En España, a finales de 1849, seguía reinando Isabel II, que acababa de salir más o menos indemne de la amenaza que para su trono representó la segunda guerra carlista. Correos preparó la emisión de su primer sello, puesto en circulación el primero de enero de 1850. Y se promulgaba una ley que obligaba a usar el sistema métrico decimal en todas las transacciones comerciales. Eran signos que presagiaban estabilidad y progreso. Pero incluso en las circunstancias más halagüeñas, la vida de las comunidades humanas se ve salpicada cada cierto tiempo por inopinados episodios de violencia que hielan la sangre. Ubrique vivió dos de esos episodios, muy seguidos, en el invierno de 1849-50.
El primero
Del primero de ellos informaba el diario La Época del 22 de diciembre de 1849 en estos términos:
De Ubrique (Andalucía) escriben lo siguiente: «Anteayer mañana fue conducido á esta villa el cadáver de un joven natural de ella, encontrado el día anterior bárbaramente asesinado á media legua de distancia de la población. Había recibido siete puñaladas mortales en la espalda, y un hachazo en la cabeza. Ignórase aun quiénes sean los autores de tan horroroso crimen y las causas que pueden haberlo motivado. Hoy se ha trasladado aqui el juzgado de primera instancia del partido para la averiguación. ¡Quiera Dios que se consiga descubrirlos y no quede impune ese delito!
El segundo
No se habían apagado en Ubrique los ecos de tan luctuoso suceso cuando, una noche de primeros de febrero de 1850, la muerte se cobraba una vida que probablemente horas antes alentaba con todo el vigor de la mejor juventud. Un ubriqueño informó del suceso a la prensa. El diario La Patria dio así la noticia el día 15:
De una correspondencia de Ubrique, fecha 6 de febrero, copiamos lo siguiente: «Anoche á las diez fue alevosamente muerto N. Seller, peón público y alguacil portero del ayuntamiento. Contaré el hecho tal cual ha llegado á mi noticia. Hallábase en su casa preparado para acostarse, cuando se presentó á la puerta el jóven Vicente Romero Torres, hijo del secretario de dicha corporación, pidiéndole auxilio contra unos hombres que, estando él parado en plaza, esquina á la calle Real, hablando con José Vegazo Gutierrez y José Gomez Marin, les habian acometido al parecer con intento de robarlos, pues arrebataron el sombrera á este último. El desgraciado Seller salió acompañándole armado de un estoque, y dirigiéndose á la calle del Perdón, donde se habian trasladado los agresores y ofendidos, se acercó incautamente á los primeros, que resueltos desde el anochecer á matar á alguno para disfrutar el placer de dar puñaladas, se apoderaron de él, lo desarmaron, y con su misma herramienta le causaron tres heridas, de las cuales murió á los pocos instantes sin poder recibir la santa unción á pesar de hallarse á ocho pasos de la iglesia. A estas horas están presos los autores del asesinato, y aun se dice que uno de ellos ha confesado sin rodeos lo ocurrido.»
El domingo 17 de febrero, el semanario progresista El Clamor Público reflexionaba sobre estos hechos, que atribuía, entre otras causas, a la penuria que sufrían las clases populares:
Han vuelto á reproducirse en toda España los horrorosos asesinatos y los terribles crímenes que lamentamos á principios del invierno designando como causa en ellos la inmoralidad que con tanta rapidez se propaga y estiende entre nosotros. Los crueles homicidios perpetrados en Almagro, Calasparra y Ubrique, los robos cometidos en las provincias de Jaén y Asturias y el suicidio acaecido en Sevilla, no tienen otro orígen que la corrupción en que se halla la sociedad actual y la miseria que aflige á las clases menesterosas (…)
En su siguiente número este medio insistía en la misma tesis:
La estadística criminal va tomando colosales proporciones. A los asesinatos de Almagro , Calasparra y Ubrique, de que hablamos el domingo último, tenemos que agregar los de Villar de Torre, Santander, Salamanca y Taradell, el escalamiento de la cárcel de Toledo y el escandaloso robo cometido á mano armada en el barrio del Perchel de Málaga. Tales crímenes, producidos por Ja inmoralidad que cunde y se propaga con pasmosa rapidez en este desgraciado pais, se deben tambien á la miseria cada dia mas terrible y alarmantes que padecen las clases pobres de muchas provincias.
Sea como fuere, la vida continuó en Ubrique. Prueba de ello es que en aquellos mismos tiempos en que se manifestó en el pueblo tan crudamente la pulsión de Tánatos, Eros no dejó de luchar contra su eterno enemigo lanzando flechas con punta de oro a un puñado de ubriqueños que bebían los vientos por una paisana…
Crímenes fuera de Ubrique
Y ya que estamos con temas de crímenes, y para apurar hasta la última gota de hiel, hablaré de otro crimen sucedido en la misma época con víctima ubriqueña, aunque fuera de Ubrique. Y también de otro ocurrido casi 40 años más tarde también con víctima ubriqueña pero lejos del pueblo. El primero es especialmente dramático por el cúmulo de delitos cometidos por el mismo sujeto, incluido el maltrato a su familia.

