viernes, 19 diciembre 2025

El apagón del 28-4-25 mostró la fragilidad energética de la península ibérica

Al azar

El colapso eléctrico que sufrió la península ibérica el 28 de abril de 2025, afectando a España, Portugal y Andorra, ha puesto en evidencia la fragilidad del sistema energético ibérico y la necesidad urgente de reformas estructurales. Aunque los motivos técnicos exactos del apagón aún están en análisis, su impacto social, económico y político ha sido inmediato y profundo, y plantea interrogantes críticos sobre la capacidad de resiliencia energética de esta región.

Carlos Gutiérrez Hita, Profesor titular de Economía industrial (transporte, energía, telecomunicaciones) en la Universidad Miguel Hernández explica en The Conversation que el sistema eléctrico español se basa en una compleja combinación de fuentes renovables, energía nuclear y combustibles fósiles. Aunque las energías renovables —en particular la fotovoltaica y la eólica— han experimentado un auge notable y representan ya más de la mitad de la generación, su naturaleza intermitente obliga a mantener en funcionamiento plantas térmicas como respaldo, encareciendo el precio final de la electricidad. Esta paradoja, en la que energías más baratas no consiguen abaratar la factura debido a la necesidad de mantener reservas fósiles activas, es uno de los elementos que contribuyen a la inestabilidad del sistema.

El operador del sistema eléctrico gestiona un mercado en el que la electricidad se oferta y se casa con la demanda con 24 horas de antelación, complementado con mercados diarios y contratos a largo plazo. Esta estructura, si bien sofisticada, se ha visto tensionada por la irrupción masiva de pequeñas fuentes productoras, principalmente hogares con paneles solares, que vierten sus excedentes a la red. La bidireccionalidad de estos flujos, sumada a la limitada capacidad de adaptación de la infraestructura física actual, genera oscilaciones severas en la red. Una de las hipótesis sobre la causa del apagón apunta precisamente a estas sobrecargas puntuales que la red no logró absorber.

En paralelo, España se encuentra en pleno proceso de apagado nuclear, lo que supone una merma considerable en la producción constante de energía, justo cuando la demanda no para de crecer debido al aumento de servidores, centros de datos y usos digitales. A esta realidad se suma la asincronía entre producción y consumo: la generación está cada vez más descentralizada, mientras la demanda sigue concentrándose en grandes nodos urbanos e industriales.

Vulnerabilidad peninsular

En 2022, Juan José Coble Castro, director del Máster en Energías Renovables y Eficiencia Energética de la Universidad Nebrija, explicaba, también en The Consersation, que la escasa capacidad de interconexión con el resto de Europa agrava la vulnerabilidad de la península. Aunque existe el mercado ibérico de electricidad (Mibel) que integra a España y Portugal, la única vía de intercambio eléctrico relevante con Europa era en 2022 a través de cinco enlaces con Francia, que representan apenas un 2,8 % de la capacidad instalada de España, muy por debajo del 10 % mínimo recomendado por la UE para 2020, y aún más lejos del 15 % fijado como meta para 2030. Esta debilidad convierte a la península en una “isla energética”, con escasa posibilidad de recibir apoyo exterior en caso de crisis como la vivida recientemente.

La condición de isla energética implica limitaciones no solo en la capacidad de importación, sino también en la exportación de excedentes renovables, lo que reduce la eficiencia del sistema y limita la integración plena de estas fuentes en el mercado europeo. Además, en términos de seguridad energética, esta escasez de interconexiones dificulta la reacción ante cortes no programados o desastres naturales.

A este panorama se añaden las asimetrías internas entre España y Portugal. A pesar de compartir el mismo sistema marginalista de fijación de precios y un mix energético similar, las subidas de precios de la electricidad han sido significativamente más elevadas en España. Mientras Portugal mantiene la factura de sus consumidores estable mediante contratos anuales pactados con las comercializadoras, en España casi la mitad de los consumidores están vinculados al mercado regulado, lo que los expone a las fluctuaciones diarias. Así, durante la crisis energética de 2022, España sufrió inflaciones de hasta el 80 % en la factura eléctrica, frente al 5,6 % de Portugal.

