viernes, 19 diciembre 2025

En 1888, falsos frailes y una mujer se dieron la gran vida en el convento de Ubrique

El fraude supuso tal escándalo que obligó al obispo Spínola (beato de la Iglesia) a visitar el pueblo para conjurar el sacrilegio

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En diciembre de 1887, el propietario del Convento de Capuchinos de Ubrique, accediendo a una petición del obispo de Málaga, cedió el deshabitado edificio a unos monjes benedictinos para que se instalaran en él y dieran clases a los niños del pueblo. Pero pronto los ubriqueños empezaron a murmurar al observar conductas impropias en los miembros de la comunidad, como el hecho de que una mujer conviviera con ellos. Acabó estallando un escándalo que resquebrajó la fe y el respeto religioso de los habitantes del pueblo. Para atajar tan peligrosas tendencias el prelado malagueño visitó la localidad durante 7 días –hacía sesenta y tantos años que ningún príncipe de la Iglesia se había dignado hollar nuestro suelo–. 


1. Un pequeño “Palmar de Troya”

Durante muchos años el convento de los capuchinos de Ubrique estuvo deshabitado debido a las desamortización y exclaustración subsiguiente, que se produjo en 1835. Su propietario, Francisco García Pérez, probablemente deseó siempre tenerlo habitado, ya que de ese modo estaría cuidado. En 1881 se hablaba de que una comunidad de benedictinos podría venir a ocuparlo; así lo aseguraba La Ilustración católica del 28 de noviembre de ese año y, con más detalles, Asta regia, el mismo día, haciéndose eco de un colega de Málaga:

Pero no fue hasta 1887 cuando la idea se hizo realidad. El 5 de noviembre de 1887 García Pérez escribió la siguiente carta al obispo de Málaga, el beato (desde 1987) Marcelo Spínola:

Excmo. e Ilmo. Sr. obispo de Málaga:

Muy respetable Sr. mío:

En este momento acabo de tener una larga entrevista con el R. P. Moga, de la Compañía de Jesús. acerca del establecimiento de una comunidad religiosa en el convento de la villa de Ubrique.

Me ha explicado extensamente el plan de S. E., el cual merece mi aprobación, tanto más cuanto que es el único a mi entender viable, como se lo indicaba en mi última carta de 30 del pasado julio.

La buena reputación que goza el R. P. Jacques. y las simpatías que tiene en Ubrique F. Veremundo serán la mejor base para empezar la obra, que sea grata a Dios y para utilidad de aquellos vecinos.

Converjemos en impaciencia el P. Moga y yo, animándonos con el momento. y con las precauciones que el sabio criterio de V. E. tenga a bien tomar, pueda, si a bien lo tiene, escribir al señor cura de Ubrique y a Fr. Diego Carrasco, para que muevan el espíritu de las personas piadosas, y puestos de acuerdo los que tenemos interés en dotar de un establecimiento católico de enseñanza a Ubrique, facilitemos los medios materiales y los morales de nuestra influencia para conseguir el fin.

Me asegura el P. Moga se encuentra dispuesto el P. Jacques a venir para hacer la fundación. Bueno es aprovechar este propósito, acudiendo a tiempo de que, con permiso de sus superiores, efectúe su viaje antes de que lo destinen a otra parte.

Ya verbalmente. como por escrito. he hecho presente a V. E. mis proyectos. mis intenciones y deseos. No he variado de opinión hoy como ayer, y Dios mediante mañana me encuentro con el mismo criterio y modo de pensar, repitiendo siempre que todo cuanto piense y haga sobre este asunto ha de ser subordinado al criterio de V. E. y con su consentimiento, acuerdo y su santa bendición.

Muy agradable es que en la vida y trato social encontremos identidad de opiniones y sentimientos. y aun más para mi en esta ocasión. Dadas las apreciables cualidades en extremo distinguidas del dignísimo intérprete de V. E.

