viernes, 19 diciembre 2025

El breve paso por Ubrique del viajero Charles Rochfort-Scott en el primer tercio del s. XIX

El inglés habló de la existencia de una mina de plomo, testimonio que se une al de otros que también hablan de minas cerca de la localidad

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Entre 1822 y 1834 el capitán inglés de Ingenieros destinado en la guarnición de Gibraltar Charles Rochfort-Scott hizo una serie de viajes de aventura y descubrimiento por el Sur de Andalucía que plasmó en 1838 en un libro titulado Excursiones por las montañas de Ronda y Granada, una obra de gran calidad literaria adobada con el humor peculiar de Don Carlos (que así se lo acabó conociendo por estos lares). Este libro ha sido traducido por Antonio Garrido Domínguez y publicado en 2008 por La Serranía.

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Voy a trasladar la parte en la que narra su aproximación a Ubrique, una pequeña descripción de la villa y la salida de ella hacia Jimena. Empiezo con la narración de cómo llegó a Ubrique.

Para cambiar de horizontes, y movidos por las curiosidad de visitar algunos de los escenarios testigos de las hazañas de nuestro amigo Blas [un antiguo guerrillero que había conocido], decidimos dar un rodeo para llegar a Gibraltar a través de Grazalema y Ubrique.

[…] Desde el puerto del Bozal [sic], surgiendo a la izquierda, una trocha conduce a Ubrique, aunque la ventaja en cuanto a menor distancia que ofrece el camino, la estropea su enorme dificultad para atravesarlo.

[…] Por el otro lado, otra vez aparece la ruta de Ubrique, escondido entre las montañas. Se mantiene aquella, durante dos millas, siguiendo el curso del pequeño río y el de la imponente sierra. Llegando, sin embargo, a la entrada de un barranco, por el que fluye otra corriente de agua camino de la llanura, giramos hasta el norte, siguiendo por la margen del río hasta que el puente de Tavira [Tavizna] ofrece los medios para cruzar. Al ganar la orilla opuesta, una vez más se entra en un intrincado cinturón de montañas.

El nombre del río que se cruza por esta zona es el de Majaceite, dando su nombre a una solitaria venta que se halla junto al puente. El panorama ahora es soberbio: como telón de fondo, las montañas de Grazalema que habíamos atravesado por la mañana; a la derecha la torre de Alameda [¿Aznalmara?], colgada de un solitario montículo, se contempla a media distancia; y casi a la mano, se hallan las abruptas márgenes y corrientes cristalinas del río Majaceite.

Desde aquí a Ubrique la región es muy montañosa. La ciudad se distingue por primera vez, a una legua, desde la cumbre de una colina que está a unas seis millas de El Bosque. Se extiende por el fondo de un hondo valle al que singularmente rodena altas sierras. La primera parte del descenso es gradual, aunque antes de llegar a Ubrique es necesario subir una escarpada franja de terreno; para hacer todavía más compleja la aproximación, se ha pavimentado “a la española” el trozo de carretera que atraviesa el dicho montículo.

Entre las pétreas masas que cercan a Ubrique, circulan numerosos arroyos de camino hacia el valle. Luego agrupados en dos corrientes principales se dirigen a la ciudad fertilizando todo el suelo de la vecindad y creando un cinturón del más encendido verdor. En las montañas vecinas se encuentran minas de plomo, que ya han dejado de producir por falta de explotación. Cuando les pregunté a los habitantes de Ubrique por qué no se explotaban me contestaron:

–¿Dónde vamos por dinero? ¿Quién nos asegura que serán rentables?

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Es la segunda referencia que encuentro en textos antiguos a unas «minas de plomo» cerca de Ubrique. De la primera hablé en otro lugar. Era una muy escueta referencia que aparece en los Diálogos de memorias eruditas para la historia de la nobilísima ciudad de Ronda del cura Juan María de Rivera publicados en 1766. Uno de los dialogantes, Fariñas, refiriéndose a las riquezas del término de Ronda, menciona la existencia de minas de plomo en Ubrique:

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La información es vaga (¿qué es eso de lo de Ubrique?) y además cita fundamentalmente localizaciones próximas a Ronda o de su Serranía, por lo que podríamos pensar que se trata de un error, como confundir el nombre de Ubrique con el de Jubrique.

