Henri Moissan era un científico francés que se empeñó en obtener diamantes a partir de carbón. Su intención no era descabellada porque, como se sabe, el diamante es carbono puro; de hecho, hoy día se obtienen diamantes sintéticos en la industria por técnicas de altas presiones y temperaturas y por deposición química de vapor a partir de grafito y otros compuestos carbonosos.
En 1893 Moissan aseguró que había logrado su objetivo. Pero la ciencia actual, aunque no duda de la palabra de este premio Nobel (en 1906, por aislar el flúor) no lo cree así. Dejemos que nos lo cuente Isaac Asimov en su Breve Historia de la Química:
También pudo ponerle el diamante su mujer, Léonie Lugan, que lo ayudaba en el laboratorio, probablemente con la benévola intención de dar una alegría al investigador, o por velar por su salud –que las obstinaciones no son buenas– o sencillamente para que dejara de dar la lata con los diamantitos… (Se dice que la señora Lugan tenía recursos económicos nada desdeñables).