viernes, 19 diciembre 2025

Enfrentamientos de los III y IV duques de Arcos con los vecinos de las Cuatro Villas

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Desde 1492 los cuatro pueblos de la Serranía de Villaluenga (Ubrique, Grazalema, Benaocaz y Villaluenga) vivieron bajo la bota feudal de los duques de Arcos. Esta dinastía había recibido de los Reyes Católicos “merced y gracia y donación perpetua y no revocable para siempre jamás” no solo de las villas, sino también de los “vasallos y vecinos y moradores de ellas” como premio por haber sigo Rodrigo Ponce de León, marqués de Cádiz, un ser humano que no tuvo el menor escrúpulo de conciencia en traspasar con su lanza a cualquier otro ser humano (musulmán, especialmente) habitante de estas tierras que se interpusiera entre él y su futuro bienestar, así como el de su descendencia, bienestar que se complacía en basar en el aprovechamiento del sudor de sus semejantes. Algunos de los sucesores de este personaje sin escrúpulos se aferraron a los “derechos” adquiridos por su belicoso antepasado e intentaron no ceder ni un ápice a sus «vasallos». Por supuesto, también hubo honrosas excepciones, pues por ejemplo la duquesa Beatriz Pacheco sí hico alguna generosa concesión.

Dos duques de Arcos que destacaron por sus enfrentamientos con los vecinos fueron los que llevan los órdenes 3º y 4º en la dinastía, ambos bautizados también Rodrigo Ponce de León. Su forma de actuar revela que habían heredado el espíritu de superioridad de su ancestro. 


El III duque fue denunciado por amparar a forajidos

En 1592, el III duque fue denunciado por Juan Pulido “y otros sus consortes” de las Cuatro Villas por permitir que en sus propiedades se refugiaran bandidos, según se lee en un Índice de los documentos referentes a las Cuatro Villas perteneciente a la Casa de los Duques de Arcos que se conserva en el Archivo Histórico Nacional (OSUNA,C.4574,D.4):

en el Bosque de Benamahoma, que era dehesa cerrada, se recogían salteadores y personas de mal vivir consintiéndolo el Duque y sus justicias, y que en él se hacían malos tratamientos a los caminantes y los ganados y reses grandes daños en las heredades y sementeras de los vecinos y comarcanos sin abonárselos a sus dueños.

Farax-aben-Farax 1859

Lo que estaba ocurriendo debía de ser relativamente habitual en aquella época. Los caminos estaban atestados de salteadores y de gente de mail vivir que hacían al prójimo las tropelías que consideraban oportunas y se refugiaban en los bosques y montes. Lo curioso es que, según parece, los señores feudales toleraban estos desmanes, probablemente porque, como no podían domeñar a los bandidos, les era más productivo estar a bien con ellos para que respetaran sus haciendas. Este privilegio de impunidad pactada o tácita incluía a los monfíes, nombre derivado del árabe “desterrado” que se les daba a los moriscos que se habían refugiado en las serranías del antiguo Reino de Granada y que practicaban el bandolerismo. Así lo afirmaba en 1638 el cronista Francisco Bermúdez de Pedraza en su Historia eclesiastica: principios, y progressos de la ciudad, y religion catolica en Granada… (adapto ligeramente al castellano moderno):

Estos monfíes eran gente que se mantenía de sus oficios en los lugares donde entraban, casábanse, labraban la tierra y con mujeres e hijos afianzaban su seguridad. También les prohibieron la inmunidad de las Iglesias, pasados tres días… Fuéronse a vivir a las montañas, e hiciéronse fuertes en ellas; de aquí salían a hacer fuerzas, hurtos y homicidios para vivir.

Había en el Reino de Granada una costumbre antigua de que todos los que cometían delitos se salvaban y estaban seguros en los lugares de señorío. Una cosa malsonante, y que se juzgaba por causa de más delitos, porque era favor de malhechores, impedimento de la justicia y desautoridad de los ministros de ella. Por estos inconvenientes se mandó a los señores no admitiesen en su tierra gente de esta calidad.

