La imagen sobre estas líneas corresponde a la presa de El Gasco, que se halla en la confluencia de los términos municipales de Torrelodones, Galapagar y Las Rozas, provincia de Madrid (España). Se estuvo levantando entre 1787 y 1799 como parte de la obra hidráulica denominada Canal de Guadarrama, pero se dejó inacabada debido a un derrumbamiento ocurrido por una fuerte tormenta el 14 de mayo de 1799.
Advertencia de peligro
La presa de El Gasco es visitada por muchas personas. Llegan allí ciclistas, algunos de los cuales circula a menos de un metro de los bordes, por terrenos de granito desintegrado y por tanto muy resbaladizo. La parte superior de la presa no cuentan con barandilla ni ninguna protección. Hay gente que se acerca temerariamente al borde para hacerse una foto. Resulta sorprendente que las autoridades no hayan tomado medidas al respecto y ni siquiera hayan colocado carteles de advertencia del peligro.

1. La presa de El Gasco
La presa se halla en una garganta granítica del río Guadarrama conocida antiguamente como estrecho de Peña. Se suspendieron las obras (que por entonces iban a un ritmo muy lento) cuando el muro se había elevado ya hasta una altura de unos 53 m y su longitud de coronación era de 154 metros (los valores de estas medidas y los que se darán en lo sucesivo difieren ligeramente según los autores, pero no cabe esperar valores exactos en una obra como esta, no rematada). Según el proyecto, iba a alcanzar 93 m y una longitud de coronación de unos 260 m. Con esa altura sería la más alta del mundo, aunque probablemente ya lo era, de hecho, cuando se suspendieron las obras. Podría haber llegado a embalsar 22 hm3.
En el siguiente croquis puede verse el perfil de la parte realizada y, en línea discontinua, de la que quedaba por ejecutar:

Estructura invertida
Es una presa de las llamadas de gravedad, en las que la resistencia al agua se debe al propio peso del dique. Este tiene planta trapezoidal, con unos 72 m de anchura en la base y unos 30 m en la coronación actual (unos 20 m en la parte de la presa afectada por el derrumbamiento). Si se hubiera terminado, la anchura en la coronación sería de menos de 4 m.
Como se puede apreciar en el croquis, los paramentos que delimitan el cuerpo de la presa tienen diferentes pendientes. El de aguas abajo es prácticamente vertical (proporción 1:6, equivalente a unos 80 grados; el de aguas arriba es un talud de proporción 2:3, es decir, de unos 57 grados). La fábrica de ambos es de mampostería de granito ligada con mortero de cal. El espesor de estos muros es de unos 3 m (en algún documento antiguo relacionado con el proyecto se dice que es de 4,2 m).

La disposición de los dos paramentos es llamativa, porque lo usual en las presas de gravedad es que el talud vertical sea el de aguas arriba y el inclinado el de abajo; de hecho, algunos expertos opinan que esta conformación invertida habría causado la rotura de la presa de El Gasco si hubiera alcanzado la altura proyectada y el agua hubiera llenado el embalse. Por lo tanto, el accidente que provocó la suspensión de las obras puede considerarse providencial.
La disposición correcta debería ser más o menos la que se muestra en el croquis siguiente, donde se han representado las principales fuerzas en juego: el peso de la presa y el empuje del agua. La resultante de estas fuerzas debería apuntar idealmente hacia la zona de mayor resistencia, que es aproximadamente el tercio central de la base:

El hecho de que el derrumbe haya dejado visible el interior del cuerpo de la presa permite comprender perfectamente la estructura de la fábrica. Los dos paramentos están conectados mediante un conjunto de muros transversales que actuarían como contrafuertes para que el paramento de arriba resistiera la presión hidrostática. Tienen 1,70 m de espesor y están separados entre sí unos 10 m (en algún documento antiguo se dice que esta distancia era de 27 pies por término medio, o sea unos 7,5 m). La parte superior de varios de estos muros transversales se identifica perfectamente en la actual coronación de la presa:

Entre los paramentos y los muros transversales quedan delimitadas unas celdas que fueron rellenadas con los mismos materiales graníticos que los paramentos, pero ligados con barro (arcilla) en vez de mortero de cal (estos materiales arcillosos han favorecido el enraizamiento de encinas y matorrales, como se ve en la fotografía anterior). Los muros estaban dotados de llaves, es decir, piedras salientes cuya función era trabar mejor el muro con el relleno de piedra y arcilla. En esta otra imagen de la parte superior de uno de los muros transversales que aflora en la coronación se ven las piedras llave:


Hay quien considera que unos muros transversales horizontales en vez de verticales habrían dado menos problemas.


Causas posibles del derrumbe
Puesto que el desplome se produjo a resultas de una tormenta, es obvio pensar que se debió a la acumulación de agua filtrada dentro de las celdas, que hincharía las arcillas expansivas que probablemente se vertieron en ellas. Por otro lado, el agua líquida o el fluido que formara el agua con el barro usado para macizar las celdas pudo ejercer una gran presión hidrostática, mayor en las zonas más profundas alcanzadas por el agua. La ruptura del paramento a unos 4 m por encima de la parte superior del intradós (el techo) del túnel pudo acarrear el desplome del trozo de lienzo desde ahí hasta la coronación. Se han sugerido también otras causas concomitantes, como que no se empleó suficiente mortero o que este era de mala calidad, que los mampuestos no tenían las proporciones adecuadas o que los distintos muros no están bien trabados entre sí.
El hecho de que solo resultaran afectadas las cuatro celdas centrales podría explicarse, entre otras razones, por ser estas las que tienen más profundidad y, por tanto, las que llegarían a tener que soportar más presión hidrostática. Además, al ser más ancho el cuerpo de la presa cuando más profundidad, el volumen de arcillas expansivas es mayor en la parte baja. Por otro lado, si se derrumbó el paramento de aguas abajo y no el de aguas arriba sería porque el primero es mucho más vertical y, por tanto, ofrecería menos resistencia al empuje. En resumen, y como es lógico, la presa se rompió por sus partes más débiles.
La hipótesis del uso de arcillas expansivas es bastante plausible. Los proveedores traerían el «barro» (esa palabra es la que se lee en los documentos antiguos sobre la obra) de zonas no muy alejadas a la presa. En enclave de la presa se halla dentro de una extensa área geológica que se denomina Cuenca de Madrid y que ocupa el centro y sudeste de la región. Se trata de una depresión tectónica que estuvo recibiendo sedimentos de los relieves circundantes durante millones de años, y, entre otros, gran cantidad de arcillas expansivas, que son materiales que experimentan grandes cambios de volumen según se encuentren en presencia o ausencia de agua, especialmente si su naturaleza es esmectítica (montmorillonita, bentonita…). Los terrenos ricos en arcillas expansivas suelen ser pesadilla para ingenieros y arquitectos.
El aumento de volumen de las arcillas expansivas al entrar en contacto con agua se debe principalmente a un fenómeno fisicoquímico conocido como adsorción. Las arcillas expansivas están formadas por láminas, entre las cuales queda un espacio interlaminar. Las láminas tienen una carga superficial negativa, mientras que las moléculas de agua son dipolos, es decir, tienen un extremo positivo y otro negativo. Esta diferencia de cargas genera una fuerza de atracción electrostática entre las láminas y las moléculas de agua. Pero los polos negativos de moléculas de agua adsorbidas en láminas contiguas se repelen, y esto provoca la separación de las láminas, con el correspondiente aumento de volumen. En la presa, el hinchamiento de las arcillas pudo no solo romper el muro, sino también obturar unos canales de desagüe que habían sido creados precisamente para que el agua que se filtrara fuera conducida hacia la bóveda inferior (el túnel). Por eso, el agua se acumuló.
Por otro lado, aparte de este tipo de arcillas, la Cuenca de Madrid es rica en arcosas, que son areniscas feldespáticas de buenas propiedades mecánicas para la construcción excepto si se mojan, pues en ese caso se vuelven pastosas.

Al producirse el desplome de la parte central del paramento de aguas abajo, quedaron expuestos tres de estos muros transversales más una de las caras de cada uno de otros dos. Estos tres muros presentan grandes grietas verticales.
Cal petrificada
En la coronación de la presa, entre la abundante vegetación que ha crecido, se aprecian grandes montones de la última cal que fue acopiada para fabricar el mortero que se usaba para unir los trozos de granito en la construcción de la mampostería. Esta cal, como es lógico, está hoy día completamente petrificada.

El proceso que se sigue para obtener el mortero de cal que se utilizó en la presa encierra muchos valores didácticos para los estudiantes de química. Se empieza obteniendo cal viva (CaO) por calcinación de piedra caliza (es decir, carbonato de calcio, CaCO3):
CaCO3 ⟶ CaO + CO2
No es una reacción que transcurra con facilidad. Es necesario calentar la piedra caliza al menos a unos 900 °C, pero generalmente el proceso se realiza a unos 1000 °C para que la reacción se produzca con mayor rapidez, ya que, aunque es termodinámicamente favorable, su cinética es lenta en las condiciones en que se lleva a cabo. En las caleras y en los hornos de cal tradicionales, el proceso de cocción podía llevar hasta 3 y 4 días, dependiendo del tamaño del horno, el tipo de caliza, el combustible empleado (leña, carbón vegetal…) e incluso las condiciones climáticas, como la humedad.

Se cargaba el horno con piedras de roca caliza formando una bóveda, de manera que quedaran huecos entre las piedras para la circulación de los gases. Bajo la bóveda se colocaban ramas vegetales (brezo, jara, romero, olivo, arbustos o cepas) que servían de combustible para proporcionar el calor necesario. Había que ir agregando continuamente más madera e ir retirando las cenizas. Como una hornada duraba tres o cuatro días, se necesitaban muchas toneladas de combustible. Era crucial mantener la temperatura alta durante todo el proceso.
Finalizada la calcinación se dejaba enfriar el horno durante varios días. Luego se extraían las mismas piedras que se habían colocado para formar la bóveda, pero ahora eran de un color notablemente blanquecino y pesaban mucho menos (teóricamente, un 56 % del peso inicial, habida cuenta de los valores de los pesos moleculares del CaO y el CaCO3, que son aproximadamente 56 y 100).
Una vez obtenida la cal vida es necesario apagarla añadiéndole agua, lo que permite obtener hidróxido de calcio (cal apagada):
CaO + H2O ⟶ Ca(OH)2
Si, antes de añadir el agua, la cal viva se mezcla con arena, el resultado que se obtiene es mortero de cal. Este mortero fragua por la reacción ácido-base entre el hidróxido de calcio y el dióxido de carbono del aire (el CO2 es un óxido de naturaleza ácida):
Ca(OH)2 + CO2 ⟶ CaCO3 + H2O
La carbonatación completa del hidróxido de calcio puede llevar bastante tiempo, por lo que es posible que en la presa de El Gasco el mortero estuviera aún blando cuando se produjo el derrumbamiento y esa fuera otra de las razones del mismo. En condiciones ideales (humedad alta, temperatura adecuada, capa delgada de mortero, buena calidad de la cal) la carbonatación completa puede ocurrir en semanas o meses, pero, si las condiciones son menos favorables, el proceso puede durar años.

El enigma del túnel
La presa de El Gasco nunca llegó a ponerse en funcionamiento. El río Guadarrama simplemente pasa por un túnel que se encuentra en la base, como se ve en la imagen anterior. Así llega el curso de agua actualmente a la embocadura del túnel:

Y sale de él aguas abajo:

El río se dirige hacia la urbanización Molino de la Hoz (Las Rozas de Madrid), que se vislumbra al fondo:

De este modo, el dique hoy día es como un enorme puente sobre el río, si bien a él solo se puede acceder por el estribo izquierdo, ya que el derecho está vallado por un coto de caza.

