viernes, 19 diciembre 2025

El hermano lego Fray Tomás de Ubrique y la macabra historia de su retrato

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Observando este cuadro alguien ha dicho que “representa el busto de un fraile de larga barba blanca, vestido con el hábito franciscano, las manos unidas con una cruz y los ojos cerrados en actitud de oración”. Pues bien, puede asegurar que efectivamente era fraile capuchino, pero orando no estaba.

Podríamos preguntarnos para empezar: ¿quién es el señor del cuadro? Responde a esta pregunta la leyenda al pie:

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Retrato del Venerable Hermano Fray Tomás de Ubrique, Religioso Lego, varón cuyas virtudes de humildad, recogimiento y pobreza altísima lo elevaron a la santidad más heroica, manifestándola el Señor con la flexibilidad en que quedó su cuerpo, presenciándola con edificación todo el pueblo los tres días que estuvo sin enterrar. Murió en este convento a 8 de diciembre de 1807 a los 75 años de edad y de religión 54.

En realidad, el número de años de ejercicio religioso de este lego no se lee bien en la imagen, pero he escrito escribo 54 porque son los que se dicen en la Historia de la Villa de Ubrique, cuyo autor, Fray Sebastián de Ubrique, dedica todo un capítulo a este hermano capuchino suyo del que, entre otros prodigios, se afirma:

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En realidad, Fray Sebastián lo que hace es copiar un relato que escribió un fraile llamado Ángel de León dentro del Libro segundo de la historia y fastos del convento de capuchinos de N P. S. Francisco de la ciudad de Sevilla. Diré en resumen que Fray Tomás, que había nacido en Ubrique en 1731 o 1732, fue siempre hermano lego (es decir, no sacerdote); que trabajó como hortelano en los conventos en que estuvo (Ardales, Ubrique, Sanlúcar, Marchena y Sevilla, donde murió); que todos lo tenían por “oscuro”, aunque reconocían sus virtudes de ayuno, penitencia y mortificación; que algunos se mofaban de él; y que al morir fue reputado de santo por sus compañeros de convento y por muchos devotos.

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Huerta y jardín de los Padres Paúles (Convento de Capuchinos (redjaen.es))

Fray Tomás el hortelano

Empieza Fray Luis su “hagiografía” de Fray Tomás así:

Tomó el hábito en el noviciado de Granada, el año de 1754, a los 22 años y meses de su edad, y, como hombre de campo, lo aplicaron a la huerta. Fue siempre de vida oscura, sin trato ni rozo de gentes, porque desde el noviciado lo destinó la obediencia al convento de Ardales, donde adoleció de tercianas, por cuya causa lo mandó la obediencia a su patria, Ubrique, para restablecer su salud. En este convento el prelado lo aplicó a la huerta, mandándole que no diese de ella a frailes ni a seglares cosa alguna, lo que ejecutó tan materialmente que llegaron las quejas al guardián de que el hortelano era muy miserable. El guardián le reconvino, diciéndole que su intención era que no diese ni repartiese tanto que la comunidad careciese de lo que necesitase para su sustento.

En 1764 lo mandaron al Seminario de Misiones que se había establecido en Sanlúcar, “huyendo de sus parientes y paisanos”, según asevera su cronista. Allí se le encomendó de nuevo el cuidado de la huerta. Y desde 1772 hizo lo mismo en Marchena:

Fr. Tomás continuó en Marchena de hortelano, que fue siempre el oficio que tuvo hasta el año de 1804, en que por sus años y achaques el prelado lo relevó y lo puso en la sacristía, donde su genio retirado padeció no poco con el rozo de las muchas beatas que concurren a aquella iglesia a oír misa, confesar y comulgar. (…) De modo que en sus cincuenta años que fue hortelano, vivió como en un desierto, sin conocimiento del mundo y sin trato ni comunicación con seglares; hasta con los frailes se escaseaba para tener más comunicación con Dios; y lo mismo hizo el tiempo que vivió en Sevilla hasta su muerte.

Describe Fray Ángel así la faceta moral del personaje:

Fue pobre, casto y obediente (…), era un retrato vivo de la pobreza seráfica. Nada tenía y nada poseía. Su persona y celda carecían de lo preciso para vivir como pobre religioso capuchino, pues usaba menos de lo que concede la Regla y Constituciones, y menos de lo que tienen las aves del aire, que estas nacen y se conservan con sus vestidos; y Fr. Tomás desnudo, aunque cubierto con un saco penitente por la honestidad. (…) Ya vimos su retiro y negación de sí mismo de todo aquello que pudiera mancillarla [la castidad], y cómo limpiaba el cristal de su pureza con disciplinas, con ayunos, con austeridad y con negación continua. La obediencia de Fr. Tomás fue como la de un hombre muerto, que va donde lo llevan y se está quieto donde lo ponen.