[Espesuras de la sierra de la Silla (senderismotercertiempo.blogspot.com]

El duque asegura que perseguía a bandidos y monfíes

El duque de Arcos se defendió de estas acusaciones aportando una Información el 15 de febrero de 1592 ante el alcalde de Villamartín. Se deduce que Ponce de León consideraba que los vecinos estaban enojados con él por no haber conseguido que la Chancillería de Granada les adjudicara “el bosque y la dehesa de Benamahoma que se llamaba de Marchenilla y Aznalmara” en un pleito que habían mantenido vecinos y duque, a quien finalmente se le reconoció la titularidad de esos bosques y dehesas.

Aseguraba Ponce de León que en ellas tenía “un alcaide y guardas mayores y menores para custodiar la casa, yerbas y árboles de ellas, los cuales guardas eran hombres cuerdos y pacíficos que solo trataban de conservar la dehesa, árboles y yerbas de ella sin procurar diferencias ni contiendas”.

Y agregaba

que en dicha dehesa jamás se han recogido ni recogían hombres delincuentes y de mal vivir por el alcalde y guardas, antes eran enemigos de los facinerosos, y que los alcaldes de la serranía en cuyos términos se comprendía dicho bosque habían castigado y perseguido a los monfíes, los salteadores y hombres perjudiciales con ayuda de dichos alcaide y guardas.

Admitía que podía haberse suscitado en aquellos bosques alguna pendencia, pero provocada “por algunos hombres delincuentes que iban de mano armada”, y que los guardas se habían defendido, y que “si algunos se habían excedido”, habían sido castigados.

No admitió la acusación que se deduce que se le había hecho de que sus ganados hubieran causado daños fuera de sus dehesas, “porque tenían suficiente sustento en ella todo el tiempo del año”.


El Rey ordenó liberar a presos que había hecho el duque por oponerse a las levas de soldados 

Cinco años más tarde el III duque de Arcos seguía enfrentado a sus vecinos, pero en este caso por una causa muy diferente. Hay que explicar que este Rodrigo Ponce de León era principalmente un militar. Según la Wikipedia, Felipe II lo nombró capitán general de las costas de Andalucía. En marzo de 1597 el Rey le permitió hipotecar bienes de su mayorazgo por un valor de 9000 ducados con el fin de “poner a punto los sesenta jinetes con que os mando servir” (David García Hernán, Aristocracia y señorío en la España de Felipe II: la Casa de Arcos. Universidad de Granada, 1999).

El duque decidió que siete de esos jinetes tendrían que aportarlos las Cuatro Villas. Estas se negaron apelando a derechos que aseguraban poseer (más abajo aclaro la justificación de esta pretensión). Así que el duque encarceló a los que no cumplieron sus órdenes. Pero las villas reclamaron y el Rey les dio la razón dictando una provisión el 18 de julio de 1597

para que el duque de Arcos y su alcalde mayor de las Villas de Villaluenga, Benaocaz, Ubrique y Grazalema soltasen a los vecinos de las dichas villas que tenían presos porque habían alegado contra el auto provisto por dicho alcalde mayor en que mandaba repartir a las expresadas villas siete jinetes para que a costa de ellas y de sus propios saliesen cuando fuesen llamados, siendo así que los vecinos de ellas eran libres de levantar gentes y soldados y de pechar y contribuir para ello, así por ser como eran caballeros de cuantía y mantener como tales armas y caballos para cuando los llamaban, como porque tenían una provisión para que no se les repartiesen jinetes ni soldados.

Según el Diccionario Panhispánico del Español Jurídico, un caballero cuantioso (caballero de cuantía) era un “villano enriquecido que destinaba una cuantía de su patrimonio al mantenimiento de armas y caballos, y a tenerlos preparados para la guerra, a cambio de obtener la cualidad de caballero y generalmente participar en el gobierno de las ciudades”.


