martes, 7 mayo 2024

Marrakech: azahar y jazmín

Al azar

Mi viaje a Marraquech fue fantástico. La ciudad es como una Sevilla destartalada. Se extiende en torno a una gran plaza. Alrededor de esta están los zocos. El ambiente de la calle es el de una feria perpetua. Hay un deambular continuo donde se mezclan peatones, bicicletas, motos, carros tirados por asnos, vendedores y compradores, turistas con los naturales, colores de piel, atuendos. El movimiento transmite una sensación primera de caos, pero al rato de estar sumergido en la multitud adquieres la sensación de que un orden secreto rige este movimiento donde no hay tropiezos ni atropellos, donde todo fluye como las aguas de un río caudaloso.

Los zocos constituyen algo extraordinario por su colorido. Allí encontrarás todo lo que puedes necesitar: babuchas multicolores, velos, alfombras, especias, cuero, plata, frutos secos, aceitunas, carne, puestos de fritangas, de dulces, otra vez cuero, babuchas, cerámicas, cristalerías, lámparas…. De una calle a izquierda y derecha parten nuevas calles llenas de tenderetes que a su vez te conducen a otras calles: no estás en una ciudad sino en un gran mercado al aire libre, inabarcable. La ciudad se confunde con el mercado. La vida gira en torno a una única actividad: vender. Así un día y otro. Y te preguntas: ¿Desde hace cuántos siglos?

En constraste con el caos populoso y cosmopolita, los palacios escondidos, remansos de paz y de silencio. Ese mismo silencio que habita en algunas callejas y plazuelas sevillanas del barrio de Santa Cruz, el mismo e intenso olor a azahar y a jazmín de los jardines interiores que en los patios sevillanos, un silencio profundo sin apenas turistas: el espíritu del Generalife y de la Alhambra flotando en estos remansos escondidos que son las grandes mansiones y palacios árabes visitables, perdidos en la medina, confundidos externamente por un mismo color rojizo compartido con las casas humildes. Sin apenas espectacularidad exterior, velada la belleza inmóvil y perenne de sus interiores, donde la luz se funde con la arquitectura y los reflejos de las fuentes.

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