Las dimensiones del túnel (o arco, como se denomina en los documentos antiguos) son extraordinarias: 8 m de luz, 12,5 m de altura y unos 72 m de longitud. Está rematado por una bóveda de medio punto, es decir, semicircular. Esta galería permite que el río fluya libremente incluso en las grandes avenidas, si bien no se descarta que en algunas ocasiones históricas y durante un corto periodo se haya podido rebalsar algo de agua.
Durante la construcción del dique la función del túnel era obvia: permitir que siguiera circulando el río y no se embalsara agua. Normalmente, en las presas se deja un desagüe de fondo para eliminar periódicamente los tarquines (sedimentos) que se van acumulando, evitándose así que con el tiempo el embalse se colmate. Los desagües de fondo están provistos de las correspondientes compuertas (análoga al tapón de una bañera). Pero no se entiende cómo iba a funcionar el túnel de la presa de El Gasco como desagüe de fondo, ya que sería imposible fabricar una compuerta que tapara un agujero tan descomunal situado bajo una columna de 90 m de agua que crearía una presión hidrostática de unas de 9 atm.
Para hacerse una idea de la enormidad de este túnel téngase en cuenta que su altura (12,5 m) es aproximadamente la de un edificio de cuatro plantas. Por dentro podrían caminar cómodamente 15 personas al mismo paso (y hasta 20 si se aprietan). Y se podría formar en teoría un castell de 8 castellers:

La sección del túnel es bastante fácil de calcular dada su geometría, consistente en un rectángulo de 8 m × 8,5 m y un semicírculo de 4 m de radio (8 × 8,5 + π(42) = 93,1 m2). ¿Cómo iba a poder cerrarse esa enorme boca para que la presa embalsara agua? Brillan por su ausencia las explicaciones al respecto en las fuentes antiguas y modernas. Por ejemplo, Norman Smith (1972) todo lo que dice es: «the tunnel was built to contain the river during construction».
A título de comparación, la presa de Isabel II en de Níjar (Almería) tiene un desagüe de fondo de forma muy similar al arco de El Gasco. Pero hay diferencias sustanciales: la presa de Níjar solo tiene 31 metros de altura (un tercio que la altura proyectada para El Gasco); se construyó en 1850 (medio siglo más tarde, cuando las técnicas constructivas y los conocimientos habrían mejorado mucho), y solo tiene 1 m de anchura (no 8) por 2,19 m de altura (no 12,5), y además la embocadura es aún más baja (1,72 m). La entrada de agua se permitía mediante una compuerta que se accionaba desde la coronación mediante un vástago alojado en un pozo de 1 m de diámetro. En la coronación de El Gasco no se aprecia nada similar.
Una solución actual sería construir un pozo unos metros aguas arriba de la presa con aberturas a varios niveles provistas de compuertas. Este pozo estaría conectado al túnel. Aunque modernamente no es muy difícil hacer esta conexión, antiguamente sí, porque hay que tener en cuenta que, mientras se cerraba la conexión, el río seguiría aportando agua.
Existen muchos proyectos de reformar la presa de El Gasco para usarla con fines recreativos. Uno de ellos, de Alfonso Álvarez Martínez y otros (2005), propone precisamente una solución de este tipo. Para cerrar el túnel se podría construir cerca de su embocadura un cilindro vertical de hormigón de 9 m de radio que estaría enlazado con el túnel mediante un codo. El sistema funcionaría como un aliviadero por el que entraría el agua cuando su nivel alcanzara 30 m, que es el tope que se considera adecuado por razones de seguridad.

Teniendo en cuenta la extensión de la cuenca y la precipitación media en la zona (812 mm), estos ingenieros calculan que una avenida máxima supondría un caudal de 450 m3/s, que sería drenable por este sistema tal como se proyecta. Para garantizar que haya aire en el interior del túnel y así evitar erosiones por cavitación, al cilindro de entrada del agua se le adosaría un conducto de aireación.
Los autores explican así cómo realizarían la etapa imprescindible de cierre del túnel:
Mientras se construye el cilindro vertical, el agua que llega por el río ha de seguir pasando por el túnel. Paro permitirlo hay que dejar en la entrada del túnel un hueco cuyas dimensiones pueden ser: anchura 3 m, altura 2 m. Cuando se haya terminado de construir el cilindro, para que el embalse pueda llenarse será preciso cerrar el hueco que antes se había dejado. Paro facilitar esta acción, que deberá ser ejecutada en tiempo lo más breve posible, conviene construir dos muros formando aletas a la entrada del hueco por donde el agua del río entro al túnel. Entre tales muros se podrá verter el hormigón de cierre. Por ello, los muros deben tener suficiente longitud, por ejemplo 5 m.
Para reforzar la seguridad de la presa se inyectaría con lechada de cemento el material de piedra y arcillas que se vertió antiguamente en las celdas existentes entre los muros transversales.
Mediante todas estas operaciones se conseguiría crear un lago de 1,4 km de longitud, 60 m de ancho medio y un volumen de agua de 740 000 m3. La cola del embalse llegaría hasta las proximidades de las ruinas del llamado Molino de Juan.

2. El Canal del Guadarrama
El objetivo principal de la presa de El Gasco no era el de proporcionar agua potable y de riego. Lo que se pretendía fundamentalmente era que sirviera como infraestructura de captación y regulación de aguas para mantener inundado el Canal del Guadarrama, obra hidráulica que constituiría el primer tramo de un larguísimo canal que permitiría la navegación entre El Gasco y Sevilla pasando por Madrid y, por tanto, entre la capital de España y el océano Atlántico, ya que el río Guadalquivir es navegable desde Sevilla hasta su desembocadura en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz). Este croquis muestra la traza completa del gran canal proyectado.

La iniciativa partió del Banco Nacional de San Carlos, una entidad privada fundada en 1782 bajo la protección Carlos III; su primer director fue el financiero de origen francés Francisco Cabarrús. Pensando en posibles inversiones, los directivos del Banco recordaron que el ingeniero militar francés Carlos Lemaur, que trabajaba en España desde 1750, había realizado un proyecto de canal en Andalucía y le propusieron que continuara la obra hasta el río Guadarrama. Lemaur aceptó, y junto a sus cuatro hijos, Carlos, Manuel, Félix y Francisco, también ingenieros militares, hizo en el verano de 1785 la nivelación de lo que iba a ser el Canal del Guadarrama, entre la presa de El Gasco y la ciudad de Madrid, donde conectaría con el Canal del Manzanares.
Pero Carlos Lemaur murió repentinamente en noviembre de 1785. El Banco, tras meditarlo, decidió encomendar la construcción de la presa de El Gasco y el primer tramo del Canal del Guadarrama a los cuatro hijos del ingeniero Lemaur. Concretamente, los dos mayores se encargarían de la presa y los menores del canal. Este primer tramo se extendería entre la presa y la localidad de Las Rozas de Madrid; una vez terminado se ejecutaría el segundo tramo, hasta Madrid.
Los hermanos Lemaur presentaron al Banco el proyecto general el 23 de diciembre de 1786 y las obras se iniciaron inmediatamente, a principios de 1787. En abril de 1788 se había excavado el canal hasta Las Rozas (unos 25 km), incluyendo las estructuras necesarias para salvar los arroyos, pero no una importante esclusa que se había proyectado cerca de Las Rozas.

En 1793, los menores de los hermanos Lemaur (Félix y Francisco) solicitaron al Carlos IV ser destinados a América, obteniendo el permiso. Los hermanos mayores continuaron con la obra de la presa, pero debido a diversas vicisitudes esta avanzaba a un ritmo muy lento, y cuando se derrumbó parcialmente el 14 de mayo de 1799 fue definitivamente paralizada. Eso significó, al mismo tiempo, la muerte del proyecto del Canal del Guadarrama.
Quizá el accidente fue providencial, porque muchos historiadores consideran que el proyecto de unir Madrid con Cádiz era quimérico en aquella época, no solo por las dificultades técnicas (por ejemplo, habría que perforar túneles, además de tener que construir decenas o centenares de acueductos y esclusas), sino porque los ríos que habían de proporcionar agua al canal no tendrían el caudal suficiente durante buena parte del año.
El canal en la actualidad
En este mapa del siglo XIX se ve la traza de los primeros kilómetros del canal a partir de la presa de El Gasco:

Este otro mapa lo publicó el Boletín Oficial de la Comunidad de Madrid con motivo de la declaración de Bien de Interés Cultural de la Presa de El Gasco y el Canal del Guadarrama en 2020:

La presa está representada en la esquina superior izquierda. En sus primeros 8 km aproximadamente transcurre por el monte y se puede apreciar la excavación en mejor o peor estado según los tramos, pero a partir de ahí la mayor parte del canal ha sido «tragado» por las urbanizaciones que se han ido estableciendo, si bien las autoridades han reconstruido a título simbólico un corto tramo el final de su recorrido, en la Dehesa de Navalcarbón de Las Rozas (esquina inferior derecha).
El siguiente plano, de la misma fuente, es una ampliación del mapa anterior centrada en los alrededores de la presa. El canal está remarcado con trazo grueso. Su arranque dista unos 75 metros de uno de los estribos del dique. Obviamente, en aquel momento no se podía conectar el canal con la presa porque esta no estaba terminada. El arranque del canal está a una cota unos 28 metros superior a la de la coronación actual. En cambio, cuando la presa se hubiera concluido, el canal debería quedar unos metros por debajo de la coronación. La diferencia de altura se supone que la salvarían con una esclusa (al menos).

Como se puede apreciar en el plano, quedan vestigios no solo del canal, sino de las canteras de las que se obtuvo el granito para la construcción de la presa y de varias edificaciones hechas para vivienda de algunos empleados, almacén de herramientas, etc. Incluso hay una alberca.

Los primeros kilómetros del canal se pueden recorrer actualmente por la vía de servicio (camino de sirga) que discurre por su derecha.

3. Trasfondos de la historia del proyecto
Hay varios documentos históricos claves para entender los entresijos históricos de la presa de El Gasco y el Canal del Guadarrama. Entre ellos destacan las Representaciones que hizo a S. M. la Junta de Dirección del Banco Nacional de San Carlos (en aquella época, una «representación» era una instancia, solicitud o súplica). Estas representaciones se dirigieron a Carlos III el 2 de enero de 1786, pero fueron publicadas al año siguiente. En ellas el Banco recopila la principal documentación administrativa sobre el proyecto e incluye un plano general.
Para entender las (conflictivas) relaciones entre el Banco y los hermanos Lemaur es de sumo interés una colección de cartas publicadas en 1815 por un tal Francisco Llantellas, persona de la que no existe ningún rastro bibliográfico, razón, entre otras, por la que muchos autores modernos consideran que tras este nombre se escondía alguno (o varios) de los hermanos Lemaur. Las cartas forman buena parte de un libro que vio la luz en 1815.
Otros documentos interesantes son un dibujo sobre el estado de la presa al poco tiempo de iniciarse, probablemente realizado por alguno de los ingenieros, y un anuncio en un periódico para animar a trabajadores a emplearse en la obra, ya que en los primeros momentos esta solo contaba con un centenar de obreros.
3.1. Representaciones dirigidas al Rey por el Banco de San Carlos
En las mencionadas Representaciones, el Banco de San Carlos empieza manifestando su inquietud sobre el futuro del Canal del Guadarrama tras el repentino fallecimiento del ingeniero Carlos Lemaur y su temor a encomendar la obra a técnicos no cualificados (este extracto y los que figuran en adelante han sido adaptados conforme a las reglas ortográficas, y en algunos casos gramaticales, actuales):
La muerte imprevista de este profesor suspendió la actividad de la Dirección, precisándola a ocuparse enteramente en los medios de reemplazarlo; pero habiendo inútilmente discurrido sobre este asunto, se ha convencido más y más de la temeridad que habría en fiar un proyecto de tan grande momento a ingenieros que no se hubiesen empleado siquiera teóricamente en este género de obras o a extranjeros, que añadirían a la ignorancia de la lengua y costumbres la de las circunstancias locales de nuestros ríos y terrenos, y se ha fijado en la idea de hacer un ensayo que sirva para conocer los sujetos que se encargaren de él, y determinar con todo acierto el abandono o la prosecución del resto de la empresa.
El «ensayo» que propone el Banco iba a consistir en «experimentar» qué tal desempeñarían la dirección de la obra los hijos de Lemaur:
La Dirección ha creído que siendo en algún modo responsable del feliz éxito de esta empresa debía reservarse proponer sucesivamente a V[uestra] M[ajestad] los ingenieros que creyese más oportunos, experimentando por ahora a los hijos del difunto Lemaur D. Carlos y D. Manuel, ambos tenientes graduados de Ingenieros, como prácticos en este proyecto y más interesados en seguir los planos de su padre, a quien han acompañado sucesivamente desde el año de 1775 en las nivelaciones del canal de Andalucía, en los caminos del Puerto del Rey, en el de Málaga, en el de Toro, y últimamente en todas las nivelaciones, planos y cálculos del actual proyecto, habiendo ejecutado los modelos en madera de las esclusas económicas que inventó su difunto padre y maestro.
El Banco creía que había claros indicios para presumir la idoneidad de Carlos y Manuel Lemaur:
El deseo de contribuir a la gloria de este [su padre], la necesidad de hacerse conocer, de adelantar en su carrera, y sobre todo de corresponder a las señales nada equívocas de concepto que han debido a la última Junta general [del Banco], son las mayores prendas que la Dirección pueda tener de su desempeño, como también la docilidad y actividad tan propias de la juventud.
El Rey Carlos III autorizó la propuesta del Banco pero exigiendo que:
A fin de que en materia tan grave se proceda con la seguridad y conocimientos correspondientes, dispondrá la Junta de Dirección del Banco que se vuelvan a reconocer y rectificar el terreno, sus planes y nivelaciones, y a formar traza y cálculo y regulaciones exactas de los gastos, con asistencia de personas inteligentes y acreditas, además de los ingenieros D. Carlos y D. Manuel Lemaur.
Se designó para evaluar el proyecto a Escipión Perosini, un profesor italiano de Arquitectura e Hidráulica que había hecho importantes intervenciones sobre el curso del río Guadalquivir. Según el propio Perosini
después de un maduro examen de quince días sobre el sitio mismo así en lo general como en lo particular de la obra, repitiendo la nivelación ejecutada por el referido señor Lemaur, hecho un prolijo análisis de todas las obras en particular en mi casa, puedo asegurar que la he encontrado libre de cualquiera dificultad por lo tocante a su ejecución, y al mismo tiempo proyectada con toda aquella reflexión y tino que corresponde a obras de esta naturaleza.
Dice Perosini que se había reunido con los hermanos Lemaur en varias ocasiones y que
he quedado admirado del talento, aplicación y sólidos fundamentos hidráulicos de estos cuatro oficiales, capaces de dirigir no tan solamente esta, sino cualquier otra obra de semejante naturaleza.
Su dictamen sobre el proyecto es sumamente encomiástico. En particular, de la presa de El Gasco afirma que tiene «la mejor figura y solidez posibles según las leyes de la Estática e Hidráulica»:
El pensamiento de cerrar la garganta de las montañas en el estrecho de peñas que expresa el proyecto y que reconocí con mucha prolijidad, y de proporcionar con el auxilio de un solo muro un repuesto de aguas tan abundante, ganando al mismo tiempo la altura de las vertientes para poder llevar Guadarrama en Manzanares, es una de aquellas felices ideas que por hallarse tan bien combinadas con la calidad del terreno parece que no hayan costado trabajo al inventor, y sí solamente que la misma naturaleza las haya sugerido, aunque suelen ser las que más difícilmente ocurren al espíritu, que solo las debe a una extraordinaria meditación.
Además de procurar esta presa las enunciadas ventajas, proporciona igualmente la que es muy apreciable, de no introducir en el Canal sino las aguas totalmente claras de Guadarrama; pues hallándose este río sin corriente en aquel punto, los légamos traídos indispensablemente por las avenidas de invierno quedarán precisados a bajar al fondo del estanque, ni podrán en modo alguno introducirse en el Canal, que por consiguiente no se hallará expuesto a cegarse, mediante el uso de las zanjas y acueductos que debe tener faldeando los cerros, a fin de que no entren en él más aguas que las del estanque.
[…]
Finalmente, uno de los puntos más esenciales, que es el paredón de la presa que en el estrecho ha de atajar el río, está propuesto y calculado con tanto acierto como los demás. La importancia de este punto, que consiste principalmente en que debe sostener una columna de agua de trescientos diez pies de alto, ha sido tan bien mirada por este hábil Ingeniero que la desempeña con la mejor figura y solidez posibles según las leyes de la Estática e Hidráulica; ni se podría prescindir de las dimensiones y forma que dio a esta presa sin exponerse a edificar un muro más costoso o menos resistente, o uno y otro, a menos que se pretendiese darle una resistencia más que doble del empuje de las aguas.
Perosini no explica en su informe cómo se iba a cerrar el túnel una vez concluida la presa.
El Banco manifestó que había quedado satisfecho «del celo, exactitud y honradez de este profesor inteligente» y propuso pagarle 15 000 reales por el dictamen realizado. El Rey contestó que antes de aprobar esta «gratificación» a Perosino quería saber «si la Junta [del Banco] piensa quedarse con él para emplearlo en esta obra, y con qué destino y asignación».
Por otro lado, el Banco nombró a Félix y Francisco Lemaur ayudantes de sus hermanos mayores, Carlos y Manuel, encomendando a los primeros el canal y a los segundos la presa.
Objetivo del Canal del Guadarrama
En las Representaciones se explica que
El fin principal de esta primera parte del Canal es el de incorporar las aguas del río Guadarrama con las del Manzanares, y también continuar la navegación hasta la misma villa de Guadarrama.
Con «la primera parte del Canal» se refiere al canal del Guadarrama propiamente dicho, es decir, el canal entre El Gasco y Madrid. Tendría una longitud de unos 50 km y sería conectado con el canal del Manzanares dentro del propio Madrid, concretamente a la altura del puente de Toledo. (El Canal del Manzanares ya unía por aquel entonces Madrid con Vaciamadrid, pero nunca se prolongó hasta Aranjuez, como estaba previsto). Se consideraba que, incluso si nunca se llegaba a completar el gran canal entre Madrid y Sevilla, el tramo entre El Gasco y Madrid sería de por sí muy útil, pues permitiría conducir piedra y otros materiales de construcción para las numerosas obras que se ejecutaban en Madrid y Aranjuez en aquellos tiempos, regar los terrenos cultivados por los que pasaría y mover molinos, batanes y otros ingenios hidráulicos.
Plano general y algunos detalles técnicos
El 23 de diciembre de 1786 los hermanos Lamaur presentaron al Banco este mapa que figura como anexo en las Representaciones y en el que se muestra la traza del canal y su conexión con el embalse de El Gasco:

La siguiente es una ampliación del mapa anterior. Se aprecia que el canal saldría de uno de los extremos de la presa:

En el texto de las Representaciones se explica que la diferencia entre el nivel máximo que alcanzaría el agua en el embalse de El Gasco y la cota del canal del Manzanares en el puente de Toledo de Madrid sería de 152 metros, salto que se proyectaba salvar con 17 esclusas. La primera de ella estaría precisamente a la salida de la presa, con unos 5 metros de desnivel, que es lo que se preveía que podría bajar el nivel del embalse en el verano.

Habría otra esclusa cerca de Las Rozas, señalada con la letra G en la siguiente ampliación:

Presupuesto
En las Representaciones figura este presupuesto inicial de la obra, desde el costo de la «pared que ha de atajar el río Guadarrama» (es decir, la presa de El Gasco) hasta el de la última esclusa y acueducto junto al puente de Toledo en Madrid (las cantidades son reales de vellón):

Pronto se comprobó que este presupuesto se quedaba muy corto.
3.2. Una imagen del estado de la obra a los pocos meses
En la Biblioteca Nacional de España se conserva un dibujo hecho en papel verjurado con pluma, pincel, tinta y aguadas grises y de color, de autoría anónima (se cree que podría deberse a los hermanos Lemaur), que ilustra los trabajos de construcción de la presa en sus primeras etapas. Al pie se lee esta descripción literal:
PRIMERA VISTA PERSPECTIVA DEL ESTRECHO DEL GASCO EN EL RIO GUADARRAMA Á DONDE SE / CONSTRUYE LA PRESA QUE LO DEVE ATAJAR PARA DAR AGUA AL CANAL DEL MISMO NOMBRE. / Á la izquierda y à media falda del monte se ve un Camino que viene de la / Cantera á donde se ha labrado las dovelas para el Arco de la Presa, mas alla, se ve la / Presa, y como se dexo al principio del Invierno de 1787[tachado]; un poco mas à la derecha, la Plaza / à donde se prepara los materiales ; á la derecha, un camino que baja del Canal para / el Servicio del trabajo, en lo alto se descuvre / una parte de la excavacion del Canal»

En el siguiente detalle se ve a un grupo de trabajadores en la «plaza» donde se preparaban la cantería y la cal y la arena necesarias para producir el mortero (al parecer este se elaboraba en baldes; la proporción habitual del mortero era una parte de cal y dos de arena; la cal había que apagarla al menos 15 días antes de su uso).

En esta otra ampliación se ven las primeras hiladas de la presa, configurándose ya lo que iba a ser el túnel por donde pasaba y sigue pasando el río Guadarrama. El túnel está construido aproximadamente hasta la tercera parte de la altura que tiene ahora (12,5 m); por eso, lógicamente, aún está sin cubrir:

En la parte inferior izquierda del dibujo se distingue a un grupo de personas preparando comida; probablemente eran algunos de los vivanderos (proveedores de víveres).

La presencia de los vivanderos beneficiaba a los promotores, como se desprende de algunas de las «reglas» que estableció el Banco de San Carlos para que sirvieran de directrices en la ejecución de las obras:
Tendrá facultad el Banco de establecer o llamar en la inmediación de las obras a los proveedores y vivanderos necesarios para que abastezcan libremente y sin asiento a los trabajadores, que lograrán por este medio la utilidad de la concurrencia de vendedores.
[…]
Conviene para la facilidad de los trabajadores que haya en la obra vivanderos que tengan todo lo necesario a la subsistencia de ellos, como pan, vino y otros comestibles de su uso; pero el orden pide que no se puedan establecer en el campo sin licencia de los Ingenieros, quienes han de cuidar de la policía de él.
Estos vivanderos son tanto más útiles cuanto después de arraigada la obra y casi desde el principio, dispensarán a la comisión de dar a los destajistas dinero a buena cuenta, fiándoles lo necesario para su manutención mientras pueden cobrar en virtud de libramiento formal; por cuya razón no se harán los pagos sino en cierto día de la semana, como el domingo, a fin de que el vivandero pueda observar la conducta del destajista y asegurar su crédito, dando aviso a los directores (si lo estima necesario) para que estos lo puedan mandar descontar de su haber al destajista o a la cuadrilla.
[…]
Los Ingenieros directores serán jueces de todos los incidentes que ocurran en la obra así entre los capataces y los individuos de sus cuadrillas, como entre estos, sus capataces y los vivanderos respecto a los créditos que estos tengan contra aquellos; sus juicios serán todos verbales, y se harán sin coste alguno de las partes. Pero de los delitos que puedan cometer los trabajadores y vivanderos en la obra o fuera de ella, de distinta naturaleza que la del gobierno económico y dirección de la misma obra, conocerá el Juez ordinario territorial.
A la derecha del dibujo se ve perfectamente el terraplén del camino de sirga (vía de servicio) del canal. El canal discurre por detrás del terraplén, y por eso no se ve:

3.3. Un llamamiento público a trabajadores
Cuando comenzó la obra, a principios de 1787, se contaba con solo un centenar de hombres. Para disponer de más fuerza laboral el Banco de San Carlos publicó un llamamiento en el mes de marzo explicando las condiciones del trabajo. El régimen de construcción del canal sería el de destajo. Esto significaba que los trabadores debían agruparse en cuadrillas; a cada cuadrilla se le encomendaba la excavación de un tramo de 20 varas (casi 17 metros) y se le concedía un tiempo para terminar el tramo (una, dos o tres semanas, según la dificultad del terreno, teniéndose en cuenta especialmente si era rocoso o arenoso). Es decir, no existía un jornal diario fijo, sino que se establecían salarios variables en función de la dificultad del trabajo.
Según se asegura en un documento de 1815 comentado más abajo, la mayoría de los trabajadores percibían 8, 10 y 11 reales al día; otros, 12 y 15; y algunos 18 y 20 (Llantellas, 1815). (Como comparación, el Banco ofreció a cada uno de los ingenieros Carlos y Manuel Lemaur 30 000 reales al año y un porcentaje del 10 % sobre los beneficios de la explotación del canal).
Este es el texto del anuncio del Banco, publicado en el Diario curioso, erudito, económico y comercial de marzo de 1787:
El Banco Nacional de San Carlos se halla encargado por S[u]. M[ajestad]. de la construcción del canal desde el río Guadarrama a Madrid que dirigen, con aprobación del Rey, los cuatro ingenieros hijos del difunto brigadier ingeniero Don Carlos Lemaur, a cuya construcción se ha dado ya principio, lo que se avisa al público para que las personas que quisieren ir a trabajar a estas obras puedan ejecutarlo, en la inteligencia de que tendrán a dos cuartos y medio cada pan de dos libras, y a tres cuartos y tres cuartos y medio el cuartillo de vino. Estos y los demás víveres son libres de derechos en dichas obras, y cualquiera los puede llevar y vender en ellas al precio que pueda proporcionar.
El jornalero ganará un jornal correspondiente a su aplicación y actividad. Si se juntan doce o quince hombres que vayan todos interesados en las ganancias, se les dará un destajo de veinte varas de largo que podrán concluir en una, dos o a lo sumo tres semanas y después se les confiará otro inmediatamente. Se dará a todos a buena cuenta algún dinero a fin de cada semana interín rematan los destajos para que puedan subsistir.
No se les piden fianzas en seguridad del cumplimiento de lo que se encarguen, ni para entrega de las herramientas que necesiten, pues se les suministrarán con la sola condición de volverlas en igual estado que la reciban. Y finalmente se observa el mismo orden y método que siguió el expresado brigadier ingeniero director D. Carlos Lemaur en las obras de los caminos de Sierra Morena, Galicia, Canal de Castilla y en otras que tuvo a su cargo.
Respondieron al anuncio muchos obreros, de manera que, al parecer, había temporadas en que eran varios miles. También se utilizó a presidiarios para que mediante el trabajo pudieran redimir penas. Era una de las razones por las que se mantenía un destacamento de soldados en la presa; quizá algunos soldados también participarían en la construcción. Eso sí, en determinados momentos, especialmente el verano, la fuerza laboral se veía drásticamente disminuida porque los trabajadores enfermaban de tercianas, un tipo de paludismo llamado así porque las fiebres sobrevienen cada tres días.
3.4. La versión de un tal Francisco Llantellas (1815)
Dieciséis años más tarde del derrumbe de la presa, un tal Francisco Llantellas, del que la historia no guarda memoria biográfica, publicó un libro cuyo título principal era Discurso que demuestra la dirección que convendría dar al camino real de Francia en la provincia, a pesar de lo cual más de la mitad de la obra está dedicada a lo que se lee al final de su subtítulo: Notas que hacen ver la causa del suceso desgraciado y excesivo gasto de los Caminos y Canales en España, y con particularidad del abandono del de Guadarrama. Casi toda esa parte consiste en una recopilación de correspondencia entre los hermanos Lemaur y el Banco Nacional de San Carlos.