El IV duque quería que los pueblos le hicieran un regalo «para mantillas»

Le negativa de los habitantes de las villas a ser reclutados provocó un incidente mucho más trágico que los anteriores. Estamos en la época del siguiente duque,  Rodrigo Ponce de León y Álvarez de Toledo, sucesor del III. Este consiguió dignidades adicionales a las que ya tenía, pues llegó a ser virrey de Valencia y de Nápoles. En este último lugar hizo gala de su incapacidad de negociación con sus semejantes y tuvo que renunciar y salir por pies al declararse incapaz de contener a unos tumultuosos que habían puesto precio a su cabeza. Pero mucho antes de eso había creado otros quebrantos a los habitantes de la Serranía de Villaluenga.

Resulta que al señor había tenido un hijo y, no contento con todo lo que ya poseía, pidió a los concejos de las Cuatro Villas que “le diesen para mantillas” los montes de bellotas de Barrida, Bogas, Hecho del Medio y Mulera. Las “mantillas” eran el regalo que hacía un príncipe a otro a quien le nacía un vástago. Las villas le hicieron el regalo solicitado, que podía producir en rentas y aprovechamientos hasta 4000 ducados. El problema fue que el Rey alegó que esos montes eran realengos, es decir, que le pertenecían a él (al Estado, diríamos hoy). El duque aportó la consabida retahíla de mercedes que los Reyes Católicos le habían hecho a su antepasado Rodrigo Ponce de León por ayudarlos a ganar territorios a sangre y fuego:  las villas, sus términos, la jurisdicción, las fortalezas, las alquerías, los vasallos, los vecinos, todas las rentas, pechos y derechos, los portazgos, las escribanías, los prados, los pastos, las dehesas, los montes… Hasta las aguas. 

En el pleito subsiguiente cada parte hizo sus probanzas, y el duque, quizá para demostrar lo malos que eran sus vasallos y ganarse el favor del Rey, trajo a colación lo que había sucedido cuando estos se opusieron a una leva de soldados ordenada por el Rey. Copio literalmente del Índice de los documentos… más arriba citado:

…por la [parte] del duque se pidió testimonio de las sentencias que pronunció el licenciado D. Cristóbal de Moya Maldonado, juez de Su Majestad, contra algunos vecinos de las expresadas villas y contra Fernando Tenorio Argüelles, Fernando Guerrero, Juan García Conejo, etc., en razón de las querellas dadas por su parte sobre que habían impedido la leva de soldados que Su Majestad mandó hacer; y de dichas sentencias resulta que Francisco García Bermejo fue condenado a horca y que después de seis horas de muerto le cortaran la cabeza y la clavasen en la puerta de la cárcel; Gonzalo Sánchez, en pena de muerte de horca; Diego Montero en doscientos azotes; Francisco Martín en cuatro años de destierro y ciento cincuenta ducados; y otros muchos en otras penas.   

El juez le dio la razón al primero el 20 de noviembre de 1637 en Ronda.

En cuanto a las condenas a muerte, supongo que no se ejecutó ninguna. Tal vez los reos apelaron al Rey y este los absolvió. El caso es que en 1645 Francisco García Bermejo estaba bien vivo y dándole al IV duque más guerra que nunca…


