El cuadro de la imagen se hallaba fuera de España desde hace muchísimo tiempo. Es del pintor vallisoletano de nación y gaditano de adopción Francisco Prieto Santos (el mismo autor de Tarde de fiesta en Ubrique, obra de la que hablamos en otro lugar) y lo pintó en Ubrique en 1928 según se puede leer en una esquina:

Representa la mitad sur de la plaza de la Verdura vista desde el centro de la misma. El fotógrafo Ángel Pablo ha tomado una fotografía desde el lugar exacto en que se supone que se situó Prieto para hacer su pintura:

Este óleo sobre lienzo de 55,2 x 59,1 cm retrata la vida cotidiana en la plaza de la Verdura en los últimos años del primer tercio del siglo XX. Varios vendedores (en su mayoría mujeres) ofrecen su mercancía, desparramada por el suelo. Dos clientes parece que se interesan por el precio o la calidad de algunos artículos:


La animación reina en el mercado:

Por lo que se observa, Prieto se tomó una licencia: pintar la sierra más alta de lo que es:

Al fondo de la plaza se aprecia lo que era el cuartel de la Guardia Civil en esa época (el mismo en el que en julio de 1936 los ubriqueños entregaron sus armas conminados por unas octavillas que arrojó un aeroplano sobre la localidad):

Esperanza Cabello me ha enseñado una foto de la puerta de aquel cuartel donde se ve a los guardias que por aquellos años tiempos integraban el destacamento de la Benemérita en Ubrique. La foto fue tomada con motivo de una entrega de bandera que hizo la señora de Canto (el señor de bigote de la derecha) en nombre del pueblo de Ubrique:

La nonagenaria Isabel Álvarez, de memoria prodigiosa, recuerda que la señora de Canto (probablemente madrina de la guarnición) hubo de pronunciar un discurso, el cual, a modo de ensayo, enjaretaba en los días previos a todo el que quisiera oírlo subida a la mesa de su cocina. Dice que le salió muy bien.
Isabel, al ver el cuadro de Prieto, ha recordado muchos detalles del ambiente de la plaza de la Verdura en aquellos años. Según ella, la primera casa de la derecha era la del confitero José y su mujer Micaela, que elaboraban en los años 20 unos dulces exquisitos. Los niños iban a comprarles platanitos de crema por una perra chica. La casa siguiente era “la de Adela”.
Los vendedores empezaban a tomar posiciones en la plaza a las seis de la mañana. El abuelo de Isabel (Manuel Janeiro) les daba una copita de aguardiente.

Isabel recuerda los pavos, sueltos en la plaza y perseguidos continuamente por los niños.

¡El pintor pintando el cuadro!
Di a conocer este cuadro a José María Prieto Soler, que fue catedrático del departamento de Filosofía, Lógica y Filosofía de la Ciencia de la Universidad de Sevilla. Se alegró mucho porque, según me dijo, su familia no era consciente de la existencia de este lienzo, que tampoco figura en un catálogo que compuso Fernando Pérez Mulet en 1979 («El pintor Francisco Prieto Santos: vida y obra», Diputación Provincial, Instituto de Estudios Gaditanos). Al parecer, Prieto pintó algunos cuadros en la época de este y los quiso vender en Argentina; probablemente el de la plaza de la Verdura estaba entre ellos. Por cierto, ya en el siglo XX se encontraba en Estados Unidos (y hoy día en Ubrique). Pero antes pasó por el Reino Unido, como lo denota esta etiqueta que le puso al dorso un enmarcador de Londres:


El hijo de Francisco Prieto me dijo:
[Mi padre] Estaba enamorado de todos los pueblos de la Sierra de Cádiz; pintó en Arcos, Ubrique, Zahara de los Membrillos, Setenil, Villaluenga del Rosario…; también en Ronda, Chiclana, Vejer, Sevilla y Cádiz (donde vivíamos, frente a la Alameda de Apodaca). No me explico cómo en los años 20 podía ir de Cádiz a esos lugares; sí recuerdo que me dijo una vez que a Zahara iba a caballo desde Algodonales.
Pues bien, José María Prieto, en correspondencia a la foto que yo le había mandado, me envió esta otra de su padre ¡pintando un cuadro en la plaza de la Verdura de Ubrique!