Algunos especialistas que han escrito sobre la historia de la presa de El Gasco y el canal del Guadarrama creen que «Francisco Llantellas» era un seudónimo de alguno de los hermanos Lemaur o bien una persona que gozaba de toda la confianza de estos. Hay muchos motivos para defender esa hipótesis.
Uno es que Llantellas asegura en su libro que las cartas entre los Lemaur y el Banco llegaron a sus manos de forma que no parece muy verosímil:
Hallándome casualmente en una lonja de la Corte, sacaron una porción de papeles para envolver algunas cintas y lo demás que se pudiera ofrecer, y examinadas por mí reconocí eran relativas a los gastos hechos en el canal de Guadarrama. Seguidamente pregunté si tenía muchos de su especie, y llevándome a un cuarto interior me mostró veintitrés atados, los más de ellos bastante voluminosos. Deseé saber si quería vendérmelos, y como nos ajustásemos dispuse su conducción a mi casa, meditando por el camino que sin duda el peso y gasto de su transporte se los habría hecho abandonar a los ingenieros de quienes sospecho fuesen.
Que los ingenieros no quisieran recoger de una lonja sus papeles privados por no pagar el costo de llevarlos a su casa resulta poco creíble, pero todavía resulta todavía más increíble que en algún momento hubieran dejado que saliera de su domicilio una documentación tan importante.
Además, Llantellas da detalles íntimos relacionados con los Lemaur que no aparecen en las cartas. Por ejemplo, dice que cuando Carlos Lemaur padre murió, la familia no tuvo medios económicos para rendirle los últimos honores.
Añádase a eso que Carlos Lemaur hijo ya usó de seudónimo al menos una vez, concretamente en un proyecto para unir Guipúzcoa con la meseta publicado en San Sebastián en 1807 y firmado por «Joaquín Ignacio de Zunzunegui». La identidad Zunzunegui-Lemaur la descubrió un historiador del siglo XX (Yrízar, 1947) que publicó su hallazgo en un artículo de investigación en el que curiosamente aparece también mencionado Francisco Llantellas como supuesta persona a la que habría llegado el manuscrito de Zunzunegui.
Finalmente, no es creíble que alguien ajeno a los hermanos Lemaur se atreviera a publicar esta correspondencia con su nombre y apellido reales cuando aún vivían tres de aquellos, y menos aún sin el permiso del Banco, que podría interponer una demanda por revelación de documentación privada.
Un cúmulo de desavenencias
Francisco Llantellas explica que el 4 de agosto de 1788 Francisco Cabarrús, director del Banco de San Carlos, escribió a los hermanos Lemaur para acordar los términos de la «prosecución y conclusión» del canal del Guadarrama. El Banco no solo validaba los presupuestos económicos hechos por el difunto Carlos Lemaur, sino que les añadía «una mitad más, así por atender a la variación de los precios que trae el mero transcurso del tiempo como por los accidentes de que es susceptible esta especie de proyectos, y añadiendo también los intereses prorrateados que dimanan de los referidos supuestos». En cuanto a la remuneración de los ingenieros de la presa (Carlos y Manuel Lemaur), les hacía la siguiente oferta:
Vms. [vuestras mercedes] verán en él [proyecto de representación que se iba a enviar al Rey] que sin entrar Vms. en el gravamen de los intereses del coste, y de ningún accidente de ta obra, piensa la Junta ofrecerles la décima parte de su producto, además de la gratificación anual o ayuda de costa de treinta mil reales que se les señalará a cada uno.
Sobre este ofrecimiento, les pedía el Banco que indicaran, «en caso de no conformarse con él, qué partido les parecerá conveniente, como también las condiciones de la contrata bajo la cual querrían obligarse a la continuación de la empresa».
Los hermanos Lemaur contestaron a Cabarrús que querían una certificación oficial del ofrecimiento. Cabarrús se mostró ofendido:
la obligación que me he impuesto a mí mismo de disimular cualquier resentimiento personal al logro de la empresa confiada a Vms. no se desmentirá en una ocasión en que agraviaron a un tiempo la representación que me dieron en este asunto S. M. y el Banco, para que Vms. den crédito a lo que les afirmo de oficio y la veracidad de mi carácter personal.
No obstante, el Banco envía a los Lemaur la certificación requerida. Los hermanos siguen desconfiando al manifestar que la documentación
viene escrita de cuatro letras distintas […]. Sabe V[uestra]. S[eñoría]. mejor que nosotros que cuando se pasan de oficio copias de documentos sobre los que debe informarse, están escritos de una sola letra y firmados o rubricados del que los pasa para que no se dude de su legitimidad.
Al mismo tiempo dicen estar «mortificados de que estas ocurrencias dilaten las disposiciones de la continuación de las obras, en cuyo adelantamiento saben que hemos sacrificado hasta la salud por el honor de nuestro padre».
Cabarrús les contesta que
el haberles remitido escrita de cuatro letras la copia del proyecto de representación al Rey para continuar la empresa del canal fue para la mayor celeridad de este negocio, y que no conteniendo dicha representación una contrata formal con Vms., y sí solamente un proyecto de lo que la Junta [del Banco] pensaba pedir a S. M. y tratar con Vms. para que en lo uno diesen su dictamen y en lo otro explicasen su determinación, era suficiente una copia o borrador de dicha representación.
A pesar de eso, «para satisfacer completamente los deseos de Vms. en esta parte», Cabarrús les envía una copia certificada por el secretario del Banco de la solicitud que iban a elevar al Rey.
A continuación los hermanos ponen como condición para hacerse cargo de las obras que sean satisfechos previamente unos supuestos derechos hereditarios sobre unos trabajos que había hecho su padre años atrás:
[Como] se apropia el Banco el derecho del canal proyectado por nuestro padre para navegación y riego en Andalucía desde Espeluy al mar, hemos creído conveniente antes de tratar sobre los artículos que comprende la representación, manifestar a V. S. que habiéndose nivelado y calculado aquel proyecto a costa de muchas fatigas e intereses de nuestro padre y otras personas que con justicia podrán reclamarlos, no podemos desentendernos en esta parte del derecho en que como hijos y herederos suyos hemos adquirido […]. Estos hechos, de cuya certeza no puede dudarse, nos ponen en la precisión de exigir del Banco por la adquisición de este proyecto una recompensa equivalente…
Les contesta el secretario del Banco indicándoles que a partir de ese momento dirijan sus quejas al respecto a la junta directiva del Banco, escribiéndole a Francisco Cabarrús solo para tratar asuntos referidos al Canal del Guadarrama. El secretario les dice que el Banco ya les pagó en su momento 100 000 reales «por indemnización de su trabajo y del de su padre» y continúa así:
A la vista de un acuerdo tan terminante confirmado por los hechos mismos de haber percibido Vms. esta suma y haber entregado los planos, cálculos y descripción de este trozo de canal (pues los del trozo hasta Espeluy eran propios del Banco que los había costeado) sin reclamación ni reserva, la Junta se ha convencido de la ninguna facilidad que tiene para alterar con discusiones la solidez de un trato hecho tan solemnemente, y que si Vms., por el deseo honroso de ser empleados y acreditarse, admitieron entonces esta condición, no será justo que ahora reclamen contra ella, después de que el Banco, cumpliendo por su parte, les ha proporcionado la ocasión de manifestar su capacidad.
Los hermanos alegan que es cierto que estuvieron presentes en la reunión de la Junta que acordó concederles una gratificación de 100 000 reales, y que de hecho la cobraron, pero que habían admitido dicha cantidad por no «turbar el orden» de la reunión:
El discurso fue hecho sin noticia ni asenso nuestro, y aunque pudimos oírlo en el acto de su lectura, no era regular protestarlo en aquella ocasión ni turbar el orden de los asuntos que se ventilaban en la Junta con una oposición intempestiva contra un hecho que en nada puede perjudicarnos, ni tampoco el tácito consentimiento del acuerdo.
En otra misiva insisten sobre su reivindicación de esta manera:
La gratificación concedida por el Banco la recibimos como una recompensa de las extraordinarias fatigas que nos costó a todos la nivelación, el proyecto y cálculos del canal de Guadarrama a Espeluy, que tal vez aceleraron la muerte de nuestro Padre.
Luego critican al Banco por la gratificación de 15 000 reales que la entidad concedió al profesor Escipión Perosini por su informe (positivo) sobre la viabilidad del proyecto del Canal del Guadarrama:
sin entrar en comparaciones, que debemos mirar con tedio, hallamos que habiéndose dado por el Banco a D. Escipión Perosini 15 000 reales por el solo el hecho de reconocer la nivelación del trozo desde El Gasco a Madrid, cuyas resultas constan al Señor D. Francisco Cabarrús, puede graduarse la que mereció nuestro Padre, y aun nosotros, por todo el trabajo, que no puede ser comparable con el de Perosini.
En una nota al pie de página referida a esta carta, Francisco Llantellas afirma que todo lo que hizo Perosini fue «firmar el dictamen hecho por otro». Además, achaca la «aceleración» de la muerte del padre de los Lemaur a los trabajos de nivelación del canal de Guadarrama:
Todo lo que hizo Perosini para reconocer la posibilidad de la ejecución del trozo del proyecto desde el río Guadarrama a Madrid se redujo a solo recorrer el terreno, sin nivelar ni levantar plano, y firmar el dictamen extendido por otro, por cuyo supuesto trabajo se le abonaron 15 000 reales, cuando D. Carlos Lemaur con sus cuatro hijos, ocupándose tres meses por el rigor del verano y desde la mañana hasta la noche en medir y nivelar, levantar los planos, construirlos, tomar apuntaciones, formar los cálculos, ponerlo todo en limpio, y, en una palabra, lo que fue causa sin duda de acelerar su muerte, solo se abonasen a los hijos, sin otra gratificación alguna, 100 000 reales…
El 10 de septiembre, el secretario del Banco transmite a los Lemaur la «sorpresa» de la Junta por el último escrito y les previene de que
de no conformarse en respuesta con seguir (sin más interrupción que la que exija la salud de los trabajadores y otras causas justificadas) en la misma forma que hasta aquí todas las obras del canal hasta su conclusión en Madrid, [la Junta] dará inmediatamente cuenta a S. M. de esta contravención a sus Reales Órdenes.
Contestan los hermanos que ellos habían obedecido la resolución real con satisfacción por ser útiles al Rey y a la nación y «sostener el honor de nuestro Padre». Dicen que ejecutaron el primer trozo del canal «sacrificando por su logro y el del beneficio que entendíamos hacer al Banco hasta la salud, que es el bien más apreciable, sin haber perdonado fatiga ni vigilia para conseguir el desempeño de la obra con la economía y buen orden que constan a la Junta y sabe el público».
Agregan:
miramos ya con disgusto estas contestaciones, porque más acostumbrados al ejercicio de nuestra profesión que a seguir una correspondencia empeñada, recelamos que por falta de experiencia y práctica en negocios peligre la inteligencia de nuestros escritos en deslucimiento nuestro, y que, no siendo el partido igual, llegue a oscurecerse nuestro mérito y trabajo con el de nuestro difunto padre por un medio inesperado e insuperable a nuestras fuerzas.
Dicen que sus protestas salariales no merecen el castigo de «dar cuenta a S. M. de contravención nuestra» y que
no merecemos una correspondencia tan contraria a la que ha experimentado de nuestra parte, ni estos medios conducen a alentar a unos jóvenes que han empezado su carrera por uno de los servicios más útiles al Estado, y que por preferirlo han olvidado sus mismos intereses hasta que la Junta los ha puesto en la necesidad de reclamarlos.
A partir de este momento, esos intereses concretamente no los reclamaron más.
Nueva desavenencia por posible desacato a los deseos del Rey
Pero no acabaron aquí las discordias entre los hermanos Lemaur y el Banco de San Carlos. En 1789 surgió otra, esta vez por una cuestión técnica. El 3 de julio, el director del Banco, Francisco Cabarrús, hace saber a los hermanos Lemaur que el rey Carlos IV (sucesor de Carlos III, que había fallecido el 14 de diciembre de 1788) ha tomado dos decisiones sobre las obras, expresadas en una Real Orden del 30 de junio:
- Que el canal sea desviado de modo que pase por las inmediaciones de la Puerta de Hierro (para evitar su entrada en la Casa de Campo).
- Que el segundo tramo de las obras del canal del Guadarrama (desde Las Rozas a Madrid) lo dirijan los dos hermanos mayores (Carlos y Manuel), mientras que los dos menores (Félix y Francisco), que se estaban ocupando hasta ese momento de este canal, sean destinados a la continuación del canal del Manzanares. El rey ofrece a los hermanos mayores la contratación de subalternos por si los necesitan, ya que al mismo tiempo han de continuar la construcción de la presa. El Rey indica al Banco que si los Lemaur no aceptan su propuesta, pueden dejarse las cosas como están, pero entonces habría que buscar a otros ingenieros para que se hicieran cargo del canal del Manzanares.
Los hermanos contestan al primer deseo del Rey que «advertimos una equivocación y al mismo tiempo una imposibilidad». La imposibilidad
la fundamos en ser indispensable construir tres esclusas entre aquel punto y el camino de Castilla, para lo cual no hay espacio bastante a fin de dejar entre esclusa y esclusa el necesario para que al vaciarse o llenarse una de ellas no suba o baje considerablemente el agua en las partes del canal adyacentes a la misma esclusa, lo que imposibilita la navegación.
Los hermanos argumentan que el canal debería pasar por un extremo de la Casa de Campo, tal como estaba proyectado, «siempre que sea del agrado de S. M. ceder este corto terreno para lograr un bien tan grande a beneficio del Estado y del público de Madrid».
Días después, el Rey insiste en que el canal sea desviado por la Puerta de Hierro, ofreciendo a cambio que se tomen terrenos del «plantío de los Infantes» si fuera necesario. Los ingenieros responden que «veneran esta resolución», pero siguen insistiendo en la «imposibilidad» de llevarla a cabo y que no hay «otro medio de salvarla que el de que se lleve el canal por donde está trazado». Agregan que:
por el servicio de S. M. y nuestro honor no podemos dejar de manifestar la imposibilidad para no exponer los intereses, el crédito de la Nación y el buen éxito de la empresa a la censura y a los inconvenientes que se experimentarán cuando no podrán remediarse.
El 28 de julio, Francisco Cabarrús advierte a los hermanos de que quizá podrían estar agotando la paciencia real:
(…) conviene que se aseguren bien de la absoluta imposibilidad de desempeñar la Real Orden última. En efecto, la Junta, que sobre dos resoluciones terminantes sabe la repugnancia personal de. S. M. a que se llegue a la Real Casa del campo, juzga conveniente apurar todos los medios de evitar la repetición de instancias que podrían disgustarlo.
Entiende la Junta que esta justa consideración exige que se prescinda de cualquier sacrificio en el coste y de otros inconvenientes, y no concibe que el honor de Vms. pueda estar comprometido por la notoriedad actual y la que Vms. puedan dar para lo sucesivo a la obediencia, en virtud de la cual variarán su primer proyecto; antes bien considera la Junta que este honor puede estar comprometido si, graduando Vms. de imposible lo que solo es menos bueno o más difícil o más caro, llega S. M. antes de resolver este punto a cometer su decisión a personas de su confianza que allanen estos obstáculos y desempeñen su deseo, dejando comprometida o la suficiencia o la docilidad de Vms., aunque sea injustamente.
Este mismo interés que la Junta estima como común a Vms. y a ella misma la mueve a encargar encarecidamente a Vms. procuren allanar cualquiera dificultad en obsequio de los deseos de S. M. y que después digan detenidamente si la nueva dirección que señalan las Reales órdenes es absoluta y físicamente imposible.
Tras estas advertencias del Banco, los hermanos Lemaur corrigen la calificación de «imposibilidad» por la de «imposibilidad moral que encontramos en que el canal atraviese el río junto a la Puerta de Hierro» y envían una Reflexiones sobre los inconvenientes que resultarán de atravesar el canal al río junto a la Puerta de Hierro para quedar «nosotros con la satisfacción de que hemos manifestado en tiempo los inconvenientes y crecido aumento de gastos que resultarán de esta nueva dirección, sin estar nuestra conciencia expuesta a responder de estos daños si no los hubiésemos representado».
En estas reflexiones ya no aseguran taxativamente, como hacían en sus manifestaciones anteriores, que la proximidad de las tres esclusas hiciera «impracticable» la navegación, sino que admitían que había soluciones:
Pudiera evitarse este inconveniente dando al canal en esta parte 4 pies más de fondo, disponiéndolo de modo que la altura mediana de las aguas fuese de 9 pies, la menor de 7 y la mayor de 11, y la altura de los caminos de sirga desde su fondo de 13; pero en este caso, debiendo ser los diques más altos, quedarían mucho más expuestos a que sus tierras, corriéndose a la parte del canal, lo cegasen, causando un gasto continuo en la limpia, a lo que también ayudaría la variación continua que habría a la subida y bajada del agua al paso de cada barco, que podría repetirse 20 veces o más al dia.
Los Lemaur agregan que, además de las tres esclusas, habría que construir una más «cuya obra sería costosísima y expuesta a reparos continuos por las avenidas del río». También habría que aumentar la profundidad de un acueducto, decían. Y otro inconveniente sería que «estarán las puertas de las esclusas bañadas continuamente, y de consiguiente se hallarán expuestas por la alternativa del sol, el aire y el agua a que se pudran en corto tiempo». Consideraban los hermanos que, después de atravesado el río, habría que construir un dique, una esclusa más y un puente. Pero dado que los ingenieros pasaron de calificar de imposible a posible la modificación del trazado, cabe la duda de si no estaban cargando las tintas y esta modificación no sería más sencilla de lo que ellos aseguraban.
Terminan asegurando que el gasto que representará el cambio de trazado «será muy superior al de las precauciones que podrán tomarse para evitar todo daño en la Casa del Campo».
No hay más cartas sobre este asunto en el libro de Francisco Llantellas, pero, aunque se hubieran cruzado nuevas misivas, de nada sirvieron, ya que el segundo trozo del canal, objeto de la polémica, nunca llegó a iniciarse.
De hecho, los hermanos Carlos y Manuel Lemaur rechazaron la propuesta que les hacía el Rey de hacerse cargo del segundo tramo del canal al mismo tiempo que continuaban con la presa. Los cuatro hermanos, en una larga carta dirigida a Francisco Cabarrús el 6 de agosto de 1789, alegaron que «encontramos en nosotros mismos una dificultad insuperable», explicándolo así:
No pueden D. Carlos y D. Manuel Lenaur, por más que han procurado combinar la ejecución simultánea de las dos empresas, encargarse de la obra de la presa y del 2.º y 3.º trozo del canal, si una y otra han de hacerse por el mismo método de gobierno que se halla establecido, aunque se les destinen subalternos corno indica la Junta, porque no obstante la inteligencia y probidad de estos, no podrán, en muchos casos, suplir la falta de los dos hermanos, ni estos atender a todas las ocurrencias sin exponerse a fatigas continuas o a que resulten daños trascendentales a la bondad de las obras, a la economía de los trabajos y gastos y a la confianza y subordinación de los operarios tan necesarias para sostener el crédito de la comisión.
Por todo ello, los hermanos dicen que prefieren que Carlos y Manuel se encarguen de la continuación de la presa y de la ejecución de la llamada acequia de Peregrinos y que Félix y Francisco se sigan ocupando del tramo del canal hasta su conexión con el Manzanares. Es decir, proponen que las cosas sigan como estaban, y además con dos direcciones autónomas de las dos partes de la obra global, una la de dos hermanos mayores y otra la de los menores, disponiendo cada dirección de contaduría, pagaduría y almacén de herramientas propios.
Para que no «padezca su honor», los hermanos piden una merced del Rey
En la misma carta, los hermanos Lemaur revelan su convicción de no gozar de las simpatías de los trabajadores. Se quejan de ello y alegan que, por esa razón, no garantizan el éxito de las obras:
(…) hallándose nuestro honor interesado en el buen éxito de ellas [las obras], no podemos constituirnos responsables sin que previamente seamos restablecidos en aquel concepto y autoridad que tuvimos antes, por lo mucho que influye la subordinación de los empleados y trabajadores para hacer observar el orden que se establezca.
[…]
Los efectos que han resultado de esta falta de consideración nuestra los hemos reconocido en las varias ocurrencias que se han ofrecido con los pueblos inmediatos y los trabajadores de las obras (…).
Cuán conveniente sea nuestra autoridad para el bien de la comisión está demostrado por los rápidos progresos que tuvieron las obras del primer trozo, la subordinación y confianza en que vivieron los operarios, el buen orden y tranquilidad que se observó entre todos y la notable economía que se logró en los trabajos (…) y tuvimos motivos de esperar como sabe V. S. que se nos manifestara por alguna demostración que nuestro mérito había sido grato al Rey y al Banco.
Lejos de conseguirlo, empezamos a experimentar sentimientos y se nos fueron aumentando diariamente por disgustos que se iban sucediendo. Dependientes del Banco esparcieron en las cercanías del canal especies que degradaron nuestra estimación en el juicio de aquellas gentes, las que suponiéndonos culpados creyeron y publicaron entre sí que se nos castigaría, ciñéndose los más detenidos a suponernos desconceptuados y faltos de apoyo, que es lo que tanto ha influido para dejar de ser mirados con el mismo aprecio y consideración que antes.
Admiten que son jóvenes y les puede faltar experiencia, pero consideran que están demostrando ser útiles:
En Madrid se ha hablado mucho de nuestra conducta para con el Banco. Se han esparcido voces contrarias a la vedad que han podido perjudicarnos y se han sostenido hasta ahora porque mirándonos nosotros inocentes no hemos procurado desvanecerlas. Se nos ha criticado de niños en nuestras operaciones y de ambiciosos en nuestras pretensiones. No podemos negar nuestra poca edad, pero vivimos con la satisfacción de haber demostrado en nuestra juventud que podemos ser útiles al Rey y a la nación, que para nosotros es la mayor gloría.
Afirman que creían que todas las críticas iban a cesar al haber mostrado el Rey confianza en ellos pidiéndoles que ejecutaran la segunda parte del canal del Guadarrama y continuaran el del Manzanares (propuesta que no aceptaron). Finalmente, piensan que la única manera de ver restituido el buen concepto que se tenía anteriormente de ellos es que el Rey les conceda «alguna gracia» o «merced»:
No obstante, no siendo tan fácil desimpresionar al vulgo de los pueblos ni a los trabajadores (…), nos consideramos obligados por nuestro honor y el mejor desempeño de la comisión a solicitar de V. S. que con acuerdo de ella se sirva proporcionarnos de la benignidad de S. M. alguna gracia que sirva de demostración pública por crédito de que le han sido agradables nuestros servicios, sosteniendo con decoro nuestro carácter por lo mucho que esta merced influirá entre las gentes, además de que nos servirá para responder con alguna más seguridad del éxito de la empresa.
Los hermanos Lemaur manifiestan a Cabarrús que esperan que «se servirá coadyuvar con su infujo al logro de nuestros deseos».
Cabarrús respondió diciéndoles que el Banco aceptaba sin reparos que Carlos y Manuel Lemaur siguieran dirigiendo la presa y «la acequia de Peregrinos proyectada para hacer interinamente navegable la primera parte del canal» mientras sus hermanos menores se ocupaban del segundo tramo del canal del Guadarrama, y que las direcciones de ambas obras estuviesen separadas.
En cuanto a la solicitud de «alguna gracia», Cabarrús les dice que el Banco les desea que les sea otorgada por el Gobierno de la nación, pero dudan de que lo vaya a hacer hasta que ellos no hayan sido capaces de conseguir los primeros resultados en el canal:
(…) como lo pretendía [la Junta del Banco] y lo recomendó repetidamente a Vms., la construcción de la acequia de Peregrinos, haciendo navegable la primera parte del canal, le habría permitido suplicar a los ministros y aun a S. M. misma de reconocer por sí el trabajo de Vms. y de fundar en el juicio ocular de este ensayo la opinión favorable de lo que son capaces de desempeñar.
Unos días más tarde los Lemaur reiteran su petición para que no «padezca» su honor y porque, si no, no garantizan poder continuar la obra «con el mismo desempeño que al principio»:
(…) volvemos a insistir en la necesidad de que V. S. con acuerdo de la Junta se sirva proporcionarnos de la benignidad de S. M. alguna gracia que demuestre al público que le es grato nuestro mérito empeñándonos en hacernos seguidamente acreedores a las que sea de su Real agrado dispensarnos, porque de otro modo, aunque nuestra obediencia a sus mandatos nos impela a obedecerlo, quedaremos expuestos a padecer en el honor y la conducta, si por falta de consideración entre las gentes no podemos acreditar en la continuación de la comisión el mismo desempeño con que la principiamos y seguimos hasta la conclusión del primer trozo.
[…]
Sírvase V. S. meditar estas reflexiones y contribuir con la Junta a que se verifique la concesión que intercedemos, libertándonos de los riesgos que tememos por su falta, asegurado que si la alcanzamos tendremos la mayor satisfacción en dar al Rey y al Banco pruebas de que apetecemos serles útiles en cuanto alcancen nuestras luces, y por el contrario mucho sentimiento de la imposibilidad que nos resulte.
Un nuevo problema: los trabajadores enferman
El 1 de septiembre de 1789 los hermanos Lemaur escriben a Francisco Cabarrús para darle a conocer que «por efectos de la estación y lo malsano del sitio» están enfermando trabajadores de la presa, los cuales cuando se recuperan no vuelven, por lo que está faltando mano de obra. No han podido solventar el problema ni siquiera destinando a la presa a destajistas que estaban empleados en el canal.
Dicen que han tomado otras medidas, pero con el inconveniente de un mayor gasto en los jornales, «en cuya consideración padece mucho nuestro espíritu». Agregan que los sobrestantes (capataces) se están esforzando en asistir diariamente al trabajo a pesar de estar enfermos y que gracias a eso no se ha producido ya una suspensión general de la obra. Piden al Banco «que se tenga en cuenta su constante aplicación [la de los sobrestantes] para el premio».
Las responde al día siguiente Cabarrús ofreciendo incentivos económicos no solo a los capataces, sino a aquellos trabajadores que se hagan acreedores:
Me conduelo con Vms. de la disminución que advierten y de la suspensión que recelan en esas obras de resultas de las enfermedades.
He dicho ya a Vms. y les digo de nuevo en nombre de la Junta que no deben ser esclavos de una economía literal que consiste en que las obras cuesten algo menos que el presupuesto.
La gloria de Vms. está en hacerlas bien, lo más pronto posible, y en que no haya desperdicios de ignorancia o de descuido; en lo demás la Junta será siempre la primera en hacerse cargo y en justificar al público los accidentes legítimos que produzcan cualquiera diferencia en el coste.
Por una consecuencia justa de estos principios desea la Junta que Vms. alienten con premios la constancia y esmero de aquellos trabajadores que juzguen acreedores; que vean si hay algún medio o de evitar las enfermedades o de atender a su curación en las inmediaciones de las obras o en los lugares vecinos; en fin, que Vms. no se detengan en el coste para evitar la suspensión y atraer la gente necesaria.
Cabarrús aprovecha para insistir en que es deseable terminar una acequia que era necesaria para hacer navegable parte del canal mientras se terminaba la presa: «Tal vez podrían Vms., empleando a los trabajadores que padecen más en las obras del río en las excavaciones de la acequia de Peregrinos, impedir su deserción».
En una nota al pie de esta carta, Francisco Llantellas critica al Banco y justifica la decisión de los ingenieros, que fue no aumentar los jornales:
En efecto, el Banco decía muy bien que no se detuviesen en el coste porque como administrador recibía el 10 por 100 de lo que se expendía, y le salía muy bien su cuenta en que se gastase mucho, ya fuese bien o mal empleado. Pero los ingenieros, aunque en razón de las economías conseguidas sobre otros artículos hubiesen podido aumentar los jornales de los peones desde 7 [reales] en que estaban hasta 8 o 9 sin riesgo de ser reconvenidos, temieron sin embargo, y con razón, no sería fácil bajarlos después y que ocasionando un escándalo y perjuicios a la exterior resultarían, además, otros abusos que todo concurriría a recrecer mucho el coste total de la obra, lo cual los determinó a dejarlo correr, aun cuando llegase el caso de suspenderse naturalmente.
Problema con un trabajador y nuevo aviso de dejar el canal si no eran condecorados
El 1 de septiembre de 1789 Carlos y Manuel Lemaur escriben a Francisco Cabarrús para informarlo de un problema que tienen con un trabajador. Decían que había ocurrido un suceso que «confirma la necesidad en que nos hallamos de deber ser sostenidos por una demostración pública que restablezca la consideración y autoridad que tuvimos antes». Por eso piden al representante del Banco que
se sirva meditar sobre las reflexiones hechas en varios oficios nuestros acerca de la necesidad de que se nos condecore competentemente para sostenernos con lucimiento en la comisión; pues de lo contrario no podemos constituirnos responsables de ella.
Los Lemaur advierten de que están pensando en no continuar las obras del canal:
La situación de las cosas se va empeorando diariamente, y deseosos de evitar otras contingencias, pensamos luego que se concluyan los destajos emprendidos de la composición del canal en no dar otros, ciñéndonos a la continuación de la presa en el modo posible hasta tanto que se expida la cédula indicada para su ejecución, y se nos ponga en estado de sostener nuestra autoridad, cuya urgente necesidad hemos manifestado a V. S., en la que no podemos dejar de insistir porque cada día se van ofreciendo motivos que la hacen indispensable para sostener el crédito de la obra y la comisión sin recursos que la hagan odiosa por algunos pocos de genio díscolo que perviertan a los que, llenos de confianza en nuestra imparcialidad y justificación, viven asegurados de que no experimentarán el menor agravio.
De hecho, según Francisco Llantellas, el problema con el trabajador y otros hechos que surgieron después relacionados con el mismo obrero «contribuyó también y obligó más a los ingenieros a suspenderlo todo y a continuar solo las obras de la presa».
Entre 1790 y 1798
Llantellas no inserta ningún oficio fechado durante los años entre 1790 y 1798. Dice que «los más están reducidos a la remisión de los estados del progreso y gasto hecho en la presa». Pero también hay
mucha correspondencia del Ingeniero D. Miguel Hermosilla relativa a la reedificación de la 2.ª esclusa y algunos oficios en que pide al Banco solicite de los Ingenieros del canal de Guadarrama la entrega de los planos y perfiles de las esclusas proyectadas para él, como también los correspondientes al puente acueducto que deben ejecutar sobre el río Manzanares, con las contestaciones de los mismos Ingenieros, excusándose con mucho fundamento a remitirlos.
Como se verá más adelante, los planos de las esclusas se les pidieron de nuevo a los Lemaur años más tarde y nunca los remitieron, probablemente porque no los habían trazado. De hecho, no se construyó ninguna esclusa en el tramo excavado del canal entre Madrid y Las Rozas.
Llantellas comenta también que en ese periodo hay correspondencia sobre «la separación voluntaria de dos de los ingenieros». Se refiere a la marcha a La Habana de los hermanos Félix y Francisco, los menores de los Lemaur. En el Archivo de Indias se puede encontrar el «expediente de información y licencia de pasajero a Indias de los ingenieros Francisco y Félix Lemaur, con un criado, Isidoro Peláez, natural de El Puerto de Santa María, a La Habana en el navío San Isidro», del 30 de enero de 1793.