Con la m6s respetuosa consideración y aprecio se reitera humilde s. s. que besa su anillo pastoral

Francisco García Pérez

Esta carta está publicada en la Historia de la Villa de Ubrique. Su autor, Fray Sebastián, cuenta que “la fundación se hizo; mas a poco llegó también una señora que infundió sospechas”.

Pero dejemos que sea otra fuente, el diario irreverente El Motín, quién nos dé más noticias sobre esta señora y sobre el abad, los novicios… Lo hizo en su edición del 10 de mayo de 1888 (respetamos la grafía de la época):

 
Erase á mediados de Diciembre. Los vecinos de una población situada en una de nuestras más hermosas provincias meridionales se preparaban á solemnizar, los unos el próximo nacimiento del Redentor, y los más, á divertirse como pudieran en las próximas Pascuas, sin acordarse de tal natalicio.

El ex convento del pueblo que pasó del poder del Estado al de un cosechero de una ciudad inmediata, tan opulento como neo (*), permanecía sin inquilinos, cuando hete aquí que aparecieron por allí dos religiosos de no sé qué orden.

Poco afectas aquellas buenas gentes á los frailes, se pusieron en conmoción al verlos, y á fuerza de muchas investigaciones lograron saber que el propietario del ex convento lo había cedido á una comunidad de extranjeros, y también que aquellos dos monjes eran centinelas avanzados de la nueva comunidad, abad de ella el uno y lego el otro.

Y nada más supieron por entonces.

II

Tras aquellos dos frailes fueron llegando otros, y acabaron por establecer un colegio de primera y segunda enseñanza, ofreciendo enseñar gratis [a] unos cuantos hijos de familias pobres; oferta que cumplieron admitiendo en sus aulas como una docena de ellos, hasta que á los quince días se cansaron de educar niños de balde y les extendieron la licencia absoluta.

A todo esto, ya se habían fijado los fieles en que habitaba con los frailes una señora que pasaba por tía de uno do los más jóvenes y que, según decían, había ido á cuidarle por hallarse algo delicado; mas á pesar de esto, dieron en decir que si el sobrino se parecía algún tanto al abad, y otra porción de cosas más graves; pero ¿quién hace caso de murmuraciones?

Antes de constituirse por completo la comunidad, habían formado ya juicios temerarios del mutuo cariño que el abad y el lego que con él apareció se profesaban. ¡Vulgo ignorante que no sabe cuán profundo debe ser el amor que entre hermanos debe existir y que en el claustro lo de uno es de otros y viceversa!

Entendiéndolo así, las beatas más ricas despreciaban las maliciosidades del vulgo, visitaban á los reverendos, y los colmaban de regalos en metálico, géneros, y no sé si algo más, en tanto que los neos dinerosos, no sólo del pueblo sino de los contornos, les enviaban sus hijos al colegio pagando exorbitantes mensualidades.

Gracias á esto la santa casa marchaba viento en popa; las aulas estaban llenas de alumnos de pago; las despensas de apetitosos jamones y excelentes viandas; las bodegas repletas de caldos; los frailes orondos y macizos, y la tía de su sobrino tan guapota… Indudablemente Dios protegía el monasterio.

III

¡Mas ay! El hombre y aun el monje es desagradecido, y la protección que el Cielo le dispensa sirve las más de las veces para pervertirle.

Tal sucedió á los reverendos de mi historia, que bien pronto se olvidaron de las cosas divinas para ocuparse de las más vergonzosamente humanas. A los rezos sucedieron las orgías, á los maitines y laudes las canciones báquicas, y á la virtud que debiera reinar en los claustros, el vicio en sus más repugnantes manifestaciones. Referiré, para demostrarlo, una escena que motivó la expulsión de algunos individuos de la comunidad, la intervención de las autoridades civiles, y fué además causa de escándalo para las personas docentes.

Pero antes invocaré las celestiales luces, á fin de que mi pluma no se deslice en tan inmoral como verídico relato.