Esta fotografía la tenía el pintor vallisoletano-gaditano en su estudio y retrata, esta vez de manera realista, el ambiente de la Plaza de la Verdura de Ubrique a finales de los años 1920. A él se lo ve en el ángulo inferior izquierdo:

Ampliando la foto podemos observar detalles muy interesantes y sugestivos. Por ejemplo, llama la atención lo que podíamos llamar “la escena de los churreros”:


En el centro (ligeramente a la derecha) podemos ver a una mujer removiendo los churros en una sartén de la que se desprende el vapor del aceite. A su lado, sobre una mesa, se adivina el mismo tipo de recipiente de lata que los churreros usan hoy día para depositar las pinzas y escurrir la fritura. A la derecha de la mujer se halla quien probablemente es su marido, el cual, vestido con bata blanca, prepara la masa en un lebrillo. Al pie de ambos personajes encontramos dos cántaros de hojalata del mismo tipo. Esto nos hace pensar que la niña que se observa a la izquierda en la foto transportando un cántaro igual (evidentemente no lleno) tiene relación con los churreros. Sin embargo, parece que no es así…
Le enseñé la foto a Esperanza Cabello y ella a su vez ha acudido a Isabel Álvarez, que nació en 1919 (tenía, pues, 9 años cuando se tomó la instantánea). Isabel cree identificar a la niña del cántaro como una Anita que en la imagen se muestra en su trabajo habitual de aguadora. Esta Anita fue desde muy pequeña y durante toda su vida sirvienta en casa de la viuda de Castro. Por lo visto, muchas niñas y jovencitas llevaban agua a las casas en los años 20, y las hermanas o las conocidas se ponían de acuerdo para hacerlo «a remua» (por relevos).



Además de esta, vemos a muchas niñas y niños en la fotografía (algunos esperando su turno para comprar churros; otros de la mano de su madre, y algún que otro “suelto” por la plaza, como el del babi que parece que se come un churro, en primer plano, el cual Isabel Álvarez cree reconocer como su propio hermano).

Isabel identifica perfectamente muchos elementos de la fotografía ya desaparecidos. A la derecha de la plaza se encontraba una tienda (a la que entra la señora del pañuelo blanco en la cabeza, a la derecha) propiedad de “las Pardeza”, donde se vendían caretas, artículos de broma, disfraces de carnaval… La finca pertenecía a Eugenio Arenas, que la alquilaba a varias familias.
Dice que en la foto, a la izquierda, se distingue la “posá” de Manuel Corrales, y probablemente a él mismo en la puerta. Al fondo se observa la pescadería, que tenía un toldo. Allí se vendían unas soberbias pescadillas, muy apreciadas, que traían los arrieros en burro desde Manilva. Justamente enfrente estaba el matadero.

Lo que sorprende a Isabel Álvarez es ver a tanta multitud en la plaza; dice que lo normal es que no estuviera tan frecuentada y piensa que quizá aquel día había allí pelea de gallos, que era una diversión en el Ubrique de aquellos tiempos, como se observa en esta fotografía de la colección de Esperanza Cabello:

Hay otras escenas interesantes. Por ejemplo esta, de lo que semeja un puesto de venta de tabaco:

O esta otra en la que se distingue a dos personas que parece que venden búcaros:



O la de la anciana de la derecha vendiendo no se sabe qué y la de la chica sentada cerca de la churrera con el pelo cortado como era costumbre en la época: a lo garçon…
Llama la atención una especie de castillete que se ve a la derecha de una de las torres de la iglesia (¿será la torre que tenía la iglesia de San Juan?):

Como dice José María Prieto Soler, su padre pintó varios cuadros en Ubrique en 1928. Uno de ellos (mencionado más arriba y comentado en otro lugar de Historias de Ubrique) es este, reproducido con poca calidad por una revista de la época (el original lo tiene una familia de Ubrique):