En Alcalá de los Gazules
Uno de los crímenes sucedió en Alcalá de los Gazules en un momento indeterminado que pudo ser los últimos meses de 1851 o los primeros de 1852, según se deduce de la lectura de la noticia, que fue publicada por varios medios, y entre ellos La España del 27 de julio de 1852. Este periódico advertía que “apenas puede leerse sin un estremecimiento de horror la siguiente relación que hace un periódico de Sevilla”. Y tenía razón.
Hemos recibido noticias de un crimen, o más bien de varios crímenes espantosos, acaecidos en el término de Alcalá de Gazules, y de los cuales ya entienden los tribunales.
En una choza situada en las entrañas de un monte existía una familia de cabreros compuesta del padre, su esposa, un hijo y una hija, jóvenes ya, y otros pequeños. El padre se había enamorado de la hija y quería violentarla, habiendo una continua guerra de voces, porrazos y malos tratamientos, guerra que llevaba ya unos dos años, sin que la infeliz esposa ni ninguno de los hijos produjera queja alguna a la justicia.
La hija tenía un novio natural de Ubrique, el cual solía trabajar en aquel término; y como con objeto de verla, o porque quizás se le echase una vez la noche encima, pidió licencia al padre, sin recelar que hablaba con su rival, para quedarse allí hasta el día.
El padre convino en ello, y a medianoche se levantó, amarró mientras estaba durmiendo al infeliz amante de su hija, y lo sacó arrastrando de la choza al campo sin responder a las asombradas preguntas de su víctima. Luego que estuvo fuera le cortó la cabeza, dividiéndola enteramente de su tronco, y llamó al hijo para enterrar los restos humanos que ensangrentados tenia a la vista. El hijo obedeció, y al pie de una cañada hicieron ambos un hoyo y en él sepultaron al desgraciado amante, cubriéndolo con piedras en figura de un pequeño vallado.
Se redoblaron por parte del padre los malos tratamientos, siendo rara la noche en que la contienda no era espantosa. En los tres meses últimos, la hija no ha dormido nunca de noche sino de día, mientras el padre salía tras el ganado y siempre velada por la-madre.
Los malos tratamientos llegaron al último grado de excesos, pues el padre había ya dos días que tenía amarrada a su hija a un árbol, cuando el hijo se escapó, presentándose al alcalde de Alcalá, al cual hizo relación no solo de lo que llevamos expuesto, sino de que él, acompañado de su padre y obligado por él, habían hecho todos los robos últimos de aquellos contornos.
El alcalde no procedió de ligero, puesto que si acudía una fuerza a prenderlo, era fácil se escapara, tanto más por recordar que cuantas veces se llegaban a su choza no estaba en ella, pretextándose que andaba tras el ganado; además de que siendo un excelente tirador de escopeta y que viéndose perdido, pudiera a la desesperada asesinar a alguno de los que fueran en su perseguimiento.
Así pues, diciendo al hijo que no hablase a nadie palabra del asunto, le mandó una papeleta de apremio por la última contribución que tenía satisfecha el criminal. Este, como era consiguiente, rechazó la exigencia, y para demostrar la razón de su negativa, acudió a la autoridad con los recibos comprobantes del pago de su cuota.
Entonces el alcalde, que había puesto en junto a varios guardias civiles, le echó roano, fuese a la choza y desamarró a la hija, tomando declaración de lo ocurrido, y luego se llegó al paraje de las piedras en que estaba enterrado el novio de la hija y halló el cadáver aún en estado de conocérsele, sin embargo del tiempo transcurrido; lo que se atribuye a estar enterrado al pie de la cañada, por donde pasa una pequeña corriente.
En todo actúa el juez de Medina Sidonia, de cuya rectitud esperan los pueblos sabedores de tamaño crimen, la pronta y severa satisfacción de las leyes ofendidas.
En Aznalcóllar
El otro crimen sucedió en una de dehesa de la localidad sevillana de Aznalcóllar y la víctima fue el albañil ubriqueño Diego Pastor Domínguez. Lo contó El Día del sábado 3 de septiembre de 1887.
En la mañana del 26 de agosto último se presentó a la Guardia civil del puesto de Aznalcóllar el guarda de la dehesa denominada «Andrés Martín» llamado Juan Barranco, manifestando que había tenido una cuestión con el albañil que trabajaba en el caserío de la dehesa y que lo había matado.
En vista de esta declaración, quedó detenido el citado guarda, y acto continuo la pareja dio conocimiento al juez, el cual, en unión del médico, salió para el sitio del crimen.
El espectáculo que se presentó a la vista de las autoridades al llegar al lugar de la ocurrencia fue horroroso, pues el desgraciado albañil estaba completamente bañado en su sangre y tenía 25 puñaladas, todas graves, en los costados, pecho y espalda, producidas con un cuchillo de monte de 37 centímetros de largo.
Este infeliz se llamaba Diego Pastor Domínguez, era natural de Ubrique (Cádiz) y hacía pocos días que estaba trabajando en la dehesa.