Pero lo cierto es que en algunos lugares de la Serranía de Ronda algunas fuentes antiguas afirmaban que había minas de plomo. Por ejemplo, en Casares, según aparece en el Registro y relación general de minas de la Corona de Castilla (1832):

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Hay otros documentos que se refieren a minas en Ubrique. Uno es el Boletín Oficial de Minas de 1845, publicado por la Dirección General de Minas. En él se cita una mina de plata en Ubrique, en el paraje de Cuatro Villas (?) registrada por un tal Vicente Velarde:

El otro documento está fechado en 1868. Se trata del libro Crónica de la provincia de Cádiz, de José Bisso, cuyo conocimiento he adquirido gracias a mi amiga Esperanza Cabello. En la página 10 de dicha obra se lee que en el término de Ubrique se habían realizado “labores sobre indicios” de galena argentífera (es decir, sulfuro de plomo con algo de plata), azufre y plata.

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Quizá el siguiente testimonio de Simón de Rojas Clemente Rubio, que en agosto de 1809 visitó Ubrique en viaje científico, sirva aportar alguna luz al enigma de la «mina de Ubrique». En las páginas 762 y 776 del libro Simón de Rojas Clemente Rubio: Viaje a Andalucía. “Historia Natural del reino de Granada” (1804-1809) (ed. Griselda Bonet Girabet, Barcelona, 2002), editado por Antonio Gil Albarracín, se lee:

[762 ] Me aseguran que a la derecha de la caída del Puerto del Lobo para Ubrique hay plomo.

[776] Las piritas son por lo común pequeñas, las mayores como balas, en fin, iguales a las que he visto sueltas de cerca [en] el Puerto del Lobo y otros me han vendido por plomo.

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Es decir, según este científico, lo que los naturales llamaban plomo era un tipo de pirita (sulfuro de hierro) globular que podría ser de la variedad limonitizada que se ve sobre estas líneas a la izquierda (tomada de foro-minerales.com).

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También podrían ser nódulos polimetálicos, básicamente de manganeso, que igualmente pudieran pasar por plomo. Según me cuenta el ubriqueño Pablo Moreno Jiménez, licenciado en Geología (y quien duda de que pueda haber minas de plomo cerca de Ubrique), en el pago del Horcajo, que no queda muy lejos del Puerto del Lobo (este está entre el pico del Adrión y el monte Higuerón), hay quien dice haber encontrado alguno de estos nódulos que la gente cree que son “meteoritos”. Y añade que donde claramente existe un afloramiento ligado a rocas similares a las que se encuentran en la zona de la Silla es en el lugar conocido como las Buitreras próximas a la estación de Gaucín. Véanse a la derecha y abajo algunos ejemplares de este tipo de minerales encontrados en las Buitreras.

Es comprensible que existn estos minerales en la Sierra porque, a diferencia del plomo, se forman en los fondos marinos y pueden emerger con las calizas.

Según la Wikipedia

Los nódulos polimetálicos son concreciones esféricas de 1 a 20 centímetros, excepcionalmente mucho mayores, que se han formado sobre un núcleo duro (fragmento de coral, diente de tiburón, etc.). Constituyen concentraciones extraordinarias de metales útiles, ya que, en promedio, contienen de 15 a 35% de manganeso, de 15 a 20% de hierro, de 1 a 10% de calcio y 1% de cobalto, cobre, níquel y titanio.

Así que al final teníamos nuestra “mina de plomo”, aunque no fuera de plomo verdaderamente. Ya se sabe: cuando el río suena, agua lleva.

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No está de más recordar que en Ubrique existía una canción de columpio clásica que hacía referencia a una «mina«:

Tres cositas tiene Ubrique
que no las tiene Medina:
el peñón de la Becerra,
la sierra alta y la mina.

Tampoco hay que perder de vista que «mina» puede ser una excavación que se hace para extraer un mineral, pero también un paso subterráneo para conducir agua o, en general, una galería subterránea o túnel. De hecho, Juan Vicente Vegazo Montes de Oca hablaba a finales del siglo XVIII de la «mina del Berrueco» en estos términos:

[…] peñón del Berrueco. También en ese peñón se descubren vestigios de romanos: tiene una mina en su centro y casi está hueco, por la puerta apenas puede entrar uno, se ven adentro como salas y varias cuevas.


Ubrique, bien… ¡pero qué posada!

Llegado a Ubrique, Rochfort-Scott lo describe así (exagerando bastante la población):

Las calles de la villa son amplias, limpias y bien pavimentadas; las casas buenas y de dos pisos; pero ¡cielo santo!, qué posada. No proporciona al fatigado viajero más que paredes desnudas y un suelo de madera. El censo se estima en ocho mil almas. Posee algunas curtidurías, molinos de agua, fábricas de sombreros y paños bastos. No me sorprendería que en su lugar estuviese una ciudad romana.

