece en el padrón como estudiante, lo que quiere decir algo más que simple asistente a una escuela primaria. Según Fray Sebastián, sus estudios los hizo en Sevilla y se los costeó “Don Sebastián Cobeñas”. Debió de ser un estudiante muy aventajado en la escuela de Ubrique y decidieron darle carrera. Esta familia vivía en la calle Real número 18.
De acuerdo con el censo de 1894, su padre, Eduardo Paradas Castillo, tenía entonces 42 años, lo que significa que nacería en 1852 y explica que no aparezca en el censo de 1850. En este figuran los abuelos de Eduardo Paradas Agüera: Salvador Paradas Laguna y Cayetana Castillo Tineo, ambos de 34 años. Vivían en la calle Real número 41.

Los Parada tienen su origen en la ciudad de Ronda, donde un antepasado que ejercía de sastre se trasladó a Ubrique. Muchos de los miembros de los Parada han ejercido el oficio de sastre. (Había uno en la calle Botica en los años 80). Otra característica de la familia es el uso del nombre Cayetano / Cayetana.
Eduardo Paradas falleció el 29 de noviembre de 1946, a los 67 años de edad, y el diario ABC le dedicó una necrológica:


Como se puede leer, en el funeral estuvieron presentes sus hermanas Cayetana, Rafaela y Asunción. Las dos primeras eran mayores que él, según el padrón municipal mencionado más arriba. (Asunción se casó con el médico Carlos García de los Ríos y murió en Sevilla el 22 de junio de 1972. Tuvo una hija de ese mismo nombre). El otro hermano, Manuel, probablemente ya habrá fallecido.
En mayo de 1935, Paradas Agüera y Fray Sebastián predicaban en Sevilla (el primero en la parroquia de Santa Ana y el segundo en la capilla de San José, según se lee en el ABC de Sevilla del 31 de mayo de ese año).

