Anoche, mientras estaba tumbado en la cama pensando en diversas tonterías, surgió por una inesperada grieta que se abrió en el tiempo el ectoplasma de un tipo que por su aspecto e indumentaria vendría del siglo XVIII o XIX. Tenía un duro rostro simiesco adornado con una larga blanca.
Su fisionomía me hizo creer que se trataba de uno de esos genios que vienen a concederte deseos. Pero no venía a darme nada, sino a pedirme. Quería que le ofreciera una idea genial para llevársela a su tiempo y poder crear con ella una teoría por la que fuera recordado por sus semejantes del futuro, incluido yo.
Sobrepuesto a mi turbación inicial, decidí satisfacer el deseo de aquel curioso espécimen venido del pasado, más que nada por quitármelo pronto de encima, ya que se estaba extendiendo un aire glacial por toda la habitación.
La idea que le puedo dar –le dije– es que los seres humanos que en cada época habitan sobre la faz de la tierra son los ejemplares más resistente que la naturaleza ha sido capaz de producir. Así, hay humanos con dotes de mando y de natural ladrones que medran y procrean gracias a que hay otros muchos que necesitan ser dirigidos y a los que no les importa que el pastor les quite de vez en cuando algo de lana y leche a cambio de protección. Ambos tipos de humanos son fuertes, cada uno a su manera, y ambos sobreviven. Los que tienen más difícil lograr atravesar sanos y salvos este valle de lágrimas son aquellos que ni quieren dominar a los demás ni ser dominados por nadie.
El visitante de mis sueños se acarició la barba y se abstrajo en sus pensamientos. Finalmente, vi que sus ojillos se iluminaron en la oscuridad mientras pronunciaba un alegre “¡Me vale!”. Ya se estaba desliendo en el tiempo cuando me dijo: “¡Ah, soy Chal Darbin!”.
He buscado ese nombre en Google esta mañana. “Quizá quiso decir Charles Darwin”. Y efectivamente, en la Wikipedia encontré la imagen del sujeto que había venido a visitarme la noche anterior. Al parecer, había vuelto a su tiempo y había creado a partir de mis indicaciones una teoría que llamó “de la evolución de las especies”, la cual había aplicado con éxito no solo al hombre, sino a todos los seres vivos.