Y justamente eso le pasó al final, como cuento a continuación.


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La historia del retrato

Fray Tomás murió un 8 de diciembre, día de la Inmaculada. Dice el cronista que en las distintas festividades religiosas del mes de noviembre relacionadas con la Virgen

se le vio a Fr. Tomás rebosar de júbilo y alegría que tenía su alma, con el rostro encendido y como fuera de sí. No cabiendo en su celda ni en el convento, salía a la calle de la huerta, a tomar ensanche, tiraba la muleta [su apoyo para caminar] e iba con la mayor aceleración que podía a recogerla, y volvía a tomarla y a hacer lo mismo. Un religioso también anciano le dilo: –Tomás, ¿qué es eso? –Esto es recrearme. –Pues ¿qué hay? –Lo que hay son buenas nuevas. –¿Qué cosa? –Son del cielo, no de la tierra. Y continuaba tirando su muleta y repetía ir a cogerla, preludio de su próximo fin, como a los pocos días se vio por su muerte.

El 30 de noviembre enfermó gravemente.

El médico graduó la calentura por catarral y después pulmonía (…). El paciente a todo esto estaba con mucha serenidad y alegría (…) volviendo a quedar en su paz y sosiego, como era su costumbre, sin hacer el más ligero sentimiento, ni desear ni procurar medicinas, caldo ni alimento alguno, aunque siempre dispuesto a hacer lo que los médicos ordenaban y los enfermeros disponían, como verdadero obediente.

Total, que murió santamente. Pero los frailes andaban como inquietos y parece que no estaban dispuestos a que el tránsito de Fray Tomas sucediera sin pena ni gloria, por lo que algunos incluso propusieron que se le hiciera un retrato ya muerto. Copio el relato de Fray Ángel:

Como el día de la Inmaculada Concepción de nuestra Señora es de tanta solemnidad para nuestra religión capuchina (…) el M. R. P. guardián, Fr. Mariano Antonio de Motril, mandó a saber de los enfermeros si el cadáver de Fr. Tomás podría aguantar corrupción sin hasta el miércoles 9 de diciembre, para, si no, darle sepultura el mismo día de la Virgen en la noche, después de los maitines con Sacramento manifiesto. Respondieron que podía aguantar sin peligro de corrupción. En efecto, se suspendió el entierro para la mañana del día siguiente y en la tarde del mismo día de la Virgen dispusieron algunos religiosos hacer retratar a Fr. Tomás. Con licencia del guardián presidente llamaron al pintor D. Joaquín Bejarano, que luego que vio al cadáver se ofreció gustosamente a hacerlo, por la moción [emoción] que le causó. Para esta ejecución lo sentaron en el féretro, sostenido por un banquillo que le pusieron a la espalda, por estar flexible y tratable su cuerpo, aun más que si estuviera vivo, y sin causar horror ni fetor [hedor] alguno, antes al contrario algunos religiosos sintieron olor de suavidad y que a todos agradaba su vista.

Joaquín Cabral Bejarano, efectivamente, era un pintor sevillano de la época, de estilo neoclásico. Fue mucho más famoso como pintor su hijo, Antonio Cabral Bejarano (1768-1861), que colaboró con su padre desde muy temprana edad en la decoración del convento de la Trinidad (1814) y el adorno del Archivo General de Indias (1816).

Después de plasmado en el lienzo, quisieron comprobar “científicamente” si Fray Tomás había muerto el olor de santidad.

Aquella misma noche de la Virgen, los mismos religiosos promotores de retrato, excitaron al enfermero Fr. Mariano de Fuente Ovejuna, que es sangrador de oficio, que sangrara al difunto. A las 21 horas después de su muerte lo ejecutó en seco, en un pie y un brazo. Del pie salió agua-sangre y del brazo sangre líquida, la que recogieron los frailes que concurrieron en paños de lienzo como reliquia. Se suspendió también el entierro el día señalado por reconocerse el cadáver sin señal de corrupción, y para que el pintor perfeccionarse el retrato.