Confrontación del IV duque y el vecino de Ubrique Francisco García Bermejo 

Por lo que deduzco de unos papeles que he leído pertenecientes al legajo OSUNA,C.1577,D.110 del Archivo Histórico Nacional, en 1645 los vecinos de Ubrique Francisco García BermejoAlonso García Cerrada y Andrés López del Puerto escribieron un memorial dirigido al Rey Felipe IV en el que acusaban al duque de Arcos de tirano, de empobrecer sus haciendas y de ordenar levas de soldados que según ellos conculcaban un derecho que tenían las Villas (según alegaban) de no tener que aportar soldados a filas porque a cambio se habían obligado a acudir al socorro de Gibraltar si fuera necesario. Los autores del memorial (que no estaba firmado) entendían que el duque se vengaba de los vecinos de las Villas por diversas desavenencias como las mencionadas hasta aquí y en particular porque los concejos habían comprado al Rey la llamada jurisdicción de tolerancia, por la que adquirían la facultad de elegir y nombrar alcalde y demás cargos de justicia de las Villas. Además, acusaban al duque de valerse de “bandoleros” para apresar al alcalde de Ubrique. Reproduzco la primera mitad del documento (lo adapto ligeramente a castellano moderno), que no tiene desperdicio a la hora de entender lo mal que podían ir las relaciones entre un señor feudal y sus vasallos en aquella época. Y más abajo explicaré detalles muy interesantes de este asunto.

Señor:

Los vecinos de las Cuatro Villas de la Serranía de Villaluenga, que son la dicha y la de Ubrique, Grazalema y Benaocaz, dicen que, habiendo sido servido Vuestra Majestad por el medio que administró el licenciado D. Francisco Antonio de Alarcón, presidente de vuestro Consejo de Hacienda, de hacerle merced de la jurisdicción de tolerancia de que antes usaban en los oficios y gobiernos de dichas villas, que son del estado del duque de Arcos,  de que se les hizo venta en virtud de las comisiones que pare ello tubo de Vuestra Majestad dicho D. Francisco Antonio, y dado la posesión a los oficiales que eran de los concejos de dichas villas  el año pasado de seiscientos y treinta y cinco, que fue cuando se celebró el dicho contrato.

Por esta causa dicho duque de Arcos y sus alcaldes mayores, escribanos y demás ministros y criados suyos se han odiado tanto con los dichos vecinos, que por todos medios han procurado su destrucción, no excusando los más escandalosos e injuriosos, y para ejecutarlos se han valido de los que les ha parecido de mayor ponderación para acomodarles delitos que no han cometido, como fue que el licenciado Jerónimo Manjarres, alcalde mayor de dicho duque en la dicha villa de Ubrique el año pasado de 1735, por tener noticia que los dichos vecinos y villas daban poderes para hacer la dicha compra, por impedirla y proceder contra ellos fingió que le habían echado cenico [¿arsénico?] en una taza de lecha que tenía para su comer, constando lo contrario por la información hecha por Melchor Gómez Calderón, alcalde ordinario que a la sazón era de dicha villa de Ubrique, que hoy para en poder de Melchor Ortiz, escribano de la dicha villa, por ante quien se hizo, verificando en ella que había sido diligencia del dicho licenciado Manjarres.

Y respecto de que por este medio no se pudo conseguir el proceder contra los dichos vecinos a ejecución de sus ánimos por el dicho duque de Arcos, sin orden que para ello tuviese de Vuestra Majestad y de Vuestro Consejo de Guerra, antes en contravención de las ejecutorias que estas villas tienen para no poder ser repartidas de soldados por la obligación que tienen de acudir a los socorros de Gibraltar y demás fronteras de aquel partido a costa de las Villas, los repartió y procuró levantar en ellas gran número de soldados, obligándolos con violencia a que sentasen plaza.

Y respecto de que dichas villas tienen los privilegios referidos para no padecer este agravio, por ellas se pretendió que se les hiciesen notorias la órdenes que había de Vuestra Majestad para ejecutarlo, por lo cual dicho duque, con sentimiento de que se le pidiese orden, despachó a diferentes jueces a ejecutar el levantar a la dicha gente con ministros a costa de las dichas Villas y sus vecinos, los cuales procuraron irritar a los vecinos con las graves molestias y vejaciones que les hacían a que les perdiesen la obediencia para que con este pretexto hacerles causas y destruirlos, siendo así que estas Villas cumplieron con su obligación hasta poner en la ciudad de Málaga los soldados que se les repartieron a los concejos.

