Gema Redrejo Santiago »
La música nos transmite sentimientos, nos afecta emocionalmente e incluso físicamente. ¿Quién no ha sonreído al escuchar el principio de La Mañana de Grieg? ¿Y a quién no se le han puesto los pelos de punta alguna vez escuchando el primer movimiento de la quinta sinfonía de Beethoven? Es imposible no inmutarse, la música nos afecta. Pero, ¿por qué?
Cuando escuchamos música, la información llega al cerebro, y el primer lugar por donde pasa es el tálamo. El tálamo es una parte del sistema límbico, estructura cerebral relacionada con las emociones. A partir de ahí, la información activa la química de prácticamente todo nuestro cerebro: la corteza frontal izquierda, corteza parietal izquierda, y el cerebelo derecho trabajan el ritmo; la corteza prefrontal, el cerebelo, y el lóbulo temporal se concentran en el tono, y el área de Wemicke, el área de Broca, la corteza motora, y la corteza visual son más afectadas por la letra cuando escuchamos una canción. Por tanto, la música no sólo activa la la zona del cerebro dedicada a los sonidos, sino también otras regiones del cerebro, como las que controlan los músculos, los centros del placer que se activan durante la alimentación y el sexo, las regiones asociadas con las emociones y las áreas encargadas de interpretar el lenguaje.
Pero lo que realmente hace que la música nos resulte placentera es la liberación de dopamina que se produce al escucharla. La dopamina (2-(3,4-dihidroxifenil)etilamina) cumple funciones de neurotransmisor en el sistema nervioso central, y es la que indica al cerebro que la actividad que se está realizando es placentera.
Por tanto, la música tiene muchas utilidades poco conocidas: activa partes del cerebro relacionadas con la psicomotricidad y el lenguaje, ayudando a realizar esas actividades de manera más eficaz, pero sobre todo nos hace disfrutar, cambiando nuestro estado de ánimo. Los vieneses lo saben bien: nada como un buen concierto para empezar el año con buen pie.