Decidieron llamar al médico del convento, que era Antonio Santaella, viejo conocido nuestro porque la década anterior había estado en Ubrique para ser uno de los primeros testigos e informantes del descubrimiento de las ruinas romanas de Ocur. Le interesaban mucho los fenómenos de la ciencia moderna. Escribió una Disertación física sobre los efectos de la electricidad en animales y plantas y otras obras no publicadas en las que trató el fuego, el éter, la electricidad y la luz desde un punto de vista vitalista, antimecanicista. Este médico era además naturalista, humanista y filósofo, y acabó siendo profesor de la Universidad de Sevilla. Perteneció a la Real Academia Sevillana de Buenas Letras desde 1788 y a la Regia Sociedad de Medicina y demás Ciencias desde 1792. Al decir de un especialista, era “un ejemplo de las fronteras difusas que separaban la ciencia y las letras en aquellas época”.

Sigue narrando Fray Ángel:

Y en aquella tarde del día 9 se juntaron en el convento médicos, cirujanos y sangradores, presidiendo el médico del convento, D. Antonio Santaella, y, reconociendo el cadáver, declararon su incorrupción presente, y unos dijeron que era contra lo natural y otros que era aún natural, y no signo de especial virtud, prescindiendo de la fama y virtud que Fr. Tomás tuvo en su vida. Y por lo que hace a las sangrías, declararon que no era cosa extraña echar sangre un cadáver después de su muerte. No obstante esto, aquella noche del 9 los frailes lo volvieron a sangrar, a las 45 horas después de su muerte, y corrió sangre de las picadas de la lanceta lo mismo que el día anterior, y, contra el dictamen de los facultativos, sintieron que no era natural que un cadáver, después de 45 horas, echase sangre, como si estuviera vivo, sin corrupción y con flexibilidad en lodos los miembros y partes de su cuerpo. Y porque esto solo se ha visto en algunos santos mártires y otras personas muertas a traición que piden venganza al cielo y a la justicia de la tierra, y lo uno y lo otro se ha tenido por cosa extraordinaria.

Empezó a correr la voz por Sevilla de que había fallecido un santo varón. Vino el vicario general del arzobispado, que tomando las manos del difunto y le dijo: “ora pro me”.

Se dispuso que el entierro fuese el día 10, “y durante el oficio de difuntos, misa y sepelio parecía la iglesia una feria por su inquietud”.

Del féretro tomaron las hierbas y flores que tenía, y el hábito en menudos pedazos se lo llevaron por reliquia, después de tocar en el cadáver rosarios y pañuelos. Y si los religiosos que lo guardaban hubieran sido menos activos, le llevaran por reliquias los paños de la honestidad. Se llevó con mucha dificultad el cadáver al panteón, y allí quedó insepulto en el mismo féretro, donde se le puso otro hábito.

Más tarde volvieron a traer el cadáver “para satisfacer la devoción de muchas ilustres señoras que lo querían ver, y era tal el concurso que se gastó otro hábito en menudos pedazos”. Finalmente lo llevaron a un nicho “para evitar más tropelías y concursos” y poner freno al dispendio de hábitos, pues el difunto costó tres al convento: “uno con el que murió, otro con el que se amortajó y el tercero con el que segunda vez se amortajó, y con este está en el nicho todo recortado”.


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CarlosVdeHabsburgo – CC BY-SA 4.0, https://commons.wikimedia.org/w/index.php?curid=61368296

Los milagros

Sepultado el hermano lego hortelano, todo quisque dio en hacerse lenguas de los supuestos hechos sobrenaturales que había protagonizado el finado, hechos a los que, en vida de él, parece que nadie había concedido excesiva verosimilitud. Por ejemplo, el viaje que hizo de Marchena a Granada, y vuelta, a pie, en cuestión de horas; o sus visiones de las “cavernas y calabozos del calabozo del Purgatorio y del infierno”; o su contemplación con todo género de detalles de la Virgen el día de la Candelaria, a la cual vio con

el dulcísimo Jesús en sus brazos, sentada en su jumentita, y el Sr. San José a su lado, del modo que llegaba de su camino desde Belén a Jerusalén, con un manto grosero de paño de color de lana negra, saya o túnica de lo mismo, ceñida con un cíngulo del mismo color y tela de la túnica, zapatos cerrados de cordobán negro, toca de lienzo claro en la cabeza o de beatilla, que llaman de Castilla y usan las aldeanas, prendida en la mitad de la cabeza y dando vuelta por delante al pecho; calan los extremos a la espalda hermosísima y honestísima, como ella misma.