Y respecto de no haber conseguido con este medio su pretensión, con la orden que tuvo del dicho duque el licenciado Plaza de Peralta, juez de comisión que nombró para este efecto, acompañado de algunos vecinos de Arcos y Marchena, guardas del bosque y bandoleros de la Sauceda y sierra de Jerez, armados con armas de fuego, a deshoras de la noche, vinieron a la dicha villa de Ubrique con gran escándalo y alboroto, y cogiendo las bocacalles de la [calle] en que vivía Melchor Góméz Calderón, alcalde ordinario de la dicha villa de Ubrique, que era de quien daban mayor queja, [pues] había sido parte de la compra de la dicha jurisdicción, y con esta guarda llegaron a su casa y lo sacaron de ella desnudo y lo llevaron a la cárcel  de Marchena, de [lo] que se hizo información por Juan Sánchez Castellano, su compañero alcalde [eran dos alcaldes], y en esta forma lo llevaron a la dicha villa de Marchena, y lo tuvieron en una mazmorra con una ballesta y otras graves prisiones, sin hablar con nadie, más tiempo de trece meses, de forma que se tuvo entendido que era muerto.

Y sin embargo de haber ejecutado en el dicho alcalde esta tiranía por medios ilícitos y fomentado de testigos supuestos y criados del dicho duque que deseosos de que como señor poderoso ejecutase sus venganzas, [a]pareció en Vuestra Real Chancillería de Granada  y en Vuestro Consejo de Guerra a un tiempo, querellándose de que los vecinos y oficiales justicia de las dichas villas le habían quitado el cuerpo de guardia que tenía para levantar gente de milicia y habían apresado a su alcalde mayor y otras cosas y delitos que representó haber cometido [los vecinos.]; sobre que el dicho Real Consejo de Guerra y la dicha Chancillería de Granada despacharon al licenciado dos Cristóbal de Moya y al licenciado Joaquín de Villafranca por jueces para la averiguación y castigo de las dichas supuestas querellas, los cuales persuadidos e instruidos del dicho duque y sus ministros, procedieron en el uso de sus comisiones tiranamente, que dejaron destruidas las citadas Villas,  con tan grave extremo que a la mayor parte de sus vecinos los obligaron a servir en otros lugares por su jornal, dejándolos sin caudales, vendiéndoselos por la décima parte del valor que tenían, condenando a muchos ministros y vecinos de las dichas villas, por su sentencias, en penas de muerte y otras de injurias, llevándolos presos a diferentes cárceles y con graves prisiones en que murieron muchos de ellos, y sus mujeres en esta corte en defensa de sus maridos.

Por lo cual parte de los dichos vecinos ocurrieron [sic] a vuestros Reales pies a representar estos agravios. Y vuestra Majestad, Dios lo guarde, fue servido  de formar una junta de graves ministros de vuestros consejos Real de Castilla y de Guerra y Estado, que habiendo conocido de la dicha causa por los términos de derecho, conociendo no haber habido delito en los dichos vecinos, fueron declarados por leales vasallos de Vuestra Majestad, y dados por libres de las calumnias y acusaciones que el dicho Duque les opuso en sus querellas, y mandando volver y restituir en todos sus bienes libremente, sin embargo de que no lo han ido hasta de presente por dilaciones que por parte del dicho duque y de los dichos jueces se han introducido.

Y sin embargo que la experiencia de lo referido, o reconocidos de la justicia en que Vuestra Majestad los ha amparado siempre, le pudiera servir al dicho duque y demás ministros suyos de desengaño para no ejecutar más agravios, y conservarlos en paz, como es justo y se manda por las leyes divinas y humanas, no tan solamente se obvian los daños, antes se conservan las tiranías con procurarse por el dicho duque nombrar ministros y oficiales a su propósito que la[s] ejecuten. 

Más adelante se menciona a García Bermejo, uno de los supuestos autores del memorial:

(…) los criados del dicho duque se las araron [las tierras sembradas], y destruyeron la siembra y arrancaron los olivos esmerándose con más particularidad con Francisco García Bermejo, vecino de la dicha villa de Ubrique, por ser uno de los que fomentan la paga de la dicha jurisdicción.

