Iván Valjuán »
Patio de una venta de carretera en las proximidades de Villacorta, diez de la mañana. Un matrimonio de edad madura que, por la forma de hablar, se nota que no es de por aquí, apura sendas tostadas cargadas de sobrasada que mojan de vez en cuando en el café. No hablan; no se miran; bastante ocupada tienen la boca prodigándose el pan de cada día y los ojos recreándose en el siguiente bocado que pronto bajará por sus esófagos.
A sus pies, bajo la mesa, un chucho añoso de escasa envergadura y raza indefinida, con el hocico encajado entre sus patas delanteras, sigue con sus pupilas el raudo pasar de los coches sin que ni siquiera el olor de la sobrasada altere su parsimonia.
De pronto, el hombre echa hacia atrás su silla de aluminio haciéndola rechinar, se incorpora –camiseta blanca ceñida que marca unos generosos michelines, bermudas del mismo color recién decoradas con un lamparón rojo, gafas que aguzan un mirar aburrido y displicente– y da unos pasos. El perro se levanta como proyectado por un resorte y se dispone a cumplir con su obligación de seguir a su amo cuando este, que vigilaba la reacción del animal con el rabillo del ojo con la indudable intención de pillarlo in fraganti, se vuelve hacia él, dobla la bisagra cuanto su barriga le permite, levanta las dos manos y las agita adelante y atrás en ademán amonestador, espetando al animal con áspera voz:
–¿A dónde crees que vas?
El can se queda quieto, cruza su mirada con la del hombre, la desvía a continuación, menea tímidamente la cola, jadea y pone esa cara como de sonreír que ponen los perros (y muchas personas) cuando son reconvenidos. Finalmente, se vuelve a echar y encaja de nuevo el hocico entre las patas. El amo, satisfecho, reemprende su camino.
La señora, que ha presenciado la escena mirando para otro lado, toma su café, le da un sorbo, deposita suavemente el vaso en la taza y mira al perro. Se inclina un poco hacia él y le explica condescendientemente:
–Va al baño.
El perro, agitando una oreja para espantar una mosca, se dice para sí:
–¡Pobre amo…! ¡Y qué pérfida es la hiperplasia prostática benigna en el homo sapiens!
Y suspira.