IV

En una mañana de Abril estaba el abad entretenido en no sé qué asuntos con la citada hembra, mientras los legos y algunos estudiantes apuraban en la bodega un enorme piporro de aguardiente, y tanto abusaron de la bebida, que acabaron por coger la chispa más monumental que registran las crónicas de la orden: ya en tal estado fraguaron una conspiración que tenía por objeto decirle cara á cara al jefe de la casa todos su gatuperios íntimos.

Al efecto fué designado el hermano cocinero, que se presentó al reverendo; éste, al verle apitimado, exclamó lleno de ira:

—¡Esto es inaudito! ¡Aquí hay que poner correctivo! ¡Voy á castigarlos á todos! ¡Esto es profanar la orden!
—Usted… es el primero… que… con su ejemplo… profana… la religión… —replicóle el de las cacerolas.
—¡Deslenguado! ¡Miente usted!—bramó el abad.
—Yo… no… miento… — añadió el otro —y la prueba está… en que… esa… mujer… nunca desaloja… el convento… Sí, señor… el convento… que se compone… (aquí una palabra que debe haber oído alguien en el Seminario de Corbán) y de… (aquí otra denigrativa para las mujeres). Y presente… está el hermano B… que no me dejará mentir.
—¡Insubordinado! ¡Insolente! ¿Tienes pruebas?
—Sí que las tengo —replicó el furibundamente borracho cocinero. Y dirigiéndose al hermano aludido, le interrogó y éste habló de no sé qué proposiciones que el abad le había hecho.

En esto se enteró de lo que ocurría la hermana á quien el abad defendía y el cocinero había increpado, y empezó á dar gritos, saliendo en busca de la fuerza pública. Personada ésta en la santa casa, prendió al cocinero, conduciéndole á la cárcel, saliendo después en persecución de tres curdas que se habían fugado, y á quienes alcanzó en una venta próxima al pueblo, donde estaban empalmándola.

Condújolos como pudo al convento, del que fueron expulsados al siguiente día. Del cocinero se dice que fué puesto en libertad á instancias de los frailes, pero á condición de que abandonase el pueblo y no contase á nadie lo ocurrido.

V

¿Qué os parece de la historia, castos sobrios y virtuosos benedictinos de Ubrique? ¿Que es propia de frailes, no es esto? ¡Ah! Yo también lo creo así; y por lo mismo os ruego que no incurráis vosotros en los extravíos de esos malos religiosos, y tengáis presente que si Dios no ha lanzado sobre ellos el azufre con que carbonizó á los habitantes de las ciudades nefandas, es porque se reserva achicharrarlos en el Infierno, donde tanto cura, tanto fraile, tanta monja y tanto pontífice están pagando sus feos delitos, según me ha asegurado un amigo que acaba de llegar de allá en comisión del servicio. Tomad este consejo al pie de la letra, por ser de enemigo, y que el Cielo os libre de cocineros borrachos y discípulos envidiosos.

————————————–

(*) En aquella época llamaban despectivamente neos a los integrantes de un movimiento político e ideológico español de la segunda mitad del siglo XIX llamado neocatolicismo «de confesionalidad católica pero superador de la identificación del clero con el carlismo, y que pretendía intervenir activamente en la vida política del régimen liberal, con mayor o menor proximidad o alejamiento del Partido Moderado o del tradicionalismo según la coyuntura política», según explica la Wikipedia.


2. El «abad» vuela a otro nido

La murmuraciones en Ubrique sobre la vida licenciosa de los “benedictinos” habitantes del convento había ido in crescendo. Los curas del pueblo probablemente dieron aviso al obispo de Málaga, que había sido el principal protector de aquellos frailes (o lo que fueran). El prelado pidió al propietario  del convento que los expulsara y este cumplió sus deseos.

