Hace unas décadas muchos médicos creían que los recién nacidos no sentían dolor, y que sus respuestas físicas eran meros reflejos sin correlato consciente. Hoy sabemos que estaban equivocados. Los estudios están demostrando que los cerebros de bebés prematuros reaccionan al dolor de forma muy similar a la de los adultos, con aumento del flujo de oxígeno en regiones de la corteza cerebral asociadas a la experiencia consciente. Esta evidencia ha llevado a replantear una de las preguntas más complejas y fascinantes de la ciencia: ¿cuándo comienza la conciencia?
Responder a esta pregunta exige definir primero qué entendemos por “conciencia”. Para algunos científicos, solo existe cuando hay reflexión y autorreconocimiento, lo que aparece recién en la infancia avanzada. Otros adoptan una visión más amplia e incluyen formas más básicas, como la conciencia primaria, es decir, la percepción del presente y de sensaciones inmediatas.
Desde esta segunda perspectiva, ciertos indicios de conciencia podrían estar presentes desde etapas muy tempranas. Por ejemplo, los recién nacidos reaccionan al dolor, fijan la vista en rostros humanos y pueden reconocer la voz de su madre, lo que sugiere aprendizaje y memoria: funciones clave en muchas teorías de la conciencia.
Sin embargo, estas conductas podrían ser automáticas. Por ello, la neurociencia ha dirigido su mirada al cerebro. Uno de los principales indicadores de conciencia en adultos es la aparición de una onda eléctrica llamada P300, que se genera unos 300 milisegundos después de percibir conscientemente un estímulo visual. Algunos investigadores han detectado versiones más lentas y atenuadas de esta señal en bebés de tan solo cinco meses, lo que sugiere que ya poseen impresiones visuales conscientes.
Otra vía de exploración es el análisis de la conectividad cerebral. En adultos, dos redes cerebrales —la frontoparietal y la de modo por defecto— se activan de manera alternada y coordinada, un patrón que desaparece bajo anestesia. Sorprendentemente, ese mismo patrón ya está presente, aunque de forma inmadura, en recién nacidos e incluso en prematuros.
Más recientemente se ha usado magnetoencefalografía fetal para analizar la actividad cerebral en fetos entre las semanas 25 y 40 de gestación. En estos estudios, algunos fetos de 35 semanas mostraron reacciones cerebrales a la alteración de patrones sonoros, lo que indica una forma elemental de memoria y detección de regularidades. Aunque no prueba conciencia plena, apunta a una forma sensorial de conciencia emergente.
Eso sí, hay límites anatómicos. El tálamo, estructura que transmite señales sensoriales al cerebro, no se conecta con la corteza cerebral hasta la semana 24 de embarazo. Para algunos investigadores esto marca el umbral mínimo en el que podría ser posible hablar de conciencia. No obstante, un feto suele estar dormido y el despertar de la conciencia es probablemente gradual, no un evento repentino.
Esa gradualidad encaja con lo que sabemos sobre otros aspectos del desarrollo: la visión, la coordinación motora o la memoria no aparecen de golpe, sino que se construyen con el tiempo. La conciencia, lejos de ser una luz que se enciende de repente, parece ser más bien un amanecer lento y complejo, que comienza antes de lo que solíamos creer. Y aunque todavía no podamos preguntarle a un bebé cómo se siente, cada nuevo hallazgo cerebral nos acerca un poco más a comprender qué significa estar consciente desde el inicio de la vida.

