A finales del invierno, en los pantanos del noreste de Estados Unidos puede percibirse un olor desagradable, como a carne podrida. La fuente no es un animal muerto, sino unas flores extrañas, del tamaño de un puño, que asoman entre el suelo helado: se trata de la col de mofeta oriental (Symplocarpus foetidus). Estas plantas no solo atraen insectos con su aroma fétido: también producen calor, en un fenómeno llamado termogénesis.
La termogénesis permite que sus tejidos florales alcancen temperaturas de hasta 28,9 °C, incluso en días gélidos. Esta capacidad no es exclusiva de la col de mofeta. En todo el mundo, al menos 14 familias de plantas incluyen especies capaces de generar calor. El famoso loto sagrado (Nelumbo nucifera) mantiene sus flores a unos 35 °C durante días, y la gigantesca flor cadáver (Amorphophallus titanum) también alcanza altas temperaturas, liberando calor en ráfagas.
Aunque producir calor es metabólicamente costoso, este rasgo ha persistido en muchas plantas, lo que sugiere que ofrece ventajas evolutivas importantes. Para animales de sangre caliente, el calor asegura que el cuerpo funcione aun en frío. Para las plantas, las investigaciones indican que el calor ayuda, principalmente, a mejorar el éxito reproductivo.
¿Cómo lo logran? La termogénesis cumple varias funciones: protege las partes florales contra el congelamiento, atrae polinizadores al imitar olores de descomposición y favorece la difusión de compuestos aromáticos a mayor distancia. La termogénesis, lejos de ser un proceso simple, se manifiesta con gran sofisticación y variedad según la especie.
Entre las plantas más conocidas por su termogénesis están las de la familia arum (Araceae), como la flor cadáver. Estas plantas despliegan grandes estructuras florales oscuras que, combinadas con calor y olor, simulan ser cadáveres en descomposición. Moscas y escarabajos engañados buscan allí un sitio para poner sus huevos, y en el proceso, ayudan a polinizar las flores.
Un estudio reciente analizó la diversidad de termogénesis en el género Amorphophallus. De sus 237 especies, solo unas pocas habían sido investigadas, pero los resultados fueron asombrosos. Algunas especies producían calor durante dos días, otras hasta tres semanas, y un cuarto de ellas casi no calentaban. El caso más extremo fue el de A. longituberosus, cuyas flores superaron los 40 °C.
¿Por qué tanto calor? Una hipótesis sugiere que el calor promueve la liberación de dióxido de carbono, un gas que también emiten los cadáveres en descomposición y que atrae a los insectos. Todas las especies termogénicas de Amorphophallus estudiadas liberaban este gas junto con su mezcla química de olores.
Algunas plantas, como Amorphophallus, engañan a sus visitantes ofreciendo solo una ilusión. Otras, como las cícadas, establecen relaciones de mutuo beneficio. Las cícadas son plantas antiguas, con casi 400 especies, y la mayoría presenta termogénesis. Proporcionan pólenes nutritivos donde los insectos pueden alimentarse y reproducirse.
Un caso fascinante es el de la cícada australiana Macrozamia lucida, que depende de pequeños insectos. Estos nacen y viven en los conos masculinos de la planta, pero necesitan ser inducidos a visitar los conos femeninos para que ocurra la polinización. La estrategia consiste en calentar los conos masculinos hasta unos 12 °C por encima de la temperatura ambiente, provocando una liberación masiva de compuestos olorosos. El aroma, inicialmente atractivo, se torna tan intenso que resulta repulsivo, obligando a los trips a buscar refugio en las flores femeninas.
Esta estrategia de empuje-tiro también se ha documentado en cícadas mexicanas como Zamia furfuracea, polinizada por gorgojos. Al elevar su temperatura al atardecer, los conos masculinos aumentan la emisión de 1,3-octadieno, el principal compuesto atrayente, hasta niveles tan altos que los insectos huyen hacia los conos femeninos, donde el aroma es más moderado.
Además de potenciar los olores, el calor puede modificar su composición química. Investigaciones en la magnolia Yulan (Magnolia denudata) muestran que durante la termogénesis se incrementa la producción de moléculas aromáticas. Así, las flores no solo huelen más, sino que cambian su aroma a lo largo del día, en un sofisticado control químico de su atracción.
El mecanismo bioquímico que permite esta producción de calor es una enzima llamada oxidasa alternativa. Esta enzima no es exclusiva de las plantas termogénicas: está presente en todas las plantas, hongos, bacterias, e incluso en animales primitivos como las esponjas. Se cree que originalmente su función era flexibilizar el metabolismo celular, y que en algunas plantas fue adaptada para generar calor de forma intensa.
Sorprendentemente, este recurso pudo haber sido crucial en los primeros pasos de la evolución de la polinización. Hace más de 300 millones de años, antes de que existieran las flores modernas, el calor floral pudo haber sido el primer cebo que usaron las plantas para atraer a los insectos, ofreciendo un refugio tibio en un mundo frío. Más tarde, el calor se combinó con perfumes y, eventualmente, con las coloridas y elaboradas flores que conocemos hoy.
Así, detrás de cada flor cálida que atrae insectos no solo hay una maravilla biológica, sino también un legado milenario de ingenio evolutivo.
Fuente: Knowable Magazine