Fray Sebastián lo explica así:

Dudóse si dichos religiosos benedictinos lo eran en realidad, y, según parece. se halló que estaban separados de la Orden. y la situación del convento era a todas luces anticanónica. La jurisdicción eclesiástica tomó cartas en el asunto. y ordenó a los falsos religiosos evacuar el convenio y salir inmediatamente de Ubrique. según lo revela la siguiente carta:

Francisco García Pérez
Jerez
Julio, 9 de 1888
Excmo. Sr. obispo de Málaga:

Muy respetable Sr. mío: El R. P. Fr. Diego Carrasco me había escrito que el señor cura de Ubrique había comunicado al P. Aureliano orden de V. E. de que abandonara aquel pueblo para mediados del corriente mes. Conocida la voluntad y la orden de V. E .. antier escribí carta a dicho P. Aureliano que no tolerarla permaneciese un día más en mi convento, que por lo tanto entregase al señor cura o a mi representante la parte que ocupaba, yen el mismo día, antier, me llega su apreciable de 6 del corriente, confirmando las noticias que tenía, lo cual ha sido una feliz coincidencia.

Le participo que no he contraído con el P. Aureliano compromiso alguno: con él no me ligaba más lazo que al que V. E. le ligara; por este respecto lo he tolerado; no habiendo existido esta consideración, no habría pasado de cuatro semanas.

Si V. E. hubiera llevado a cabo su viaje a Ubrique, en santa visita. como se anunció, allá después de presentarle mis respetos, de palabra nos hubiésemos puesto de acuerdo con respecto al establecimiento de un centro de enseñanza, en lo que coinciden nuestras aspiraciones y deseos.

Después de estas palabras, sigue un largo párrafo en el que el propietario del convento recomienda al obispo que haga venir a Ubrique a “hacer una fundación” y dar clases en el convento a las Madres Comendadoras de la Merced del convento de San Fernando de Madrid, comunidad que “tiene señalada de seis a siete monjas profesas, entre ellas dos con títulos de maestras, organista y cantora, portes de los libros…”. “Su objeto es la educación de las niñas.”

Así lo contó El Motín

De la carta del propietario del convento al obispo se deduce que los escándalos habían alcanzado tal grado que se hacía imprescindible atajarlos. No obstante, parece que solo fue expulsado el abad, según se deduce de la noticia publicada por el semanario anticlerical El Motín el 30 de agosto de 1888. En la información leemos que el “Padre Aureliano”, tras salir de Ubrique, intentó hacer la misma jugada en otro convento de la provincia de Cádiz…

OTRO PEINE

En el Suplemento á EL MOTÍN correspondiente al 10 de Mayo último, referimos la dulce, tranquila y juerguística vida que se pasaban los reverendos benedictinos de Ubrique.

Recordarán los que aquel artículo leyeron, que el respetable abad es todo un hombre de pelo en pecho, moza al brazo y botella en mano, y que tenía en el convento una íntima amiga, á quien se había encargado de introducir en el camino de la perfección.

Pues bien; ese mismo ciudadano, aburrido de lo que en el pueblo se decía de la comunidad, se levantó una mañana de mal humor, despidióse de su compañera de claustro y tal vez de celda, y salió al trote en dirección desconocida.

Desde su egira no volví á tener noticias suyas; mas leyendo días pasados que un benedictino se había posesionado de la Cartuja de Jerez para fundar una colonia monástica, y que después había sido expulsado de ella por resultar, según telegrama del general de la orden, que era un lipendi fugitivo de un convento de Roma, dije para mis adentros: «Que emplumen al cura de mi parroquia si no es el ex abad de Ubrique».

Y así era en efecto.

Desde Ubrique se trasladó á Jerez, donde se dio tan buena maña para trastear al propietario de la Cartuja y á la autoridad local, que llegó á fundar en el viejo monasterio una congregación que hubiera dejado tamañita á la de Ubrique en punto á celebridad, si no llega á descubrirse el pego que había soltado á las buenas almas jerezanas.