1799: el desastre
La presa se derrumbó el 14 de mayo de 1799. Solo unos días antes, el el 8 de mayo, el Rey ordenó a Carlos Lemaur (el mayor de los hermanos) que pasara «sin demora» a ocupar un nuevo destino en «Castilla la Vieja» (concretamente a Asturias, para colaborar en obras de defensa de la costa). El ingeniero pidió una demora en su incorporación para «ponerme al corriente con el Banco en la comisión de la presa y canal de Guadarrama, a cuya cabeza me hallo en virtud de Reales órdenes». El Rey le responde que no es posible concederle ningún aplazamiento «pues urge se transfiera Vmd. sin tardanza al citado destino». El día 11 Lemaur contesta que «no retardaré mi marcha luego de que haya perfeccionado el arreglo de lo más indispensable». El Banco propone que se encargue de la obra Manuel Lemaur, recién llegado de la última guerra con Francia.
Y en estas llega el fatídico 14 de mayo. Ese día Carlos Lemaur escribe al Banco:
Acabamos de saber por uno de los trabajadores de la presa el desgraciado suceso de haber esta padecido hundimiento, que no ha podido explicar por no haberse acercado a ella; y aunque nos parece imposible que sea de gran consideración por la naturaleza de su construcción, ha marchado inmediatamente mi hermano D. Manuel a reconocerla y sincerarse para dar a la Junta noticia más puntual de lo acaecido.
Al día siguiente los ingenieros informan al Banco de que el daño de la presa «no es de la consideración que nos lo hizo creer el temor de nuestra desgracia». No encuentran explicación al derrumbe, salvo que se haya debido a una causa «sobrenatural»:
No podemos penetrar la causa de este suceso, aunque no cesamos de discurrir sobre los principios del arte, y por consecuencia nos inclinamos a atribuirla a un motivo tal vez sobrenatural contra el que no bastan las precauciones humanas.
La cuestión más urgente y preocupante era que los escombros habían taponado el túnel por el que pasaban las aguas del Guadarrama, debido a lo cual la presa comenzó a embalsar agua. Pero la presión de esta acabó arrastrando los escombros y lo más que ocurrió fue, según los ingenieros, una avenida del río que cubrió de arena (un dedo, decían) unos sembrados aguas abajo. Días más tarde los Lemaur valoraron las consecuencias de la riada y consideraron que no fueron graves, por lo que el Banco indemnizó a los propietarios con una cantidad (500 reales) muy inferior a la que ellos pedían, e hizo alarde de que había sido muy generoso:
el auxilio concedido deben graduarlo más bien como una gracia en consideración a su pobreza que como un pago de justicia al que no serían acreedores por haber sido eventual el suceso que motivó
la inundación.
Sobre el desastre de la presa, Francisco Llantellas escribió que
Persona que conocía y trataba a esos ingenieros me aseguró que no había consuelo alguno para ellos. La pérdida de sus empleos y la de su vida no eran mucho comparadas con la de su honor. En fin, no se hacían reflexión alguna que fuese capaz de aquietarlos como tampoco a sus familias, que todos lloraban sin consuelo. Pero luego que reconocieron no haber procedido el daño del cimiento, se aquietaron y trataron de descubrir y hacer demostrable la causa principal que lo produjo, trabajo que quedó inútil por no haberlos oído, y que verosímilmente tendrán en su poder.
Los ingenieros consideraron que el daño podría repararse por un costo poco representativo en comparación con lo que ya se había invertido. Hicieron notar que en los días posteriores no se produjo ningún otro desperfecto (y de hecho, parece que esencialmente la presa se mantiene hoy día casi como quedó tras el desplome). Insistieron mucho en la posibilidad de reparación, proponiendo cómo había de hacerse de forma segura. Garantizaban que «no careciendo del competente número de trabajadores y no ocurriendo la epidemia de tercianas que suele ser común en aquel paraje los meses más útiles para adelantar la obra, se hallará el reparo del daño muy próximo a su conclusión al fin del otoño».
En otra misiva aseguraban que
por ahora estamos asegurados de que no padecerá hundimiento la parte sentida por no haber observado en ella la menor novedad desde su primer quebranto, ni nos persuadimos que la tenga siempre que se resuelva la reparación a tiempo que pueda ejecutarse antes de la estación de las lluvias, como lo tenemos manifestado anteriormente, y últimamente no nos persuadimos tampoco de que, aunque se derrumbe alguna parte de escombros de la fábrica conmovida, pueda cerrar el arco de la presa, ni de consiguiente temerse la detención de las aguas ni sus consecuencias.
Pero no se les hizo caso, quizá porque ya habían perdido todo el crédito.

