Donatien M. Djardiè »
Perdidos en medio de la nada, envueltos por la incertidumbre, en una azarosa combinación de casualidades cósmicas. Imbuidos por el caos de eternidades: así es como tiene lugar la realidad de los seres humanos. El mundo en el que vivimos es un planeta secundario girando alrededor de una estrella insignificante de entre los cientos de miles de millones de estrellas que forman la Vía Láctea. Y la Vía Láctea, a su vez, no es más que una galaxia inferior de entre los cientos de miles de millones de galaxias, cientos, miles y hasta millones de veces más extensas que se estima existen en el Universo. En una analogía química, podríamos decir que las galaxias son como moléculas de gas chocando violentamente las unas contra las otras, que las estrellas de las que se componen son sus átomos y que los planetas que las orbitan son sus electrones. El panorama resulta tan desalentador que no hace falta hacer muchas cábalas para darse cuenta de que la vida humana en este escenario es del todo irrelevante. Pero más desalentador todavía resulta ser conscientes de lo poco que realmente sabemos sobre la realidad que nos rodea. Y es que apenas conocemos nada sobre las estrellas que hay más allá de nuestro sistema solar, sobre los confines de nuestra propia galaxia y, mucho menos, sobre las características del resto de galaxias con las que ineludiblemente terminaremos chocando.
La Vía Láctea
Nuestro hogar, la Tierra, se encuentra inmerso en uno de los innumerables sistemas solares que pueblan los brazos barrados de la Vía Láctea, una galaxia espiral con una masa aproximada de un billón de masas solares. Su núcleo estaría formado por Sagitario A*, una fuente de radio muy compacta y brillante con más de cuatro millones de veces la masa del Sol. A su lado se postula que podría haber un agujero negro supermasivo alrededor del cual se precipitan en espiral todos nuestros sistemas solares vecinos y también nosotros mismos.
Sin embargo, todo esto no son más que hipótesis. No tenemos ninguna manera de verificarlo empíricamente, y probablemente nunca la tendremos. Las distancias que existen entre las estrellas son titánicas y ello dificulta en enorme medida nuestra labor. Para hacernos una idea, valga como ejemplo el objeto creado por el hombre más distante de la Tierra: la sonda espacial Voyager Uno. Lanzada en mil novecientos setenta y siete por la NASA, esta sonda robótica apenas empieza a abandonar ahora nuestro sistema solar para adentrarse en el espacio interestelar. Gracias a él, hemos podido confirmar algunas de las hipótesis relativas a nuestro sistema solar, pero también nos ha servido para refutar otras. Por ejemplo, antes de que este pequeño enviado terrestre surcara los confines de nuestro sistema solar, creíamos que no existía nada más allá de Plutón. Ahora sabemos que no: existen pequeños mundos congelados (plutinos) más allá del planeta enano, que nadie se pone de acuerdo en bautizar. Gracias a él, también hemos podido verificar que el asteroide Edna está probablemente compuesto de carbono.
Sin embargo, y a pesar de esto, su labor siempre será insuficiente si queremos verificar qué es lo que hay más allá de nuestro propio átomo. Teniendo en cuenta su posición y su velocidad actuales (a dieciocho mil seiscientos veinticinco millones de quilómetros de la Tierra, viajando a una velocidad de diecisiete quilómetros por segundo), necesitaría setenta mil años para alcanzar la órbita de la estrella más próxima a la nuestra: Alfa Centauri (un sistema solar ternario ubicado a cuarenta millones de millones de quilómetros del Sol, que se cree podría estar compuesto por tres estrellas que orbitarían mutuamente alrededor de un centro de masas común), y un millón y medio de años para alcanzar las capas más externas de nuestra galaxia (ULAS J0744+25 y ULAS J0015+01, las estrellas más distantes conocidas, dos gigantes rojas cuya luz llega hasta nosotros después de un viaje de algo más de ochenta mil años).
Nuestra hambrienta vecina
Si bien es cierto que puede hablarse de un equilibrio intragaláctico que condena a las estrellas de las que se componen las galaxias a disponerse en un orden específico alrededor de sus núcleos, no lo es menos que cuando hablamos de interacciones a nivel intergaláctico, la única condición reinante es el caos. A veintitrés millones de billones de quilómetros de casa, sumergidos ya en el plasma formado por electrones y protones muy diluidos procedentes del flujo de viento estelar de las galaxias, la frontera con la molécula más cercana: la galaxia espiral Eme treinta y uno, también conocida como Andrómeda. Un monstruo gigantesco, alrededor de cuatro veces más grande que la Vía Láctea, que se acerca a nosotros a una velocidad de trescientos quilómetros por segundo.
Aunque pueda parecer que la catástrofe es inminente, antes de que ambas galaxias colisionen, la vida en la Tierra podría haberse extinguido (y regenerado) miles de veces, con sus miles de especies, culturas y civilizaciones. Incluso, habrá un intervalo de millones de años en el que nuestro cielo estará totalmente dominado por su espectacular presencia. Una vista maravillosa tras la cual Andrómeda se pondrá de canto y su gravedad, combinada con la de la Vía Láctea, conducirá a una fusión definitiva entre ambas, rompiendo las órbitas gravitacionales de todos los planetas de sus respectivos sistemas solares y dando lugar en última instancia a una galaxia elíptica mayor.
Coartados por semejantes circunstancias, incapaces ante una realidad que es insondable para el discernimiento humano, indefensos ante el más mínimo ataque de ira del inconmensurable Cosmos, contamos con el intelecto como única arma para defendernos de estos y otros peligros que nos acechan más allá de la atmósfera de nuestro diminuto planeta, pero ¿acaso no nos dejamos guiar por él con la misma sinrazón que empuja a las abejas a construir las celdas de sus colmenas? Ningún ser humano ha elegido jamás tenerlo; más aún: ninguno de nosotros ha elegido existir y, sin embargo, existimos. No hay ningún suceso para cuyo desenlace no se haya bastado el Universo por sí solo hasta ahora y tampoco lo habrá cuando los seres inteligentes dejemos de existir.
Referencias
- Friedrich W. Nietzsche. Sobre verdad y mentira en sentido extramoral (1873).
- La Vía Láctea. En Wikipedia. Recuperado el 13 de Diciembre de 2014, de http://es.wikipedia.org/wiki/Vía_Láctea.
- Galaxia de Andrómeda. En Wikipedia. Recuperado el 14 de Diciembre de 2014, de http://es.wikipedia.org/wiki/Galaxia_de_Andrómeda.
- National Geographic (2010, Ocubre). Viaje a los límites del Universo [Archivo de vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=NtBebNNr-hM].