Al solicitar el edificio, dijo llamarse nada menos que ilustrísimo señor D. Aureliano de Saint Aloide, individuo honorario de la Academia de la Historia.

Pareciéndole al gobernador que, si no académico, por lo menos debía ser individuo de historia, telegrafió al general de la orden residente en Roma, pidiéndole informes de mi Sr. D. Aureliano.

La contestación fué que el prójimo aludido es un novicio de la orden, que se escapó de Italia y anda por España dando camelos á la salud de San Benito; algo así como un padre Mollina en lo de trashumante y apandador de metales.

En vista de esto, el gobernador le hizo desalojar el convento, así como á varios jovencitos que le acompañaban como novicios, según ellos; género de noviciado de que pueden hablar mucho los vecinos de Ubrique que conocen las anfibias aficiones del supuesto abad.

Lo que se ignora es si el gobernador de la provincia ha dado algunos pasos para que los tribunales se encarguen del flamante fundador, osi se ha contentado con expulsarle de la Cartuja de Jerez.

Si así es, tengo por seguro que no pasarán muchos días sin que tengamos noticias de que el Don Aureliano ha perpetrado una nueva fundación en algún otro punto.

Porque, eso sí, para encontrar primos que le regalen edificios, tiene la gran sombra.

Y teniendo seguros los locales, ¿adonde irá que no funde un convento á la usanza del que fundó y aun sigue funcionando en Ubrique?

Y ya que de éste hablo, y antes de soltar la pluma, diré que, á pesar de los pasados escándalos, en que hubo de intervenir la autoridad, el convento sigue lo mismo que antes, excepto la ausencia del prior y la separación de un titulado marqués italiano que daba á los novicios lecciones de no sé qué, y que ahora ha establecido en el mismo pueblo un colegio particular, sin tener título oficial para ello.

Por lo demás, allí continúan siete jóvenes novicios ocupados en los santos ejercicios peculiares de la casa, acompañados de aquella bondadosa señora que tanto quería al abad, y que los cuida y hace vida conventual con ellos.

Y las autoridades, preguntará alguno, ¿qué hacen?

Pues siguen sin novedad en su importante salud.


El escándalo de los benedictinos, en la Vanguardia

El periódico barcelonés La Vanguardia se hizo eco el 18 de agosto de 1888 de la noticia de un diario jerezano sobre el intento de un pretendido fraile benedictino había intentado establecerse en la Cartuja de Jerez, informando a sus lectores de que era el mismo que acababa de salir por pies de Ubrique:

LA CARTUJA DE JEREZ-BENEDICTINOS DE PEGA.- EL CONVENTO DE UBRIQUE.

Sabido es que no se ha puesto hasta ahora correctivo al que abusó de la credulidad de las autoridades para posesionarse de la Cartuja de Jerez, Monumento Nacional, pero no se sabia y debe saberse lo siguiente de que da cuenta un diario jerezano, El Cronista:

«Ayer hemos recibido una carta de Ubrique hablando de los benedictinos de aquella población, de donde procedían los que trataban de posesionarse de la Cartuja de Jerez.

Todo el mundo pregunta que hay de los benedictinos y de su pretendido abad, y nadie dá razón cierta. Unos dicen que está en Osuna y que volverá con la frente muy alta á anonadar á sus calumniadores, y que por eso ha dejado el equipaje en la fonda. Otros dicen que se ha quitado de enmedio, olvidándose en la precipitación de la huida, del equipaje y del gasto hecho. Otros… pero ¿á qué seguir?

Nosotros, que somos optimistas en el pensar, no hemos querido hacer uso de la parte grave que encierra el rumor público, y sólo hemos sentado el hecho oficial, llamando modestamente al acto timo místico.

Pero hemos recibido noticias de Ubrique que complican el caso, y lo prestan más raro y estrambótico. Resulta, por lo que nos dice persona formal y seria, que el abad en tela da juicio, procedía de Ubrique, y que allí se han dado escándalos mayúsculos, de los cuales ya en mayo se ocupaba un periódico de Madrid. ¿Cómo es, pues, que estando Ubrique tan cerca, no se han sabido esos antecedentes hasta muchos días después de la pretendida posesión del Monasterio de la Cartuja?