El Banco les pidió el 17 de mayo que a partir del 20 suspendieran «todos los trabajos relativos a la continuación de la obra de la presa, destinando a los trabajadores a la separación y limpieza de los escombros del río».
El 18 de mayo el Ministerio de Guerra informaba a Carlos Lemaur que el Rey no había accedido a su solicitud de prórroga para su incorporación a su nuevo destino en Asturias y que le mandaba que lo hiciera sin demora. Lemaur contestó explicando lo que había ocurrido y pidiendo que le dieran tiempo para tratar de resolver el problema de la presa. Se le concedió.
A principios de junio el Rey encargó al ingeniero Juan de Villanueva que valorara la posibilidad de que, haciendo las reparaciones oportunas, se pudiera continuar la obra de la presa. El 18 de junio el Banco escribe a los Lemaur para decirles que Villanueva había pedido información sobre la «esclusas económicas de nueva idea» de las que se hablaba en el proyecto del canal, pues no las había visto «demostradas en ninguno de los diseños que se le habían entregado, ni descrito su pormenor en las relaciones (…) ni menos la que se señala de 18 pies de caída sobre la presa se describe completamente en el diseño de esta».
Resulta sorprendente que los ingenieros no hubieran planificado con exactitud, antes de empezar las obras, cómo iban a conectar el canal con la presa ni, presumiblemente, cómo iban a cerrar el túnel.
Los Lemaur admiten que no hay planos de esas «esclusas económicas» (unas esclusas que necesitaban poca agua para funcionar) y que, de hecho, ninguna se había ejecutado en los 25 km de canal ya excavado una década antes, y alegan que no había motivo para proyectarlas porque no había llegado el caso de ejecutarlas, declaración que conculca toda buena práctica ingenieril y que parece constituir un pasmoso reconocimiento de que trabajaban improvisando:
(…) siendo cierto que aunque nuestro difunto padre tuvo presentes en su idea estas esclusas cuando formó el proyecto, y nos instruyó por mayor de la calidad y naturaleza de una y otra [las esclusas en general y la de la presa en especial], lo es también que no habiendo llegado el caso de poner en ejecución estas obras no ha habido motivo para dedicarnos a este trabajo que sobre exigir una gran meditación, y que los dos hermanos nos auxiliemos para demonstrar la idea, es indispensable para su descripción y cálculo examinar la calidad del terreno en que deba construirse la primera [la inmediata a la presa] y las excavaciones que habrían de hacerse hasta encontrar el firme por ser todos estos datos absolutamente precisos para no aventurar el acierto.
[…]
Quedamos sumamente mortificados de no poder complacer en esta parte al Banco, como lo habríamos celebrado a tener trabajados los planos y cálculos de dichas esclusas.
Francisco Llantellas (probable alter ego de Carlos Lemaur) hace esta anotación sobre el asunto:
Sí tenían hechos, como los tendrían, dichos planos y perfiles, hicieron muy bien de no darlos, porque hay hombres que se visten y lucen con lo ajeno, además de que solo se les mandaba reconocer el canal y la presa, y por otra parte no había ni hay esclusa alguna ejecutada en toda la parte concluida.
Curiosamente, Llantellas habla de «parte concluida» a pesar de que admite que no se había construido ninguna esclusa. Así que solo se había hecho lo más básico (la excavación y algunos conductos para los arroyos), pero 12 años más tarde del inicio de las obras se seguía careciendo del elemento esencial para hacer operativo el canal: las esclusas.
El 22 de junio los Lemaur envían una representación al Rey en la que dicen que
teniendo los suplicantes entendido que el expresado arquitecto [Juan de Villanueva] ha manifestado su dictamen de deber abandonarse la obra aun antes de haberla visto, sosteniendo su antigua opinión de no haber debido emprenderse, se consideran obligados a hacer a V. M. presentes algunas reflexiones que les sugiere el interés público, el crédito del autor del proyecto y el honor de los suplicantes.
Le cuentan al Rey toda la historia del proyecto. Alegan como prueba de que el canal (hasta Las Rozas) es funcional el «haber estado lleno de agua mucho tiempo» (debido a las lluvias y escorrentías), con 37 acueductos construidos. Señalan que lo excavaron entre principios de 1787 y principios de 1788, y que «más de cuatro mil hombres que trabajaron en algunas temporadas no produjeron quejas a la superioridad ni pleitos en los tribunales ni disgustos a las
justicias de los pueblos circunvecinos».
Los ingenieros no explican claramente, sin embargo, por qué 12 años más tarde de iniciadas las obras el proyecto no avanza:
pero por causas que ocurrieron y no ignora la misma Junta [del Banco], quedó desde entonces [principios de 1788] suspensa la continuación del canal, trabajándose solo en la presa de Guadarrama.
Las mismas ocurrencias trascendieron a esta obra y unidas a la falta de representación en los exponentes debilitada por voces esparcidas en los pueblos inmediatos al canal, y aun en Madrid, causaron el atraso y retardo de ella con aumento de gasto irremediable en tales circunstancias. No obstante, animados por la esperanza de ver premiados algún día sus trabajos y quebrantada salud con demostraciones del agrado de V. M. y del concepto público, han empleado todos los medios que el estímulo de estos dos poderosos alicientes podía sugerirles, logrando por este medio que esta obra magistral y tal vez singular en su clase, se halle en el día a más de las dos terceras partes de su total altura.
Piden al Rey que valore si debería abandonarse una empresa que requiere de una reparación de bajo coste y «queden abandonadas estas ventajas e inutilizadas las fatigas y desvelos y aun las enfermedades que han debilitado la salud de los exponentes». Estos solicitan también ver el informe negativo de Juan de Villanueva y que sea la Real Academia de San Fernando quien evalúe el estado de la obra y decida si se debe continuar.
A partir del 27 de junio, el Banco ordena de nuevo que se suspendan completamente las obras y exige a los ingenieros que «vayan despidiendo los trabajadores poco a poco y de modo que no cause sensación notable». Las sucesivas misivas revelan que los ingenieros trataron de que al menos se mantuviera a los capataces, confiados en que se les iba a permitir continuar las obras y alegando que, en ese caso, sería difícil buscarlos de nuevo.
Pero el Banco mantuvo su postura de que fueran todos despedidos. Solo se mantuvo a seis guardas (añadiendo a los tres existentes otros tres que cobrarían 7 reales diarios cada uno) para que vigilaran las casas, los barracones y un tinglado que se había construido, además de todos los efectos (materiales de construcción, herramientas…). Se temía que los robara «una cuadrilla de bandidos armados y montados» que se movía por aquellas inmediaciones, algunos de los cuales habían «amenazado que incendiarían los barracones».
El Banco también ordenó que
se retire la partida de tropa [soldados que se ocupaban de la seguridad] (…) y que se suprima la limosna de la misa y cualquier otro gasto que haya de esta u otra naturaleza. Igualmente ha acordado que el Oratorio y sus ornamentos y todas las demás cosas de algún valor que haya pertenecientes a la empresa que puedan removerse, dispongan Vms. que se conduzcan a la Casa del Banco.
El 16 de agosto, una nueva orden real confirmaba el envío de Carlos Lemaur al Campo de San Roque (Asturias) y a Manuel Lemaur al Principado de Cataluña para realizar obras de fortificación militar. Pero al mismo tiempo el Banco les pidió que rindieran cuentas pormenorizadas de diversas partes de la obra. Los ingenieros se dirigieron entonces al Rey exponiéndole que se hallaban
escasos de medios por haber costeado a sus expensas varios modelos, y entre ellos el del molino de seis piedras que presentaron a V. M. y a la Reina nuestra Señora, dignándose concederles el privilegio que intercedieron para su establecimiento, además de otros gastos que han hecho en nivelaciones para conducir aguas a la Corte, con crecidas utilidades de ella y sus cercanías.
Por ello, suplicaban al monarca que
se sirva concederles la licencia temporal de seis meses para poder dejar sus asuntos corrientes, mandando que por la Tesorería de esta plaza se les continúen sus sueldos por entero hasta su marcha, gracia que esperan recibir de la benignidad de Vuestra Majestad.
Toda la respuesta de Carlos IV Su Majestad fue que no les concedía la licencia solicitada y que les daba tres días para marchar a sus nuevos destinos.

