viernes, 19 diciembre 2025

El costo ambiental de vestir a la última

Al azar

En el desierto de Atacama (Chile), una montaña de más de 59 000 toneladas de ropa puede verse desde el espacio. Este llamado cementerio de prendas está compuesto por desechos de moda rápida heredados de Estados Unidos, Europa y Asia. En 2024, activistas, diseñadores y ONG organizaron la Semana de la Moda de Atacama, con un desfile de moda sobre el cementerio de prendas, para visibilizar este creciente problema. A dicha protesta corresponde la imagen de arriba.

El mundo experimenta una crisis silenciosa pero creciente: la fijación por la moda rápida. Esta industria multimillonaria se ha construido sobre la promesa de llevar las últimas tendencias al consumidor lo más rápido —y barato— posible. Pero detrás de esta aparente accesibilidad se esconde un problema ambiental y social de enormes proporciones.

Se estima que para el año 2030 se producirán 134 millones de toneladas de desechos textiles cada año. Solo en Estados Unidos se desechan al menos 17 millones de toneladas anuales, lo que equivale a unos 45 kg de ropa por persona. Estas cifras no solo reflejan un patrón de consumo insostenible, sino también una cultura que valora lo nuevo por encima de lo duradero.

La huella ambiental de esta industria es abrumadora. La producción textil global consume suficiente agua como para llenar 37 millones de piscinas olímpicas cada año. Solo el cultivo de algodón —una de las fibras más utilizadas— emplea el 2,1 % de la tierra cultivable mundial. Además, cerca del 60 % de los textiles actuales contienen plásticos derivados de combustibles fósiles, lo que los convierte en una fuente significativa de microplásticos en los océanos: se calcula que más de un tercio de estos contaminantes provienen de nuestras prendas.

Pero eso no es todo. La industria de la moda es responsable de hasta el 10 % de las emisiones globales de gases de efecto invernadero, superando incluso a las del transporte aéreo y marítimo combinados. Si esta tendencia continúa, para el año 2050 podría consumir más de una cuarta parte del presupuesto global de carbono. Para sostener este modelo, millones de trabajadores textiles —especialmente en países en desarrollo— laboran en condiciones precarias y mal remunerados.

¿Qué podemos hacer?

¿Qué podemos hacer como consumidores? En primer lugar, evitar las compras impulsivas. Revisar el armario puede revelar prendas olvidadas y evitar adquisiciones innecesarias. Si es necesario comprar, es preferible invertir en calidad: ropa hecha con materiales sostenibles, que dure más y cause menos impacto ambiental. También están surgiendo emprendimientos que reparan o reutilizan prendas, y algunas marcas experimentan con moda flexible, diseñada para adaptarse a cambios en la figura sin necesidad de reemplazo.

Conocer los tipos de fibras también ayuda a tomar decisiones más informadas. Hasta mediados de los años 90, las fibras naturales dominaban el mercado. Hoy, las sintéticas representan cerca del 67 % de la producción global, con el poliéster liderando con un 57 % del total. Aunque son más baratas, las fibras sintéticas liberan microplásticos con cada lavado, contaminando ríos, mares y hasta el aire que respiramos.

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