Se ve que era un viajero intuitivo y se deduce que no le dijeron nada de que tres décadas antes se habían descubierto las ruinas romanas de Ocur al lado del núcleo urbano de Ubrique.


Rumbo a Jimena

Merece la pena, finalmente, detenernos en la divertida crónica del accidentado viaje que hizo Don Carlos de Ubrique a Jimena:

A la salida del sol estábamos otra vez a caballo, ya que teníamos por delante un largo trayecto de cinco leguas para llegar a Jimena, atravesando una región muy montañosa. Durante una milla la carretera pavimentada transcurría por el valle en el que se encuentra Ubrique, pero luego, en el punto más al oeste de esta sierra, dejando la carretera de Alcalá de los Gazules a la derecha y tomando una dirección más al sur que hasta ahora; aquella se dirige a una zona de colinas que pronto disminuyen para convertirse en un mero sendero de mulas. Desde aquí, siguiendo en esta dirección, otra carretera se bifurca hasta Cortes, rodeando algunas alturas que cierran la cadena montañosa. El camino a Jimena, sin embargo, continúa todavía dos millas más, por un terreno comparativamente ondulado y sin cultivos. No obstante, al ganar la cumbre de un promontorio, a unas cuatro millas de Ubrique se produce un completo cambio en la fisonomía de la región. La mirada se abre a una vasta extensión de bosques, surcada por numerosos y hondos precipicios y punteado de abruptas colinas rocosas.

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La carretera, al atravesar este sombrío laberinto, continuamente sube y baja las resbaladizas orillas de numerosos arroyos que, a menudo, la interceptan, retorciéndose y dando vueltas en todas direcciones. Al alcanzar el corazón del bosque, el camino lo cruzan y lo cortan tal cantidad de senderos, y queda tan impenetrable a los rayos del sol por tan fuerte techumbre, que es difícil elegir uno entra tantos como se ofrecen a la mirada, siendo necesario utilizar la brújula para determinar la ruta de cada uno.

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El guía al que habíamos contratado pretendía estar familiarizado con todos los caminos del bosque, pero los desconocía tanto como nosotros. Los frecuentes “¡malditos!” y “¡carajos!” que, como truenos, empezó a farfullar a cada instante, fueron mensajeros de la cercana tormenta que no tardó en estallar. El sendero que había escogido como el apropiado vino a morir al pie del venerable tocón de un roble. Nunca vi a un mortal preso de tal ira; se arrancó de la cabeza el sombrero, lo arrojó al suelo y lo pisoteó una y otra vez, jurando, nos imaginamos, ya que no podíamos entenderlo, por todos los santos del calendario y por otros no incluidos en él. Disfrutamos de este espectáculo durante algún tiempo para, a continuación, esparcirnos en diferentes direcciones buscando el tan deseado sendero. Por último, un pastor, atraído por las voces que dábamos entre nosotros, vino en nuestro socorro. El guía, por su parte, seguía borbotando maldiciones dirigidas al bosque, a los ríos, a los caminos del infierno y a los que los habían construido. En vista de la inesperada ayuda, recuperó su estado habitual, asegurando en su defensa que un maligno duende, que gozaba extraviando a los buenos cristianos, debía esconderse en este “hi de puta bosque”. Sustentaba su argumentación diciendo que durante la guerra, sin decir cuál, un regimiento se había perdido al seguir las indicaciones del tal personaje, obligando a la milicia a pasar la noche al fresco, con gran detrimento de la misión que llevaba de su católica majestad.

Tras la pequeña odisea, surgió en nuestro camino una casa solitaria de nombre la venta de Montera, en mitad del trayecto entre Ubrique y Jimena, es decir, a once millas de la primera ciudad y a nueve de la segunda. Más allá, la carretera se enfrenta a una sucesión de altas colinas que separan al río Sogarganta [Hozgarganta] de la corriente del Guadiaro.

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Grazalema

Como complemento, copio las impresiones de Charles Rochfort-Scott en Grazalema, donde estuvo antes de ir a Ubrique:

De nuevo, subiendo, la carretera de Grazalema [desde Zahara] se adentra por un denso bosque, continuando durante cinco millas a lo largo de una angosta sierra, para bajar más tarde hasta un valle cubierto de viñedos, que se extiende al pie de la agreste montaña junto a la que se asienta Grazalema.