Y ahora, dejándonos del pego tirado en Jerez, ¿cómo se consiente que en Ubrique ocurran esos escándalos sin poner correctivo? ¿No hay autoridades en ese pueblo? ¿No han puesto en conocimiento del Gobernador esos hechos que, tras de herir el sentimiento religioso, desacreditan á las comunidades en general?

Todavía, según nos escriben, existen en el convento de Ubrique siete individuos, entre legos y estudiantes (¡buenas estudios serán los suyos!) que esperan órdenes de su pretendido jefe para venirse á Jerez é instalarse en la Cartuja, como asimismo una religiosa hembra, secretario particular del abad, que para no llamar la atención pública, como si eso tuviera algo de particular, se vestía con los mismos hábitos que ellos.

¡Ehl ¿Qué tal? ¿Estaba bien organizado el asunto? ¿No hay méritos suficientes para que el Gobernador estudie los reglamentos de esa comunidad y si los encuentra dignos y saludables para los cuerpos y para las almas proponga al Gobierno su desarrollo?»


…Y en Las Dominicales del Libre Pensamiento

Otro medio que se hizo eco de lo ocurrido fue el periódico anticlerical madrileño Las Dominicales del Libre Pensamiento, que el 12 de agosto de 1888 escribía esto:

En la liberal villa de Ubrique, provincia de Cádiz, trataron los Padres benedictinos, especie bien conocida frailuna, de establecer un feudo ó sea colegio de enseñanza Al efecto instalaron una escuela á son de bombo y platillos, diciendo que aquello era el non plus ultra de la pedagogía, pues los chicos ellos solos se hacían unos sabios atroces, capaces, como el otro del cuento, de escaparse de sus casas á los doce años para irse á disputar con los doctores.

Siete meses ha durado infundio benedictino, según de Ubrique me escriben, los cuales han bastado y sobrado para que los padres incautos que á los frailes confiaron sus hijos, cayeran de su burro y los volvieran á la escuela laica, con lo cual los benedictinos, mustios y cabizbajos, levantaron el campo, emprendieron el trote y se fueron… ¿dónde dirá el lector? pues á Jerez de la Frontera, que es pueblo de buen vino.

El mosquito siempre tira al jarro.


El marqués de Rosi, que puso pies en polvorosi

Solo nos queda hablar de un oscuro personaje que también tuvo un papel en esta rocambolesca historia. Se trataba de un autotitulado «marqués de Rosi» que al parecer, había venido a Ubrique con los benedictinos o vivía con ellos en el convento y que se dedicaba a la enseñanza. Este individuo, según se deduce de una noticia publicada por El Motín casi un año más tarde de los hechos anteriores (18-4-1889) había salido de Ubrique pero volvió:

MANOJO DE FLORES MÍSTICAS

¿Recuerdan nuestros habituales lectores á un titulado marqués de Rosi, muy atildadito, muy afeminadito, que el año pasado estuvo en Ubrique con aquellos benedictinos de camama que resultaron timadores efectivos?

Pues ese mismísimo ha vuelto á dicha villa, diciendo que viene de Roma, que es muy amigo del Papa, que éste le ha concedido facultades extraordinarias, y casi casi que han tomado unas copas juntos.

Al reaparecer, iba bastante mal de ropa, pero hoy, gracias á los tontos, se ha equipado hasta elegantemente, y trata de fundar un círculo católico en compañía de dos neos apodados Peluquín y Chacal, y un maestro de obra prima bastante manso y bastante romo de alcances.

En buenas manos está el pandero. Me figuro lo que va á suceder á pretexto del círculo: reventarán á sablazos á los vecinos.

Hasta que el signor de Rosi
ponga pies en polvorosi,

llevándose los cuartos y dejando á los ubricenses cándidos con un palmo de narices.

