El buen sentido es la cosa mejor repartida del mundo, pues cada cual piensa que posee tan buena provisión de él, que aun los más descontentos respecto a cualquier otra cosa no suelen apetecer más del que ya tienen.
Me parece que tiene razón.
No sé si el príncipe Mischkin (el personaje principal de El idiota, de Dostoyevski) tiene buen sentido o no. La gente que lo rodea más bien piensa que no. De hecho, Mischkin tiene una peligrosa tendencia a liarla parda (algo que le puede ocurrir a cualquiera que aprecie a todo el mundo… y en especial a dos mujeres sin conseguir saber a cuál de ellas más). Pero quizá no sea por falta de buen sentido, sino por exceso.
Independientemente de eso, por encima de todo Mischkin es una buena persona. Lo malo es que en este mundo esa característica puede constituir más una tara que una virtud, en vista de las consecuencias que te puede acarrear. Te puede hacer frágil. Te puede convertir en el pito del sereno. Por un lado te respetaremos como respetamos a un país neutral o a un niño inofensivo. Pero la contrapartida es que tu cuello puede convertirte en lo primero que aferre hasta la asfixia cualquier desquiciado necesitado de pagar en el prójimo alguna frustración.
En cualquier caso, recomiendo leer El idiota. Necesitamos grandes dosis de inocencia y bonhomía para purgarnos de tanto empacho de violencia en la ficción que consumimos. Somos en el mundo tantos los listos, y al mundo le va tan rematadamente mal en lo que a justicia, compasión o solidaridad se refiere, que quizá estaría bien rebajar nuestro alto nivel de sentido común y volvernos un poco idiotas, aunque sea por ver si algo cambia.
Hay una vieja edición española que me parece muy recomendable: la de Aguilar, con la inigualable traducción de Rafael Cansinos Assens.