La subida a esta ciudad es muy fatigosa y peor sería si se encontrara pavimentada, ya que las carreteras en estas condiciones se descuidan mucho en España. Ascendimos con gran esfuerzo, alojándonos en la posada durante una hora o dos, tiempo más que suficiente para desayunar y visitar el lugar.

Es una población muy singular, edificada con las calles apiladas unas sobre otras, como escalones. Muchas de ellas, incluso, están excavadas en las rocas. Su mercado al aire libre es notable, bien provisto de frutas, verduras y animales de caza, incluidos venados y jabalíes. Cuenta con industria de paño basto y estameña.

Está situada al lado de un profundo barranco. Junto a este parte el único camino por el que se puede acceder a uno de los principales puertos de la Serranía. La villa ocupa, así, una destacada posición militar. También ella misma se puede considerar inaccesible, puesto que mientras por su espalda una montaña impenetrable la protege de un ataque por sorpresa, por el otro la guarda la pendiente montaña sobre la que se asienta. A su lado, la angosta carretera a Ronda se ha construido con enorme dificultad. El único lugar carente de defensa es el que se encara por encima de la población, es decir, hacia el oeste. Pero también en esa dirección puede oponer una obstinada resistencia a cualquier ataque.

Dominando tan importante puerto sobre las montañas, no queda duda de que Grazalema se construyó cerca o sobre los mismos cimientos de alguna fortaleza romana; por ciertas razones que más adelante señalaré, me inclino a penar que fue el sitio de la ciudad de Ilipa*.

Los habitantes, alrededor de seis mil, se pueden considerar de marcada valentía. Durante la Guerra de la Independencia, con la ayuda de sus hermanos de las montañas vecinas, se sublevaron contra el invasor, expulsándolo del lugar. En una ocasión rechazaron una columna de varios miles de hombres que habían llegado para conquistar la villa.

Al dejar la población, la carretera se adentra por un barranco que conduce a un puerto de montaña; bajo este se precipita un ruidoso torrente, saltando de abismo en abismo y azotando la base de la ciudad, construida en la misma roca. Un puente de reciente edificación, cuyos arcos desafían la ira de la espumosa corriente, da paso a la carretera de Zahara, que da vueltas por la cara este de la Sierra del Pinar. Nuestra ruta, sin embargo, continúa ascendiendo durante una milla y media a lo largo de la orilla derecha del terreno, para alcanzar la altura descrita antes, cuando hablábamos de la cadena montañosa, cuyo nombre es el puerto del Bozal [Boyar].

A este último se le considera uno de los pasos más altos der toda la Serranía de Ronda; debe encontrarse, por lo menos, a unos cuatro mil pies por encima del nivel del mar. las montañas de cada lado se elevan todavía a mayor altura; la de la derecha, conocida con el nombre del pico de San Cristóbal, se dice, como ya indicábamos antes, que fue la primera tierra que divisó Colón cuando volvía de descubrir América.

El panorama desde el puerto es majestuoso. A nuestra espalda se extiende la hermosa región boscosa que habíamos cruzado por la mañana, verbigracia, Ronda, su valle y las sierras distantes de El Burgo y Casarabonela. Hasta donde la mirada alcanza, la región se prolonga buscando las vastas llanuras de Arcos, por las que aparece el Guadalete en su camino a Jerez; a nuestra izquierda, a una distancia de más de cincuenta millas, se pueden distinguir la Bahía de Cádiz, sus blancas murallas y la cristalina superficie del océano azul.

Desde el puerto del Bozal, surgiendo a la izquierda, una trocha conduce a Ubrique…

—————————–
*Mencionado en el itinerario de Antonino, no la Ilipa de Estrabón y Plinio, situada en la orilla del río Betos, en la región de Sevilla.


Referencias

Miguel Ángel Peña DíazEl vaivén de la copla de columpio en la Sierra de Cádiz: la fiesta de Ubrique, Weblitoral.com (desaparecida). La canción de columpio sobre la mina de Ubrique la aportó María Nieves Romero en el año 2000, cuando tenía 67 años.

Juan María Rivera PizarroDiálogos de memorias eruditas para la historia de la ciudad de Ronda, 1766

Charles Rochfort ScottExcursiones por las montañas de Ronda y Granada, traducido por Antonio Garrido Domínguez, ed. La Serranía, 2008

Tomás GonzálezRegistro y relación general de minas de la Corona de Castilla1832

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