He dicho supuestos autores porque, como ya he adelantado, el memorial al Rey no estaba firmado, Es decir, técnicamente era un anónimo. Pero hay más. No se trataba de un manuscrito, sino de un documento impreso, como puede verse en la siguiente imagen, algo bastante inusual que revela que más que dirigir una queja al Rey lo que se pretendía era que la denuncia contra las supuestas iniquidades del duque tuviera el máximo eco. 

Memorial de Francisco García bermejo

El duque inició entonces un proceso de querella. Se ve que hizo averiguaciones de resultas de las cuales atribuyó la impresión del memorial a los tres nombrados. Pedía que fueran presos inmediatamente no solo por infundios, sino por imprimir un documento sin licencia (en aquella época era necesaria) y por presentarse como «los vecinos de las Cuatro Villas» siendo en realidad tres personas.

La verdad es que el caso es singular. No era fácil imprimir un documento entonces; tendrían que haberse desplazado a Jerez, Cádiz o a Sevilla (en 1645 estas eran las poblaciones más cercanas a Ubrique que tenían imprenta, aunque otras opciones eran Sanlúcar, Antequera, Écija, Osuna, Málaga o la misma Marchena, que era una de las residencias del duque). Habrían hecho un buen desembolso, pues el servicio de impresión no sería  barato y, según el duque, se habían impreso 100 ejemplares). Por otra parte, aunque el escrito está encabezado «Señor», al no tener firma no se puede considerar una carta al Rey propiamente a menos que hubieran decidido enviar al monarca uno de los ejemplares y firmarlo de puño y letra. En fin, es un asunto curioso que revela que el ubriqueño García Bermejo no se achantaba ante el duque de Arcos. 

infundios duque arcos

No he leído el legajo completo. Dejo el resto para jóvenes de Ubrique que tengan afición a investigar la historia de su pueblo. 


Convento de Capuchinos

Este IV duque murió en 1658. Según Fray Sebastián de Ubrique (Historia de la Villa de Ubrique), desde 25 años antes estaba pensando propiciar la fundación de un Convento de Capuchinos en Ubrique. El comisario general de la Orden le dijo que no (Fray Sebastián no explica la razón). El duque pidió entonces que al menos «cuatro predicadores se encargaran de las cuaresmas en Ubrique, Benaocaz, Villaluenga y Grazalema, a fin de ir preparando los ánimos para la fundación».

El duque hizo de nuevo la propuesta en 1654 al provincial capuchino con este piadoso argumento:

Para que mi alma salga de este valle de lágrimas llena de alegría y consuelo, estoy confiado en que lo que a V. P. R. voy a suplicar me lo ha de conceder. Es, pues, que en mi villa de Ubrique deseo haya convento de V. P. R. porque aquella gente sobradamente inculta y nada menos altanera, creo que con solo el ejemplo de los capuchinos puede instruirse y domesticarse.

Como dicen que hay muchos tipos de inteligencia, no cabe afirmar ni negar que este duque fuera muy despejado, pero en lo tocante a velar por los intereses personales, desde luego era un lince. Vista su forma de ser, me malicio de que el hombre pensaría en mataba dos pájaros de un tiro con la traída de unos frailes a un pueblo de natural contestatario como el de Ubrique. El duque sabría bien que una manera de domesticar al pueblo era amenazarlo cada domingo desde el pulpito con horribles castigos en el infierno si no seguían el orden establecido y servían al señor (a él) y de camino a los frailes. Iglesia y nobleza tenían en aquellos tiempos una larga experiencia de apoyo mutuo para imponerse a los comunes mortales. Por otra parte, el duque sabía que incluso si no había convento siempre se podría enviar cada cierto tiempo a algún profesionales del miedo como el Padre Carabantes para que los vasallos no se le desmandaran.

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