Valoraciones de Francisco Llantellas
Aparte de presentar a la opinión pública las cartas comentadas hasta aquí, Llantellas hizo un repaso general del desarrollo del proyecto de la presa del Gasco y el canal del Guadarrama en el que daba tal cantidad de detalles que queda bastante claro que «Francisco Llantellas» es uno (o varios) de los hermanos Lemaur o una persona muy allegada. Este es el resumen de sus explicaciones y valoraciones:
- El Banco de San Carlos, necesitado de hacer inversiones, preguntó a Carlos Lemaur padre si podría proyectar un canal que uniera Madrid con Sevilla. Lemaur aceptó y en tres meses, con la colaboración de sus hijos, hizo los estudios de nivelación de 50 leguas (unos 334 km). Muere inmediatamente después (25 de noviembre de 1785).
- Se encomienda la obra del canal a los hijos de Lemaur. Estos comienzan la traza del canal desde El Gasco hasta Las Rozas en agosto de 1786 y la tienen preparada el 23 de diciembre de ese año.
- Se inician las obras a principios de 1787. En abril de 1788 se habían «concluido» cuatro leguas del canal [es decir, el tramo entre la presa y Las Rozas, unos 25 km].
- La obra «causaba admiración a todos los que la veían», máxime cuando se supo que «se había hecho a destajo, sin contrata alguna», dándose la circunstancia de que «generalmente han sido muy pocos los que dejaron de sacar un jornal regular, habiendo salido los más por 8, 10 y 11 reales al día, muchos por 12 y 15 y los menos por 18 y 20».
- El Banco «piensa en ejecutar esta empresa hasta Sevilla» por su cuenta. Para conseguirlo, «dispone uno de sus directores [se refiere sin duda a Francisco Cabarrús] desunir y poner en discordia a los cuatro hermanos; empieza por hacer entender o dar a sospechar a los menores con palabras ambiguas que los mayores puedan haber dicho que no serían capaces por sí solos de dirigir obras de esta clase». Sin embargo, este directivo trata luego de «componerlos» y para «evitar para lo sucesivo todo motivo de discordias» propone que los mayores dirijan la presa y la acequia de Peregrinos y que los menores continúen el canal hasta Madrid.
- En la presa se trabajaba con la mayor actividad el 4 de agosto de 1788 cuando los hermanos saben de un proyecto de representación al Rey que trata de «perjudicarlos en sus intereses».
- Estuvieron a punto de abandonar el proyecto, pero el Conde de Aranda los convenció para que continuaran.
- La correspondencia mantenida con el Banco a partir de la Real Orden del 30 de junio [en la que el nuevo Rey, Carlos IV, proponía un nuevo reparto del trabajo a los hermanos, que no aceptaron, y pedía que el canal no pasara por la Casa de Campo] «empeoró las cosas en términos de que les fue preciso [a los hermanos Lemaur] suspender hasta el recargo de terraplenes y composición de algunas pequeñas partes del canal, continuando solo las obras de la presa de Guadarrama, aunque con mucha lentitud y desperdicio de caudales, como debieron manifestarlo al Banco».
- Cabarrús es encarcelado [en 1790, por supuesto fraude, aunque a los cinco años fue liberado y ocupó cargos de menor importancia con Carlos IV] y los nuevos directores del Banco «empiezan por suspender la ayuda de costa de los dos hermanos menores, quienes con este motivo pidieron a S. M. la separación de la empresa y que se los destinase a América [30 de enero de 1793], en donde tengo entendido que han sido más felices y afortunados que los dos mayores en España».
- Los hermanos mayores «piensan por tres nuevos medios mejorar la suerte de sus familias»: construir un canal en Torrelaguna, que concluyen pero que no les da beneficios; una mina de carbón en Manzanares, a la que no se le concedió la necesaria licencia; y «una rueda que movida con muy corta cantidad de agua podría producir grandes efectos», la cual aplican a un «molino de seis piedras» que presentaron personalmente a los monarcas en abril de 1799 [a un mes del derrumbamiento de parte de la presa].
- Pero en ese momento «los celos, o mejor diría la envidia, enemiga del bien público, se despierta para estorbarlo, destinando al mayor de los dos a la costa de Santander». La intención de la orden real era «colocar en su lugar [del hermano enviado a Santander] a otro oficial del mismo cuerpo con la doble mira de enterarse por él [hermano que quedaba] de los planos, como también del orden que seguían, y creyéndose instruido, separarlo [al hermano que quedaba] para colocar a otros en su lugar, pero este pensamiento se les frustró con el daño ocurrido en la presa el 14 del mismo mes que proporcionó al Banco la ocasión de verse libre de los dos hermanos Lemaur».
- El Banco pide a Juan de Villanueva que dictamine si conviene o no arreglar el daño y continuar la obra «porque sabía que no era amigo de ellos [de los hermanos Lemaur], en razón de haber los mismos hecho ver la inutilidad y gastos superfluos que hacía [Juan de Villanueva] en la mina de Chamartín». Otro encargado de hacer un dictamen era Fernando de Gaver, «que era el mismo que debía ocupar el lugar del [ingeniero Lemaur] destinado a Santander».
- Los dos facultativos [Villanueva y Gaver] «se reunieron y conferenciaron para no discordar», atribuyendo el daño a «la mala mezcla, mala piedra y aun a la mala ejecución».

- «Varias veces oí en aquel tiempo explicar a los mismos ingenieros [los hermanos Lemaur] el agente o causa que causó este daño, y también que podrían demostrarlo matemáticamente». «La línea de menor resistencia pasaba por dentro del pie o cimiento de la misma presa; su figura era la más propia para resistir el mayor esfuerzo posible, lográndose al mismo tiempo no hacer obra alguna que fuese superflua; en fin, que estaba calculada para sostener un empuje cuyo estanque fuese de mercurio vivo. Continuaban después y añadían que los murallones de piedra y mezcla de los dos frentes de arriba y de abajo tenían 15 pies de grueso; que estos se unían con otros del mismo material a distancia de 24 a 30 pies uno de otro y cuyos intervalos se hallan macizados del mismo modo, pero con barro o arcilla en lugar de cal; que así el macizo con este material como el barro se empezó y siguió siempre ejecutándose a jornal con asistencia continua de uno de los dos [ingenieros]; que siendo buenos los materiales empleados y hallándose bien ejecutada la obra, no podían [los ingenieros], como muchos se lo aconsejaron, atribuir el suceso por defecto de los trabajadores».
- «El agente que ha producido el daño, decían los mismos ingenieros [los hermanos Lemaur], no ha sido otro que el agua encerrada en el macizo hecho con barro, porque este, en liquidación con aquella, no formó sino un fluido, cuya columna de igual altura que aquella a la que se halla la obra de 252 pies obró solo contra la muralla o pared del frente exterior [el paramento de aguas abajo], que no hallándose ni debiendo estar dispuesta por sí sola para resistirla, debió reventar tapados como fueron los conductos que dejaron a lo largo del arco [el túnel] a fin de dar salida a las aguas ínterin se concluía la presa, y como, por !a falta de protección y auxilios de que careció esta obra desde mediados del año de 1788, no solo se desperdiciaron muchos caudales, sino que lo que se ejecutó en 12 años hubiera podido ejecutarse en 6 o 7, y para el todo de la obra solo de 9 a 10, siguiendo la misma parsimonia no habrían sido suficientes 20; de esta lentitud, decían [los ingenieros Lemaur], ha resultado que no habiéndose disminuido la superficie superior de la obra lo más pronto que era posible, se ha dado lugar a que las aguas de lluvia, y las de la misma obra que sucesivamente se filtraban por el macizo de barro, arrastrando pequeñas arenas y estas depositándose en los diferentes huecos, cegaron los conductos y se produjo el esperado daño; y para prueba de que este no ha tenido otro origen, examínese si una columna de la altura indicada ha podido reventar la muralla exterior, y se reconocerá no solo que pudo, sino que debió suceder antes de que la obra tuviese la altura a la que se halla, lo que prueba y probará siempre haber sido bien ejecutada, hayan dicho lo que quieran Gaver y Villanueva».
- «Así quedó suspensa, o abandonó, la obra de la presa, en la que se habían invertido siete u ocho millones de reales, por solo 400 000 que habría entonces importado reparar el daño, obra que en el estado en que se halla durará siglos si no la demuelen, y que concluida habría sido una de aquellas de las que tal vez en su clase no se encontraría otra igual en todo el Globo. Así, con el abandono de esta empresa, se oscureció el crédito de estos oficiales, y se les imposibilitó ser útiles para el Estado y para sí mismos en lo mejor de su edad. Así se dio un ejemplo para que ningún hombre que pensase con honor quisiera encargarse de esta clase de obras; y en fin, este fue, digámoslo así, el sello que se puso en el último reinado de Carlos IV para perfeccionar el descrédito general de estas empresas en la nación. ¿Y quienes contribuyeron a él? El Banco, por un exceso de codicia, la mudanza de sus directores y la frecuente de los ministros de Estado; en una palabra, la falta de un sistema conocido y constante de Gobierno».