Y les estará bien empleado por fiarse de un aventurero místico de esa calaña.


El juicio

En cuanto al falso abad fue finalmente prendido por la justicia y en noviembre de 1890 andaba de juicios.´Se le pedían 25 años de cárcel. Así lo contaba La República del 21 de noviembre de ese año:


3. Llega el pastor para reunir a su descarriada grey

Fray Sebastián de Ubrique cree que a causa de este “enojoso y desagradable asunto” de los falsos benedictinos, quedó en Ubrique una “atmósfera muy perjudicial”, razón por lo cual, al llegar los capuchinos, años más tarde, “tuvieron que luchar no poco con la frialdad y despego del público. disgustado por la conducta poco ejemplar de los falsos benedictinos que les precedieron”.

Del obispo de Málaga, Marcelo Spínola (beatificado por Juan Pablo II el 29 de marzo de 1987) había partido la idea de que los falsos benedictinos fueran a Ubrique (metiendo su prelada pata hasta el corvejón), y por ello quiso arreglar el entuerto visitando a su grey ubriqueña durante una semana completa. (Hacía sesenta y cinco años que no se paseaba un mitrado bajo la Cruz del Tajo.)

Spínola partió para el arciprestazgo de Grazalema (que incluía a esta localidad y las de BenamahomaBenaocazEl BosqueVillaluenga y Ubrique) el 13 de mayo de 1889. Especialmente le tenía miedo a esta última localidad porque le habían dicho que lo iban a “recibir con una silba espantoso, pues así lo tenía acordado la santa hermandad de la masonería”, según escribió a su madre.

Pero al parecer no sucedió tal. De hecho, el Boletín Eclesiástico de Málaga aseguró, una vez terminada la visita, que el obispo recibió “inequívocos testimonios de afecto”, de modo que cuando volvió a su sede estaba “complacidísimo” y persuadido de que aquellos testimonios no fueron “obra del entusiasmo artificialmente fabricado, sino de verdadera religiosidad”.

Daba el Boletín un dato estadístico muy revelador:

Han sido tales manifestaciones, como lo prueban la avidez con que las gentes acudían a escuchar sus pláticas, el movimiento de piedad que se ha notado en todas parles y el número de confirmaciones hechas, las cuales han alcanzado la cifra de 7913.

(El número se refiere, obviamente, a todo el arciprestazgo, ya que Ubrique no alcanzaba esa población, pero hay que reconocer que es muy abultado. Uno de los confirmados fue Fray Sebastián de Ubrique, que entonces tenía 3 años de edad.)

Esto afirmaba también el periódico episcopal:

Mucho se ha hablado de los estragos de la propaganda anticristiana en Ubrique y Grazalema, donde, al decir de alguno, la fe. si no se había apagado, estaba moribunda; mas una y otra villa ha patentizado en la presente ocasión que no es así.

Ubrique, además de ofrecer a su obispo una acogida regia, y de prodigarle todo género de atenciones, mientras lo tuvo de huésped, dió gallarda muestra de sus sentimientos religiosos, acudiendo al templo siempre que se predicaba, y especialmente cuando S. E. lo hizo sólo a hombres, y no menos en la recepción de despedida, la cual más que con otro título puede calificarse de cariñosísima.

El obispo escribió desde Ubrique unas cartas a su “queridísima madrecita” que se conservan. Otro día hablaremos de ellas.


La versión de El Motín

Pero ahora daremos otra versión de la visita, la que publicó el periódico anticlerical El Motín el 6 de junio de 1889 con un final sorprendente en el que el redactor  defiende la violencia doméstica contra las beatas, declaración que no habla muy bien de su madurez humana.

EXCURSIÓN EPISCOPAL

Tres mil ciento veintiuna bofetadas confirmatorias ha repartido en Ubrique el obispo de Málaga. Me parece que en seis días que allí estuvo, ni pudo aprovechar más el tiempo, ni cundirle más la tarea.