Y muchos depusieron ante los correspondientes jerarcas religiosos que en su salud habían obrado milagros los jirones del hábito de Fray Tomas que se habían aplicado. Así, un joven de 22 año, “habiéndole acometido improvisadamente a la cabeza y ojos una erisipela inflamativa y fortísima, que se le hinchó la cabeza y le turbó la vista”, sanó poniéndose donde le dolía un pedacito de sayal del hábito del hábito de Fray Tomás. Una señora se había pinchado con unas tijeras la planta del pie, “introduciéndoseles en la carne como tres cantos de peso duro”, lo que le impedía andar, sintiendo inmediato alivio y experimentado curación de una herida que ya estaba negra en cuanto puso en contacto con esta un trocito de la santa tela. Otro caso milagroso fue este:

En la parroquia de San Juan de Acre de Sevilla, el día de la Purificación de nuestra Señora, a 2 de febrero de este año de 1808, José María de Jesús, niño de pecho, hijo de José Corazón y de Josefa de Jesús Villegas, padecía calenturas, dejó de mamar y se puso en términos de morir. Su madre le aplicó al pecho del niño un pedacillo de sayal del hábito de Fr. Tomás, y en el momento abrió el niño los ojos, tomó el pecho, y se crio sano.

En fin, en el libro de Fray Sebastián se pueden leer dos decenas de milagros más. Eso sí; todos ocurrieron en las semanas subsiguientes al óbito de Fray Tomás. Se acabaron los trocitos de hábitos y se terminaron los milagros. Para colmo, en 1880 un capellán capuchino sacó por error los huesos del nicho de Fray Tomás y los echó en el osario general, arruinando así la posibilidad de rescatar reliquias sanadoras.

Arte: F3-036. MILAGRO DEL PIE. SAN ANTONIO DE PADUA. ÓLEO SOBRE LIENZO. SIGLO XVIII. - Foto 1 - 54648670
Anónimo. Milagro del pie – San antonio de Padua. Óleo sobre lienzo. Siglo XVIII

Un buen hombre

Yo me quedo con otras virtudes de mi paisano que quisiera adquirir para mí algún día. Al parecer tenía siete “máximas espirituales” que llevaba escritas en un papelito en la manga del hábito. Entre ellas, estas: “No me pararé a juzgar vidas ajenas, que esto a mí no me toca” o esta: “Yo quiero hacer en la vida lo que en la hora de mi muerte querré haber hecho”, o esta, aunque no la entienda bien del todo: “Acostumbrémonos a callar en las cosas de ninguna importancia, para saber callar las que importan; y persuadámonos a eso: que jamás son tan hermosas o buenas aquellas cosas que se nos ofrecen decir, cuanto es hermoso y bueno el silencio”.

De Fray Tomás parece que se mofaban algunos frailes, sin que a él le importara. Lo deduzco de este párrafo tomado del texto del cronista:

Leyendo Fr. Tomas a Fr. Luis [un fraile ciego, culto] “El Capuchino Retirado” en la calle de la huerta de este convento, se paraba mascullando los latines y Fr. Luis le decía: “Esa no es comida de tontos. ¡Adelante!”. Y Fr.·Tomás le decía: “Pues será de discretos” (…). Fr. Luis, luego que murió fray Tomás y percibió la moción que había causado, dijo a algunos religiosos: “Yo no sabía que Fr. Tomás era tan santo, me chanceaba de él y él llevaba con mucha humildad mis majaderías. Fr. Luis le preguntó a Fr. Tomás: –¿Qué oficio tenía V. C. [vuestra caridad] en el siglo? Le respondió que cardador de lana, y cuando no había que cardar, se iba al campo a trabajar. –¿Y qué enfermedad tiene V. C., Fr. Tomás? –Estoy quebrado –respondió este–, tengo lastimado el pecho, los pies casi baldados, y ando por esta calle de la huerta con mucho trabajo. En Marchena, como no podía servir en la huerta, me hicieron sacristán, y como no podía subir y bajar escaleras continuamente para llamar confesores, me relevaron de la sacristía y me mandaron en un carro a esta enfermería, que de otro modo no podía venir.

Por cierto, Fray Tomás de Ubrique era para sus amigos y familiares simplemente Domingo. Domingo Vegazo. Una buena persona, creo yo.


El retrato de Fray Tomás está tomado de esta página del Instituto Andaluz de Patrimonio Histórico:  Fray Tomás de Ubrique – Guía Digital del Patrimonio Cultural de Andalucía. Según esta institución se trata de una pintura de caballete al óleo, de estilo neoclásico, de 74 × 53 cm.

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