
A finales del primer tercio del siglo pasado los arqueólogos repararon en la existencia en el Templo de los Guerreros de Chichén Itzá (Yucatán, México) de unas pinturas antiguas en las que destacaba un azul intenso cuya brillantez, durabilidad y aguante químico les sorprendió. No solo resistía la degradación biológica sino los efectos de la humedad e incluso el tratamiento con ácidos, bases o disolventes orgánicos.
Así que mientras los demás colores del motivo aparecían empalidecidos, este pigmento, que fue denominado azul maya, conservaba toda la lozanía que tenia cuando fue elaborado hace doce siglos. Y los especialistas no adivinaban precisamente eso: cómo fue elaborado.

Lo primero que pensaron fue lo trivial: que podría tratarse de un mineral de cobre o de un tipo de lapislázuli Después hubo otras propuestas. Posteriormente se comprobó que el pigmento contenía palygorskita, una arcilla mineral fibrosa (derecha) de color blanco-grisáceo que a veces puede ser amarillenta e incluso verdosa. Pero eso no justificaba el color azul tan atractivo del pigmento.
Finalmente se detectó la presencia del pigmento conocido como índigo, obtenido de las plantas indigóferas. Esto demostraba que el azul maya no era natural, sino el resultado de una receta, lo que suponía una de las primeras manifestaciones conocidas de la química mesoamericana. Técnicamente es un material híbrido inorgánico-orgánico.

Este pigmento lo vinieron elaborando diversas culturas mesoamericanas desde aproximadamente el siglo VIII hasta mediados del siglo XIX.
Dependiendo de su técnica de fabricación que emplearan los pueblos antiguos se obtenía un tinte azul, turquesa o azul verdoso y más o menos claro u oscuro.

Actualmente se ha tratado de reproducirlo por varios investigadores. En 1993, el historiador y químico mexicano Constantino Reyes-Valerio propuso un método en cinco etapas:
- Maceración de hojas de índigo en agua arcillosa;
- filtrado para eliminar las hojas;
- oxigenación de la solución;
- filtrado para escurrir el pigmento;
- cocción del pigmento.
La cocción es fundamental. Se ha comprobado que si no se realiza no se obtiene una coloración estable.
Posteriormente se halló que el pigmento más cercano en resistencia y en color al azul maya arqueológico se lograba utilizando índigo concentrado al 10% y cociendo a 190 °C durante cinco horas. También se determinó que el color dependía de la clase de índigo empleado.