4. Los personajes
El ingeniero Carlos Lemaur y Burriel
El canal del Guadarrama lo proyectó el ingeniero militar español de origen francés Carlos Lemaur y Burriel. La imagen siguiente es un retrato alegórico del personaje (arriba a la derecha); se trata de un aguafuerte de Francisco de Goya publicado en París en 1788 que se conserva en la Biblioteca Nacional. Se han destacado en la lámina tres de sus realizaciones: Canal de Guadarrama, Camino de Sierra Morena y Canal de Castilla. También realizó fortificaciones de puertos gallegos y obras en el Camino Real de aquella región.

Lamaur murió en Madrid noviembre de 1785, pocos días después de terminar el proyecto. La publicación oficial El Mercurio de España de diciembre de 1785 le dedicó este panegírico necrológico:

Parece ser que los cálculos de nivelación del canal los hizo con mucha exactitud a pesar de contar con instrumentos muy rudimentarios. Pero algunos historiadores actuales consideran que quizá sus conocimientos sobe la construcción de presas fuesen limitados.
Siendo ingeniero militar en Francia fue invitado a venir a trabajar a España en 1750 por el naturalista y militar Antonio de Ulloa, descubridor del platino, y por Francisco Pignatelli, embajador de España en París. Lemaur puso algunas condiciones, como que se le saldaran las deudas que tenía contraídas en su país. En España se le agregó inmediatamente al Cuerpo de Ingenieros con el grado de capitán e ingeniero ordinario, cargos que a sus compañeros les costaba conseguir una década o más, lo que provocaría muchos recelos. Según una semblanza bibliográfica hecha por la Real Academia de la Historia, durante su desempeño profesional tuvo bastantes problemas por «su carácter terco y empecinado en la defensa de sus proyectos, que le llevaba a no doblegarse ante las pretensiones de cambios que proponían sus superiores».
Sea como fuere, lo cierto es que gozó siempre de la estima y la protección de personajes tan importantes el escritor y político ilustrado Gaspar de Jovellanos, del financiero Francisco Cabarrús o de Miguel de Múzquiz, que fue secretario de Hacienda y Guerra. El hecho de que el célebre pintor Goya le dedicara el aguafuerte reproducido más arriba sugiere que eran amigos.
Se desconoce cómo pudo variar su fortuna a lo largo de los años, pero Francisco Llantellas aseguró en un libro de 1815 que «en la casa de Don Carlos Lemaur, el día en que murió, no había con que hacerle los últimos honores, si la amistad no hubiese suplido esta falta».
Esto dice Llantellas sobre el carácter de Lemaur:
Solo los enemigos del orden, que aprecian y procuran la confusión para el logro de sus fines particulares, han podido decir que D. Carlos Lemaur era un hombre altivo e intratable. Su amabilidad, acreditada en el populacho que lo quería y no lo ha olvidado aún, y el gran número de amigos que se adquirió en la nobleza por sus talentos e instrucción es todo lo que le atrajo un gran número de enemigos, muchos de ellos con autoridad y facultades y otros a quienes los celos y emulación determinaron a mantenerlo casi siempre alejado de la Corte (…)
Luego da a conocer algunas de las supuestas injusticias que sufrió (otro indicio de que Francisco Llantellas era un hijo del personaje):

Llantellas considera que los hijos deberían haber sido resarcidos por las supuestas tribulaciones del padre, aprovechando para denunciar que el Estado favorece a los intrigantes:
Y después de tantas comisiones e inventos miles, ¿no debería creerse que cuando nuestro gobierno no hubiese premiado al padre, a lo menos que habría procurado mejorar la suerte de su familia? Pero hasta aquí siempre ha sucedido lo mismo. Los hombres que se han dedicado a la instruccion, que han pensado con honor y han hecho servicios importantes al Estado, regularmente se han visto pospuestos, olvidados, arrinconados o perseguidos; y, por el contrario, favorecidos los intrigantes, cuyo solo talento ha sido hablar mucho de todo sin entender de nada, logrando hacerse un partido con los que han manejado los negocios, y lisonjeándolos para granjearse su proteccion han conseguido al fin todos sus deseos.
Francisco Cabarrús y Lalanne

Según una semblanza biográfica de la Real Academia de la Historia, Francisco Cabarrús fue «un imaginativo y original proyectista financiero, gracias sobre todo a la creación de los vales reales —híbrido de deuda pública y de papel moneda— en plena guerra contra los ingleses, en 1780, y dos años después del Banco Nacional de San Carlos, primera entidad con capacidad de emisión de billetes en España. En 1790 perdió bruscamente su influencia política y social». También fue un escritor ilustrado versado en temas de política económica
Había nacido en Bayona en 1752 y en 1771 viajó a Valencia para adquirir experiencia comercial. Allí se casó en secreto con María Antonia Galavert, de catorce años, hija del comerciante con el que había venido a trabajar. Tuvieron una hija, la famosa Teresa Cabarrús, y dos hijos varones.
Fue prosperando poco a poco, tanto en los negocios como socialmente, ingresando en la Sociedad Económica Matritense. En esa época inició una gran amistad con el escritor ilustrado Gaspar Melchor de Jovellanos.
En 1782 fundó el Banco Nacional de San Carlos para la financiación de proyectos de obras públicas, como el Canal del Guadarrama. Cabarrús fue su director hasta que cayó en desgracia ante el conde de Lerena, ministerio de Hacienda, que instigó su procesamiento bajo la acusación de un supuesto delito de contrabando de metálico que Cabarrús habría cometido de joven. Fue encarcelado durante cinco años (desde 1790 a 1795) sin que llegara a celebrarse el juicio, siendo desposeído de todas sus dignidades y empleos públicos. Pero un nuevo ministro retiró los cargos contra él y volvió a dirigir el Banco de San Carlos.
No fue el canal del Guadarrama la única obra hidráulica que promovió. También se interesó por hacer navegable el río Llobregat, en Barcelona, y creó el llamado Canal de Cabarrús, hoy propiedad del Canal de Isabel II de Madrid.
Al producirse en mayo de 1808 el levantamiento popular contra los ejércitos franceses, tras haber declarado inicialmente su lealtad a España acabó adhiriéndose a la causa de José Bonaparte, quien lo nombró ministro de Hacienda en julio de ese mismo año. En el desempeño de ese cargo, murió en Sevilla en 1810.
Fue enterrado en la catedral de Sevilla, pero en 1814, acabada la Guerra de la Independencia, y para castigar que hubiera colaborado con los franceses, su cadáver fue exhumado y arrojados sus huesos en una fosa común del Patio de los Naranjos, que era donde se enterraba a los reos de pena capital. Otra versión es que sus huesos fueron arrojados al río Guadalquivir.
Carlos Lemaur de la Muraire
El mayor de los hermanos Lemaur, Carlos Lemaur de la Muraire o de Lamurere, era ingeniero militar (como su padre y sus tres hermanos), por lo que participó en la construcción de estructuras militares tanto en tiempo de paz como de guerra, aunque también en obras civiles como es el caso que nos ocupa.
Según la Real Academia de la Historia, tras ser abandonada la obra de la presa de El Gasco fue destinado al bloqueo de Gibraltar contra los ingleses y después a la “Guerra de las Naranjas” contra Portugal en 1801, siendo ascendido al año siguiente a teniente coronel de Ingenieros y trasladado a la Comandancia del Cuerpo en Guipúzcoa. En 1805 presentó el anteproyecto de un vial para unir Guipúzcoa con la meseta que firmó como «Joaquín Ignacio de Zunzunegui».
En 1808 se le ascendió a coronel graduado en Asturias. Después fue promovido a coronel de Ingenieros y a brigadier. Como tal participó en enfrentamientos con los franceses. Cuatro años más tarde era ascendió a director subinspector del Cuerpo de Ingenieros y después fue comandante general de ingenieros del Ejército de Reserva. En algún momento también llegó a ser mariscal de campo.
En plena Guerra de la Independencia diseñó un “puente de pontones” para que las tropas pudiesen cruzar los ríos.
Manuel Lemaur de la Muraire
El segundo hermano, Manuel, llegó a ser coronel del Ejército, coronel de Ingenieros e ingeniero en jefe. En los años de la construcción de la presa fue destinado a Cataluña. En 1801 ascendió a teniente coronel del Real Cuerpo de Ingenieros. Fue destinado sucesivamente al reino de Galicia, a Castilla la Vieja y de nuevo a Cataluña. En 1804 se hacía cargo de la comandancia de Ingenieros de la plaza Barcelona y un año más tarde de la de Figueras.
Construyó una batería para la plaza de Rosas y trazó planos de algunas localidades, así como otros relativos a la traída de aguas al castillo de Figueras. En 1808 contribuyó a la defensa de Rosas y el fuerte de la Trinidad. Falleció en 1811 en Olivenza.
Félix Ramón y Francisco Lemaur de la Muraire
Como bien dijo Francisco Llantellas, Félix y Francisco, los hermanos pequeños, fueron «felices» en América, o al menos tuvieron éxito profesional. Ambos marcharon a Cuba en 1783 con autorización del Rey.
Según la Real Academia de la Historia, en Cuba, Félix y Francisco empezaron dirigiendo la reparación de la línea de salvaguardia del fondeadero de Jagua y proyectaron dos canales navegables y de irrigación. Los proyectos no llegaran a realizarse, pero el extraordinario estudio topográfico que realizaron sirvió en 1837 para que se diseñara el primer ferrocarril de Hispanoamérica desde La Habana a Bejucal.
Los hermanos realizaron multitud de planos para la expedición científica del Conde de Mopox a Guantánamo entre 1796 y 1802 cuyo objetivo era reconocer numerosos lugares y fundar nuevas poblaciones
Félix Ramón
Félix alcanzó el grado de teniente coronel. Luego, tras tomar parte activa en un conflicto armado contra Gran Bretaña que se prolongaría durante cinco años, fue propuesto para coronel.
En 1813 se le encomendó que cartografiase el área de crecimiento urbanístico extramuros de La Habana y que acometiese la mejora de sus defensas. En 1817 fue destinado a la rada de Mariel, trazando el mapa topográfico del lugar y de su entorno más inmediato.
En 1821 viajó a Nueva España (México) para fijar los límites fronterizos con Estados Unidos, revisión territorial que finalmente no pudo llevarse a cabo al triunfar el 27 de septiembre el movimiento de emancipación de este virreinato.
Participó en el proceso de modernización de Cuba, pues en 1829 y 1834 trazó el plano de la isla y el de su capital y realizó un estudio de un nuevo acueducto para La Habana, la Zanja Real. En 1834 solicitó a la reina Isabel II el ascenso a brigadier.
Aparte de su carrera como ingeniero militar, también tuvo una carrera política, ya que en 1825 fue nombrado gobernador político y militar interino de la ciudad de Trinidad y de las villas anejas, cargo que, según la documentación histórica desempeñó con “prudencia, juicio y acierto”. También ocupó cargos en la colonia de Jagua.
Francisco
En cuanto a Francisco, tras realizar las obras junto a su hermano mencionadas antes, continuó su carrera militar y al paso se embarcó en una carrera política que lo llevó a ser gobernador de Veracruz (México)
En Cuba disfrutó de varias promociones sucesivas hasta llegar a ser coronel del Cuerpo de Ingenieros en 1809. Se le ordenó volver a la Península y en 1816 fue ascendido a brigadier y director del Colegio de Cadetes que se iba a establecer en La Habana, por lo que retornó a Cuba en 1817. En 1818 era reclamado de nuevo en la Península. En 1820 fue ascendido a mariscal de campo.
En 1821 desembarcó en el puerto de Veracruz, siendo desde el 10 de mayo gobernador de esa plaza y capitán general interino del virreinato de Nueva España. Enseguida se produjo la declaración de independencia de México. Se mantuvo leal a España y luchó allí hasta 1825, año en que tuvo que refugiarse en La Habana. Fue recompensado con el cargo de mariscal de campo y recibió la Gran Cruz de San Hermenegildo. Regresado a España, recibió otra condecoración: la Gran Cruz de San Fernando. Pidió ser destinado a La Habana y allí falleció muchos años después.
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