Isabel Álvarez comenta hechos curiosos cuando observa la imagen anterior, como este: “La gente rica paseaba por dentro de la plaza y los pobres por la parte de afuera”. He aquí una foto de la plaza en esa época (¡gracias de nuevo, Esperanza!), donde se observa a la derecha el mismo quiosco de música donde se subían los ejecutantes a tocar, reproducido por Prieto:

Otros cuadros de Francisco Prieto
José María Prieto Soler ha tenido otra gran deferencia hacia mí: me ha regalado una reproducción fotográfica de este precioso apunte de un rincón de Arcos pintado con lápices de colores por su padre:

Fue realizado por Prieto entre 1925 y 1930 sobre papel rugoso de color crema; su tamaño es de 24 por 31,5 centímetros. El colorido recuerda el que imprimía a sus obras el pintor orfista francés Robert Delaunay.
Por otra parte, José María Prieto ha tenido la gentileza de darme a conocer otros cuadros que su padre pintó en la Sierra de Cádiz. Este es uno de ellos:

Arcos de la Frontera inspiró mucho a Francisco Prieto:

Esta es una poco habitual imagen de Arcos que, según me cuenta el pintor ubriqueño José Luis Mancilla, se halla en el Ayuntamiento de esa localidad:

Sobre este cuadro me dice José María Prieto:
La antigua plaza de toros de Arcos de la Frontera se encontraba excavada sobre una ladera y situada en el llamado entonces –no sé si ahora también– Camino de las Nieves. Si se visita ese lugar se puede apreciar aún la hondonada que configuraba el hueco del redondel. Desde la ladera opuesta la gente se ponía a ver la corrida. En muchas ocasiones y desde distintas perspectivas pintó esa Plaza. En aquellos años el novelista Alejandro Pérez Lugín vio esos cuadros de la Plaza de Arcos y decidió rodar allí algunas escenas de la película «Currito de la Cruz» sobre su propia novela. Como esa película es de 1925, se entiende que mi padre ya había pintado ese tema antes.
Además de los presentados, conozco otros cuadros de Francisco Prieto por fotografías que publican periódicamente las casas de subastas. Por ejemplo, este:

En 2008 se vendió en Barcelona este lienzo del artista vallisoletano:

Y la casa de subastas madrileña Francisco Durán vendió este óleo sobre lienzo datado en 1955 y conocido como Jardín con fuente:

Francisco Prieto tiene (que yo sepa) tres cuadros en el Museo de Cádiz, institución a la que la familia del pintor donó recientemente la obra titulada Las cobijadas de Vejer de la Frontera:

Este es otro de los cuadros de Prieto en dicho museo:

Y este es el tercero, que es otra versión de la antigua plaza de toros de Arcos que mostré antes:

La plaza de la Verdura en los años 30
El lienzo de Prieto viene a completar el conocimiento de lo que era la plaza de la Verdura en torno a los años 30. La mitad norte de este popular enclave se conocía gracias a una fotografía tomada en algún momento entre abril y noviembre de 1931 y que poseía Manuel Cabello Janeiro. Es esta:

Cabello nació en noviembre de ese año, y aunque no aparece “físicamente” en la foto, en cierto modo sí es también protagonista de la misma porque su madre, que sí aparece (en el balcón de la izquierda), estaba embarazada de él.
Cabe colegir que la imagen no es anterior a abril de 1931 porque a la derecha se lee el nombre de la plaza: Fermín Galán, como podemos comprobar en este detalle de la foto:

La plaza se rotuló con ese nombre el 24 de abril de 1931, durante la Segunda República, en homenaje al capitán del Ejército Fermín Galán Rodríguez, natural de San Fernando, que fue fusilado el 14 de diciembre de 1930 por encabezar una sublevación militar para instaurar este régimen de gobierno. Dicha denominación se mantuvo hasta el 5 de junio de 1937, fecha en que este enclave tan ubriqueño se dedicó a José Calvo Sotelo (después, desde el 10 de julio del 1937 se denominó General Mola, llevando el nombre actual de La Verdura desde el 8 de octubre de 1979).
La fotografía fue recreada por el pintor ubriqueño José Antonio Martel en 1991 mediante este cuadro:

Y también fue reproducida mediante este mosaico fijado a la entrada de la plaza de abastos de Ubrique:

La foto y el cuadro reflejan la vida en los años 30 en uno de los “centros sociales” del antiguo Ubrique. Según nos cuenta el mismo Cabello en uno de sus libros, en esta plaza “se dieron los más diversos actos, banquetes, mítines, circo, teatro, toros (como el del gayumbo o toro enamorado)”. Por su parte, Isabel Álvarez, ha comentado nada más ver el cuadro: “Mira Dolores haciendo churros –señalando a la señora del mantón en la cabeza que está a la izquierda y que vemos en el siguiente detalle del cuadro de Martel–; era la madre de Josefita, que todavía vive, que es la madre de Lola Flores…”
“Y esa puerta (la segunda de la izquierda) es la de la pescadería, y al fondo a la derecha el matadero, y en esas ventanas, a la derecha (debajo del azulejo) ponían unos palos en los que enrollaban las madejas de fideos”.
(Al parecer, en esta plaza tenía su sede la Agrupación Socialista de Ubrique).
Un testimonio
Mi amigo Rafael Hevia me envió el siguiente testimonio relacionado con la plaza de la Verdura, escritos con su particular gracejo y excelente estilo:
Recurriendo a mi memoria y la ayuda de mi hermana corroboro que efectivamente la imagen del fondo del cuadro corresponde al cuartel viejo de la Plaza de la Verdura de 1950. Recuerdo que en mi adolescencia me unía a un grupo que visitaba a Miguel Coronel, que allí curaba un inocuo aunque obstinado padecimiento. De ese lugar partió a Alemania en estado de soltero. A su regreso, se instaló en Ronda.
Hijo de Don José Coronel –director del Banco Español de Crédito, con sede en la Plaza– y de Doña Isabel Reguera, al enviudar este, se casó con Doña Elena Reguera, criando una familia numerosa. Don José falleció a temprana edad y Doña Elena –cuya prestancia y ascética figura destacaban sobremanera– se ocupó de continuar su educación y con el fruto de su ejemplar coraje y trabajo, darles estudios. No es un caso insólito de las viudas ubriqueñas.
El trazado y distribución interior de la casa-cuartel era el habitual por razón de su destino y época.
En las mismas dependencias vivió Don Humberto Janeiro, subalterno del Ayuntamiento y abuelo del mediático torero. En aquéllos interminables años de escasez, racionamiento y aislamiento, se encargaba de poner los farolillos y engalanar con gusto la feria y otras fiestas, con cerramientos de adelfas, lentiscos y otras plantas de nuestros ríos y sierra. Don Humberto distribuía las banderillas a los hermanos Reinitas y a otros finos toreros locales, en la lidia de los becerros en la extinta plaza de toros (la que, sin la elemental protección administrativa de la arquitectura histórica local, fue demolida, presa de la destrucción masiva de las máquinas al servicio de dudosos intereses).
En la última casa de la izquierda de la Plaza, estaba el consultorio o “casa de socorro” que regentaba el paciente Antonio Ríos. El practicante. Entre otros cometidos, se ocupaba de las visitas domiciliarias para vacunar a las niñas y niños, arañando la parte superior externa del brazo con un tipo de plumilla metálica para, seguidamente, inocular la vacuna e inmunizarnos contra la viruela. También ponía las inyecciones con agujas de un calibre que a nuestros ojos infantiles nos parecían arpones de banderillas taurinas.
De ese pánico se valían nuestros padres para intimidarnos a que, si no terminábamos de comer, vendría el practicante. Estos entrañables sucesos y la ocasional desgana por los alimentos los causaban los empachos por el consumo del palodul y otras chuchearías que vendía la singular Ana la Panala en su quiosco de la plaza. Pasado el tiempo, ese arsenal de placeres lo convertimos en el centro de abastecimiento de otros goces menos sanos: los chéster, los filismorris y los luquistriquis. Doña Ana: toda una institución de la distribución y de la posterior filantropía con nuestros hijos pequeños que no la entendían –no por su desarticulada voz o acento– sino por su proverbial recurso a la cariñosa expresión del “joío por culo”.




