En Estados Unidos, uno de cada tres adultos tiene al menos un tatuaje. Sin embargo, a medida que se popularizan, también crece el interés por comprender sus posibles riesgos para la salud. El año pasado, algunos titulares alarmaron al sugerir una relación entre tatuajes y linfoma, pero los datos resultaron mucho menos contundentes de lo que se insinuaba. El estudio, realizado sobre más de 5000 personas, no encontró diferencias estadísticamente significativas ni una mayor incidencia en quienes tenían más superficie corporal tatuada. Además, incluso de haberlas, no se podría concluir una relación causal.
¿Adónde va la tinta?
Pero ¿qué pasa realmente con la tinta de los tatuajes una vez que se deposita en la piel?
Cuando alguien se tatúa, el pigmento se introduce en la dermis, una capa situada bajo la epidermis pero por encima del tejido graso. A diferencia de la epidermis, que se renueva constantemente, la dermis se regenera muy lentamente, lo que explica que los tatuajes permanezcan visibles durante décadas. En este proceso, la higiene de las agujas es fundamental: su contaminación puede transmitir infecciones o enfermedades graves.
El cuerpo reconoce la tinta como una sustancia extraña, lo que provoca una respuesta del sistema inmune. Macrófagos y otros glóbulos blancos acuden al lugar, engullen el pigmento y lo mantienen retenido. Curiosamente, cuando estos macrófagos mueren liberan la tinta, que enseguida es “recapturada” por nuevas células defensivas. Esta dinámica explica por qué la tinta queda fija en la piel, aunque también puede provocar inflamación o reacciones alérgicas.
Tintas rojas
Algunas de esas reacciones aparecen mucho después del tatuaje. Se han descrito casos de lesiones escamosas y rojizas, a menudo asociadas con pigmentos rojos, responsables de más del 70 % de los problemas cutáneos documentados en biopsias. Estas reacciones, llamadas pseudolinfomatosas, pueden surgir meses o incluso años después de la sesión.
Al sistema linfático
En ocasiones, la tinta no se queda completamente localizada. Pequeñas partículas pueden ser descompuestas y transportadas por el sistema linfático hasta los ganglios linfáticos, que funcionan como filtros del organismo. Esto puede dar lugar a hallazgos sorprendentes: en 2018, durante una cirugía de cáncer de mama, los médicos de una paciente tatuada encontraron ganglios ennegrecidos que recordaban a un melanoma. El análisis reveló que no se trataba de cáncer, sino de acumulación de tinta fragmentada.
Tatuaje con láser
Algo similar ocurre en la eliminación de tatuajes con láser, que fragmenta los pigmentos en partículas diminutas para que el sistema linfático las expulse. En este proceso pueden liberarse compuestos como óxidos metálicos, con potencial para provocar reacciones adicionales, aunque en la mayoría de los casos son leves y manejables.
Por tanto, aunque los tatuajes implican reacciones inmunológicas y posibles efectos secundarios, la evidencia disponible indica que los riesgos graves —incluido el cáncer— son muy bajos. Si los tatuajes fueran realmente peligrosos a gran escala, ya lo sabríamos en una sociedad donde se han vuelto tan comunes.

