lunes, 6 mayo 2024

¿Qué es el barro?

Al azar

Julián Ortega Durán »

Todos sabemos identificarlo desde nuestra infancia, especialmente mentado en aquellos días por quienes nos limpiaban de niños. También, en nuestra vida adulta usamos la palabra y sus derivados con cierta frecuencia, por ejemplo cuando hablamos sobre algún vídeo viral en el que vimos asombrados a un alfarero trabajar. Pero si nos pidieran ponerle una definición no sería tan fácil.

Otras formas muy cercanas de referirnos al barro, o a cosas tan parecidas que resulta difícil establecer el límite entre unas y otras, son «fango», «lodo», «limo», «cieno», «tierra» o incluso «polvo» y tantas otras, pero cada una de ellas tiene sus matices. Por eso, cuando se quiso profundizar en su definición, fue preciso encontrar primero una palabra científica con la que nombrar esta entidad material y que permitiera trabajar con ella conceptualmente. Además, había que hacerlo con independencia de las propiedades de humedad, color, granulometría, contenido de impurezas, etcétera, que pudieran presentar sus extremadamente múltiples variedades. Y, para ello, el término elegido fue «arcilla», pues como tantos otros vocablos para uso científico, se eligió una voz clásica latina, en este caso «argilla». En latín, a su vez, era un préstamo del griego antiguo «argilos» (άργιλος) que se usaba para referirse a la pasta con la que trabajaban los alfareros, en concreto a la más blanca. Y esta última vendría de la raíz protoindoeuropea «arg-», que también daría palabras relacionadas con el color claro: argentum (plata) o argüir (dejar claro). Sin embargo, aunque en origen la expresión se refirió a algo tan específico (barro blanco), científicamente arcilla pasaría a referirse a algo más general.

Una vez establecido un nombre que pudiera englobar a todos los distintos tipos de barro, convino fijar también el significado. Y como era de esperar para un elemento tan ampliamente presente en todo lo que nos rodea, no surgió una definición, sino tantas como ámbitos de estudio y de aplicación, más los matices a cada una que le puedan dar distintos autores. Por ejemplo, un ceramista, un economista o un ingeniero agrónomo tienen las suyas propias, centrándose cada uno en las propiedades que les interesan profesionalmente. Uno, por ejemplo, se centrará en su color o su plasticidad en presencia de cierta cantidad de agua, otro en su abundancia o sus aplicaciones industriales, mientras que el tercero quizás en su fertilidad como suelo. Además, dentro de cada disciplina, como por ejemplo la Geología, un mineralogista de arcillas, sedimentólogo o petrólogo tienen distintas definiciones. Y así en tantos otros campos. Sin embargo, sí que puede —y debe— haber una definición mínima común que nos permita su clasificación, comprensión y comunicación.

Dicha definición nos acerca a la Química. Al fin y al cabo, la arcilla es algo material. Y químicamente sabemos lo que son las arcillas: algo amplísimo, pero acotado. Pero también a la Geología, porque las arcillas son una mezcla de muchísimos trocitos muy pequeños: partículas de rocas que a su vez son conformadas por minerales. Aunque distintas clasificaciones ponen el límite en distintos tamaños de partícula, coinciden en que serían del orden de pocos micrómetros. Esto es como dividir un milímetro 200 o 500 veces.

Ese algo tan pequeño, generalizando porque veremos que tiene más cosas, son filosilicatos de alúmina hidratados. El prefijo «filo-» significa hoja, porque se diferencian de otros silicatos en su geometría con forma de lámina. Y la geometría es muy importante porque determina las propiedades macroscópicas que tendrá. Esta definición concreta el tipo de elementos que van a conformar la base predominante de la estructura de las arcillas: el silicio y el aluminio que son el segundo y el tercer elementos más abundantes de la corteza terrestre —el primero es el oxígeno, que también forma parte de su composición—.

El dióxido de silicio nos resulta más conocido en forma de cuarzo, de arena de playa o de vidrio, mientras que el aluminio, desde el siglo XIX lo conocemos como un metal, hoy en día muy presente en todo tipo de enlatados o estructuras ligeras. Así, la forma más pura de arcilla, la que responde a la fórmula Al2Si2O5(OH)4, sin contaminantes, se llama caolinita. Y es curioso que dicho mineral sea blanco después de haber elegido el nombre científico «arcilla», que significaba barro blanco. Además, el nombre caolinita viene del chino «gāo lǐng» (高岭), que es el nombre de la colina de donde, cerca de Jingdezhen (景德镇市), extraían esa arcilla blanca con la que fabricaban su famosa porcelana. Pero seguramente este color tan clarito no es en el que pensaban nuestros padres cuando nos encontraban llenitos de barro, por más que uno quiera insistir en la etimología.

El autor trabajando en un torno de alfarero.

Como es evidente, las arcillas tienen más elementos y seguramente cuando pensamos en barro, antes que la porcelana nos vengan a la memoria la alfarería tradicional de color rojizo o un suelo pardo. Esto es porque muchos otros elementos pueden conformar las arcillas. Por ejemplo, esos tonos colorados suelen venir del óxido de hierro, igual que sucede con nuestra sangre. Y es que si las arcillas surgen de la sedimentación de rocas expuestas a la meteorología y a la actividad de la vida, esto incluirá muchos tipos de minerales que se asociarán a las arcillas más puras. En concreto, estos filosilicatos de alúmina hidratados tienen carga electroestática negativa, por lo que, en presencia de un medio acuoso, tenderán a atraer partículas cargadas positivamente de, por ejemplo, potasio, magnesio o hierro, las cuales le darán nuevas propiedades de color, plasticidad y más.

Aparte de la caolinita, existen otros tipos de minerales de arcilla con estructuras y composiciones elementales diferentes (montmorillonita, moscovita, etcétera.), que pueden acabar sedimentándose conjuntamente y formar una mezcla que también será arcilla y tendrá unas propiedades combinadas. Y por si todo esto fuera poco, también pueden contener materia orgánica que le puede aportar ligereza, plasticidad, fertilidad u otras cualidades.

Por tanto, el barro, o arcilla si queremos usar su denominación más científica, es un sedimento micrométrico de silicatos de alúmina hidratados con forma laminar, que puede recibir en su estructura otros elementos químicos, que probablemente estará mezclado con otro tipo de minerales también muy finos, resultando en un material generalmente plástico, dependiendo de la proporción de agua, y de colores variados. Y los múltiples otros nombres que puede recibir, servirán para especificar algunas de sus propiedades: tamaño del grano, cantidad de humedad, proporción de materia orgánica y múltiples características más. Entonces, en definitiva, después de este acercamiento rápido a la arcilla, podemos concluir que con razón cada disciplina tiene una definición que se centre en lo que a sus especialistas les preocupa. Y por eso, tus padres seguramente la definirían como algo que mancha.


Información sobre el autor del artículo en https://terralfar.es/pages/alfarero.

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