Antonio Carrasco Cides (Fray Sebastián de Ubrique)
Y ya que hemos proporcionado datos biográficos de dos de los protagonistas de la traída a Ubrique de la talla de la Virgen de la Antigua de Carmona, hagamos lo mismo con el otro protagonista, Fray Sebastián de Ubrique, sobre el que Manuel Zaldívar Romero también ha encontrado información en los padrones.
El nombre en el siglo de este fraile capuchino que publicó la Historia de la villa de Ubrique cuando tenía unos 58 años de edad era Antonio Carrasco Cides.
Nació en Ubrique el 7 de enero de 1886 (el mismo año en que se reparó y reestructuró la torre de la ermita de San Antonio, del siglo XVI), a las 7 de la tarde, en la casa de sus padres, sita en la confluencia de la calle San Gregorio (más conocida por los ubriqueños de cierta edad por la calle de los gatos) y la calle Caracol, según consta en el acta de nacimiento que se conserva en el Registro Civil de Ubrique. .
Su padre se llamaba Francisco Carrasco Medinilla, de profesión el campo, y su madre Rafaela Cides Domínguez. Sus abuelos paternos eran Antonio Carrasco Carrasco, propietario, y Rosa Medinilla, con domicilio en la calle Alcantarilla. José Cides Carrasco era el nombre de su abuelo materno, pero ya había fallecido.
Firmaron el acta como testigos Marcelino Martínez Villarta, natural de Borox (Toledo), empleado, domiciliado en la calle de la Cárcel, y Miguel Jiménez Álvarez, también empleado, con residencia en la calle del Banco.
Antonio fue el primogénito de la familia, pero luego vendrían al mundo cinco hermanos más: Rosa (1889), Francisco (1893), Concepción (1895), Rafaela (1897) y María Josefa (1899). Rosa se casó con Diego León Arenas y murió en Sevilla el 3 de noviembre de 1975 a los 86 años de edad. En la esquela mortuoria que apareció en el diario ABC al día siguiente rogaban una oración por su alma:
Sus hijos, D. Manuel (presbítero), don José, Don Francisco y señorita Rosa; hija política; nieto, Mauricio González León; hermanos, Don Francisco y Doña Concepción; sobrinos y demás parientes.
En el libro de la historia de Ubrique, Fray Sebastián hace mención a su madre y a sus hermanas Concepción (llamada familiarmente Concha) y María Josefa. Concha le llevó víveres a él y otros los detenidos en la cárcel del Ayuntamiento en los días de los funestos acontecimientos que acabaron con la quema del convento de los Capuchinos (17-18 de abril de 1936). De María Josefa, Fray Sebastián cuenta esta historia:
El mismo día 23 [de abril] un hermano de mi cuñado, Juan León Arenas, fue a dar un paseo por Benaocaz, y nos trajo la noticia de que en casa de las señoras Pece había tres copones con el Santísimo Sacramento, y no sabían qué hacer ante el temor de que fueran profanadas las Sagradas Formas. No pude dormir. A la mañana siguiente me dispuse a ir a Benaocaz para recoger el Santísimo. Mi madre y hermanas se opusieron tenazmente a ello, por temor de que me metieran en la cárcel, toda vez que amenazaban con quemar a los que estaban detenidos en ella.
Organizóse entonces una expedición, compuesta por mi hermana menor, María Josefa Carrasco, y María Gómez, mujer de Juan León, el cual se quedaría cerca, para avisar lo que ocurriera. Iban vestidas con trajes muy ordinarios, con pañuelos a la cabeza y canastos, pretextando ir a comprar tocino. En una carta mía les di las instrucciones. Que rehicieran los tres copones en el más grande de ellos, echando dentro hasta las partículas; se lavaran las manos, lavaran también los copones que quedaran vacíos, echaran el agua en un lugar decente y se trajeran el lleno. Llegadas a Benaocaz, ejecutaron mis instrucciones y se trajeron el copón, maravilloso ejemplar barroco del siglo XVIII. En el camino les salió al encuentro Juan León, proponiéndoles sentarse y rezar el santo Rosario. Negáronse ellas a hacerlo, y velozmente se vinieron a Ubrique.
En mi casa se negaba mi madre y mis hermanas a comer, y yo paseaba nerviosamente de un lado a otro, hasta que apareció mi hermana María, roja como una amapola y con los pies heridos, por lo abrupto del camino, trayendo el copón con el Santísimo en un canasto, cubierto con manojos de perejil. Abracé al Santísimo y a ella, dando gracias a Dios, colocándolo al lado de la pequeña cajilla sobre un ara que nos hablamos traído del convento.
Se da la circunstancia de que cuatro años atrás Fray Sebastián había vivido en primera persona el incendio de una iglesia de Sevilla, el cual, aunque fue provocado, no lo fue por motivos políticos.
Manuel Zaldívar no ha podido averiguar cuándo murió Fray Sebastián. Probablemente sería en algún convento de Capuchinos, pues ha buscado en las actas de defunción hasta 1976 y puede asegurar que en Ubrique no está enterrado. Cuando dio a la imprenta su novela Redín en 1955, ya se encontraba mayor, torpe y enfermo, según estas palabras que escribió en el epílogo:
Mi ceguera se ha agravado en términos que no veo absolutamente nada, por lo que la obra va imperfectamente corregida. Nuestros lectores se harán cargo de nuestra absoluta imposibilidad física, agravada por la congestión del lado izquierdo que me tiene en un sillón postrado sin poder moverme.
Tenía en aquel momento 69 años de edad.
Recapitulación
A partir de 1937 la iglesia parroquial de Nuestra Señora de la O empezó a ser restaurada y dotada de imágenes gracias a las contribuciones desinteresadas de personas pudientes y beatas de Ubrique. Fray Sebastián informa, por ejemplo, de que Sebastián Carrasco y Dolores Romero costearon una talla de Nuestra Señora del Carmen; que el matrimonio Romero Soto encargó un Cristo con la Cruz a Cuestas; que gracias a las gestiones de Francisco Bohórquez la casa constructora Jose Mª Padró donó el altar, valorado en 50 000 pesetas; que las Hijas de María regalaron una Inmaculada; que la imagen de San Sebastián la compró Francisca Herrera, viuda de Lobatón… Y agrega:
El altar de la Dolorosa fue arreglado, colocándose una Dolorosa, procedente del Salvador de Carmona, antigua iglesia de padres jesuitas, costeada por los señores Pino.
¿Qué costearon, el arreglo del altar o la Dolorosa? ¿Y la Virgen de la Antigua, convertida en Nuestra Señora de la O? ¿Pagarían estos mecenas por ella o realmente llegó a Ubrique regalada? Con los datos que hay, nada se puede decir a ciencia cierta. Quizá exista algún documento de los archivos religiosos que arroje luz.




