viernes, 19 diciembre 2025

Los sistemas de enfriamiento causan gran impacto ambiental

Al azar

Hace más de 30 años, el mundo vivió un hito histórico: 198 países firmaron el Protocolo de Montreal, un acuerdo internacional sin precedentes para eliminar el uso de sustancias que dañaban la capa de ozono, como los clorofluorocarbonos (CFC). Estos compuestos, empleados principalmente en la industria de la refrigeración y el aire acondicionado, fueron sustituidos por otros aparentemente más inocuos: los hidrofluorocarbonos (HFC). Sin embargo, el remedio ha traído nuevos problemas ambientales de gran envergadura.

Los HFC, aunque no destruyen el ozono, tienen un potencial de calentamiento global miles de veces superior al del dióxido de carbono (CO₂). Su creciente uso en todo el mundo —especialmente en países en desarrollo como China, India o Nigeria— ha generado una preocupación creciente entre los científicos. Según un informe del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente, ya existen 3600 millones de aparatos de enfriamiento en uso, y se espera que esa cifra alcance los 9500 millones en 2050, o incluso los 14000 millones si se cubriera toda la demanda potencial.

Los servicios de enfriamiento —que abarcan la climatización de espacios y la refrigeración de productos como alimentos o medicamentos— consumen cantidades masivas de energía. Dado que gran parte de esta energía proviene de combustibles fósiles, el impacto ambiental se multiplica. Además, los refrigerantes que contienen estos aparatos, aunque se usen en pequeñas cantidades, pueden tener un efecto devastador si se liberan a la atmósfera.

La sustitución de los CFC por HFC fue efectiva para salvar la capa de ozono, pero introdujo una nueva amenaza climática. Para hacerle frente, se adoptó la Enmienda de Kigali, un acuerdo complementario al Protocolo de Montreal, que busca reducir el uso de refrigerantes con alto poder de calentamiento global y promover alternativas más seguras.

CO₂ como refrigerante

Entre esas alternativas está el uso de CO₂ como refrigerante. Aunque suene contradictorio, el CO₂ puede emplearse de forma eficiente en sistemas de enfriamiento que aprovechan sus propiedades termodinámicas. Al tratarse de un gas ya presente en la atmósfera, su fuga tiene un impacto climático mucho menor en comparación con los HFC.

No obstante, reemplazar los refrigerantes no basta. Muchas soluciones pasan también por mejorar la eficiencia energética de los equipos, modificar hábitos de consumo —como aceptar ambientes algo más cálidos en interiores—, y rediseñar edificaciones para reducir la necesidad de enfriamiento artificial. Además, el uso de tecnologías inteligentes como termostatos automáticos o sensores que ajustan la temperatura según la ocupación pueden optimizar el consumo energético.

El desafío es mayor en los países en desarrollo, donde se prevé un crecimiento explosivo tanto en climatización de espacios como en la llamada cadena de frío, esencial para conservar alimentos y vacunas. Sin intervención, este crecimiento puede suponer un aumento significativo de emisiones. Pero al mismo tiempo, ofrece oportunidades: si se planifica correctamente, se pueden adoptar tecnologías limpias desde el inicio.

Un punto clave es el vínculo entre el enfriamiento y el desperdicio alimentario. Cerca del 40 % de los alimentos producidos globalmente se desperdician, y gran parte de esa pérdida en países en desarrollo ocurre antes de llegar al consumidor, por falta de refrigeración. Reducir ese desperdicio no solo mejora la seguridad alimentaria, sino que también disminuye la necesidad de energía y refrigeración a lo largo de la cadena productiva.

El problema del enfriamiento suele ser pasado por alto en las cumbres climáticas, a pesar de su creciente peso ambiental. Es urgente visibilizarlo como una industria con impacto climático propio, con retos específicos pero también soluciones concretas.

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