Sólo se explica tan enorme demanda de mojicones teniendo en cuenta que hacía sesenta y tantos años que no aparecía por allí una mitra, y, naturalmente, había mucho ganado vacuno, digo, católico, sin resellar en la fe.

Cuando se presentó su ilustrísima con medio batallón de clérigos exóticos, los indígenas Rafael, Peluquín, y demás cuadrilla mística echaron los bofes para jalear á su amo; algunas beatas se entusiasmaron con detrimento de la policía urbana, y la música del pueblo recibió á los ilustres visitantes con la marcha real primero, y después con ese himno solemne y augusto conocido vulgarmente por la jotade los ratas, tocado sin intención, al parecer.

Lo más saliente de esa gira han sido los sermones de un barbián que el obispo llevaba en calidad de charlatán adjunto. No estoy seguro de si es su secretario, pero certifico que es un cura de pelo en pecho, muchas libras y sanos pulmones. En una de sus muchas embestidas al sentido común, escupió lo que sigue contra los librepensadores:

«¡Miserables insensatos que debéis la vida á nuestra santa madre la Iglesia (¿sí creerá que todos somos hijos de cura?) ¿qué será de vosotros si rompéis los diques de la fe que impiden el desbordamiento de las malas pasiones?.. ¿qué será?.. Pero no, vuestras ideas no hallarían eco en ningún corazón. No, no creáis que esas locuras hijas de Satanás se abren camino. Vuestra impía obra se desmoronará, vuestros insensatos pensamientos pierden terreno y las sanas creencias van penetrando en todos los corazones. La humanidad se lo debe todo a la Iglesia, y esa nunca dejará que sus hijos la desconozcan.»

Y luego, en tono trágico y con ronca voz, empezó á dar gritos como un loco. «¡Oh impiedad! ¡Oh insensatez! ¡Oh blasfemia!».

Más de cuatro oyentes sospecharon si el ciudadano aquel se habría escapado de algún manicomio, ó si se le habría subido el almuerzo á la cabeza. No debía opinar lo mismo su mitrado señor, pues le oía con la boca hecha agua, y como diciendo: ¡Pero qué alhaja tenemos en casa!

Por fin al séptimo día descansaron, como Dios, de barbarizar el cura y de atizar soplamocos su amo, y salieron con dirección desconocida.

Una caterva de devotos y devotas de todos pelos salió á despedirlos, y los chicos de la escuela entonaron la siguiente copla, original del cucaracha Peluquín:

«Señor obispo,
no se vaya usted,
que las niñas de Ubrique
lloran por usted.»

¿Qué tal la musa del sotanoide? ¡Parece mentira que bajo aquella peluca tan fané se esconda semejante chorro de inspiración poética!

No ha sido ese conato de copla la única desgracia que ha habido que lamentar con motivo de la visita pastoril; varias devotas se han ganado sus correspondientes palizas por perder en la casa de Dios el tiempo que necesitaban para arreglar la suya, entre otras, la mujer de un carbonero. Al volver éste con sus caballerías á casa, y hallarla cerrada, esperó el regreso de su consorte, y con la misma vara de arrear sus asnos, la propinó una felpa de obispo y muy señor suyo.

La apaleada se lo contó al ínclito Peluquín, que, amigo de meterse en todo lo que no le importa, fué á reprender al carbonero, mas éste requirió la vara, y si no llega el curiana á tomar la puerta, lo pone como nuevo. Excusado es decir que aquella oficiosa intervención del cura valió á su defendida una segunda paliza.

Otra devota, llamada Elvira, también por idénticas razones, recibió de su cónyuge tan feroz tollina, que mientras viva se acordará de la visita episcopal.

Son los únicos frutos prácticos de la piadosa gira de su ilustrísima; pero en fin, algo sacan de esas cosas, aunque no sea más que algún hueso de menos.

Y ahí me las den todas.

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