Este desajuste también pone de relieve un problema de regulación y gobernanza. La falta de intervención decidida en el mercado eléctrico español contrasta con otros países que han sabido amortiguar los efectos de la volatilidad energética mediante decisiones políticas y contractuales más estables. Aunque España cuenta con un alto potencial de regasificación y almacenamiento, su limitada capacidad exportadora (4,5 % del gas que la UE importa de Rusia) impide que actúe como actor estratégico para Europa en esta transición energética.

En definitiva, el apagón de abril es un síntoma de problemas estructurales más profundos: una infraestructura de red insuficiente, una integración europea incompleta, una regulación interna desigual y un mercado que penaliza a los consumidores más vulnerables. Para superarlos, se impone avanzar hacia un sistema mixto que combine redes centralizadas robustas con generación distribuida local, mejorar las interconexiones internacionales, y rediseñar los modelos de fijación de precios para proteger tanto la sostenibilidad económica como social del suministro eléctrico.

¿Vibración atmosférica inducida?

Por su parte, Mehdi Seyedmahmoudian. profesor de Ingeniería Eléctrica de la Universidad Tecnológica de Swinburne, también en The Conversation, comenta la explicación de “vibración atmosférica inducida” que dio inicialmente el operador de red eléctrico portugués, REN, aunque posteriormente se retractó de esta afirmación.

En cualquier caso, el clima es una de las principales causas de interrupciones eléctricas. En Estados Unidos, por ejemplo, el 83 % de los apagones entre 2000 y 2021 se atribuyeron a fenómenos climáticos. Estos fenómenos pueden provocar desde la caída de líneas de transmisión (por ciclones) hasta el colapso de la demanda por olas de calor. En particular, el viento puede causar vibraciones en las líneas eléctricas, ya sea con amplitud alta y frecuencia baja (conocidas como «galope de conductor») o con baja amplitud y alta frecuencia (vibraciones eólicas), que estresan la infraestructura y pueden derivar en apagones.

REN mencionó que el fenómeno observado se debió a variaciones extremas de temperatura en el interior de España, lo que generó oscilaciones anómalas en líneas de alta tensión (400 kV), causando una desincronización en el sistema eléctrico europeo interconectado. Aunque el término «vibración atmosférica inducida» no es común ni técnico, probablemente se refería a ondas atmosféricas generadas por cambios bruscos de temperatura o presión. Estas ondas —como las ondas de gravedad o las oscilaciones térmicas— pueden viajar por la atmósfera e interactuar con infraestructuras eléctricas, afectando especialmente a las líneas de transmisión de larga distancia.

Lo crítico no es la temperatura elevada por sí sola, sino la rapidez y desigualdad con que cambia en una región, lo que desencadena movimientos atmosféricos capaces de producir vibraciones en las líneas eléctricas. Aunque aún no se ha confirmado si este fenómeno fue la causa directa del apagón, el texto subraya que este tipo de efectos climáticos adquieren cada vez más relevancia en la estabilidad de las redes eléctricas modernas.

Microrredes

Por otro lado, Seyedmahmoudian cuestiona la vulnerabilidad inherente a las redes eléctricas centralizadas. A medida que estas se hacen más complejas —por el crecimiento de los vehículos eléctricos, la electrificación de edificios y la integración de energías renovables intermitentes— se exponen a mayores riesgos. Este modelo centralizado, heredado de otro tiempo, no está preparado para la dinámica actual del sistema energético ni para el estrés ambiental creciente.

Como alternativa, propone avanzar hacia microrredes comunitarias: sistemas descentralizados, flexibles y resilientes que pueden operar de manera autónoma si es necesario. Estas redes permiten fortalecer la autonomía energética local y construir un sistema eléctrico más seguro, accesible y adaptado al futuro. El apagón europeo, más allá de su causa puntual, demuestra la fragilidad de las infraestructuras actuales y la necesidad urgente de repensarlas para evitar consecuencias potencialmente mucho más graves.

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