Ester Trigueros Andrés »
Cuando alguien es preguntado acerca del CO2, no sorprende descubrir que la mayoría de opiniones al respecto son negativas. La idea más recurrente al pensar en esta molécula gaseosa es la de su condición de “gas invernadero”, incluyendo el efecto contaminante sobre la atmósfera, y por tanto, su relación con el cambio climático.

Y es que más allá de las creencias populares, se trata de un tema alarmante a nivel mundial puesto que en los últimos años se han incrementado notablemente las emisiones asociadas al creciente consumo de combustibles fósiles, principalmente carbón, gas natural y petróleo.
Debido a la notoriedad del asunto, tras celebrarse la Cumbre del Clima en París se llegó al conocido “Acuerdo de París”, por el cual los países se comprometían a reducir las emisiones de gases de efecto invernadero y a tratar de paliar el incremento de la temperatura asociado a ellos. Sin embargo, los resultados están siendo menos esperanzadores de lo que se esperaba en un principio.

Pero ahora bien, ¿y si les dijera que existen otros medios para disminuir los niveles de CO2 en la atmósfera, que paralelamente contribuyen al desarrollo tecnológico y a la innovación?
Este es el rol desempeñado por los fluidos supercríticos (FSC). Pero, ¿qué es un fluido supercrítico? Un FSC es cualquier sustancia que presenta unas condiciones de presión y temperatura por encima de su punto crítico característico de cada sustancia, y que los hace actuar en un estado intermedio entre gas y líquido.

CO2 supercrítico
En todo esto, el CO2 es el FSC de elección debido a que presenta una temperatura crítica fácilmente accesible (304K), a que es un material no inflamable, inerte, no tóxico, y reconocido como seguro (“GRAS”) por la Administración de Medicamentos y Alimentos de Estados Unidos (FDA), y sobre todo, a que es una sustancia muy abundante y por lo tanto barata; y es que como se ha dicho anteriormente, la cantidad de CO2 en la atmósfera está aumentando de manera descontrolada.
Las aplicaciones que presenta el CO2 en su estado supercrítico son numerosas y muy variadas, entre las cuales podemos encontrar: extracción, concentración y purificación de compuestos debido a la conservación del poder disolvente de los líquidos pero con mejores características de transferencia de materia; detergente industrial para el lavado en seco de tejidos y la limpieza de piezas metálicas.
Si nos centramos en la industria alimentaria cada vez encontramos más aplicaciones al respecto: descafeinado del café, extracción de aceites de semillas, elaboración de té instantáneo, limpieza del corcho para el embotellado del vino, etc. Además, en este ámbito, la tecnología que emplea el CO2 en su estado supercrítico está siendo ampliamente utilizada para la inactivación enzimática en productos alimentarios en los cuales el deterioro enzimático es acusado tras un cierto período de almacenamiento. Esto ocurre sobre todo en aquellos productos que, siendo sometidos a tratamientos convencionales como el tratamiento térmico, experimentan la pérdida de nutrientes termolábiles, además del deterioro enzimático, lo cual genera un producto cuyas características organolépticas son rehuidas por el consumidor.

Concretamente, se ha visto que zumos de frutas como la manzana y el tomate, entre otros, procesados mediante tratamiento térmico convencional, han experimentado la separación en dos fases, así como un oscurecimiento del jugo debido a la acción de las enzimas presentes de manera natural, y que provocan la pérdida de la turbidez característica del zumo, así como el pardeamiento enzimático responsable del oscurecimiento.
En muchos estudios, se ha demostrado que esta tecnología, sustituyendo al tratamiento térmico convencional, inactivó fuertemente estas enzimas, obteniéndose zumos con características sensoriales mucho más atrayentes.
Por lo tanto, en virtud de lo anteriormente expuesto, la situación ideal sería capturar el CO2 proveniente de los procesos industriales antes de ser liberado a la atmósfera, y una vez empleado en el proceso, hacerlo recircular por el mismo para que pueda ser reutilizado y reciclado.

De esta manera, la tecnología del CO2 supercrítico no supondría un incremento del gas en la atmósfera puesto que no se produciría específicamente para este fin, sino que, al contrario, al impedir que sea arrojado al exterior, contribuiría a reducir las emisiones del gas, y por tanto a paliar, aunque en una pequeña proporción, el efecto climático causado por el CO2.
Bibliografía
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