Evidentemente, vivir cerca de un volcán activo entraña un considerable riesgo. El 6 % de la población mundial lo tiene. Muchas personas viven bajo el mismo volcán y de algún modo son conscientes de que es un enemigo terrible que normalmente no avisa. Sin embargo, no se mudan a otros sitios. ¿Por qué?
En algunos casos por razones culturales o religiosas; en otros porque están arraigadas al lugar de tal manera que ni se les ocurre irse a otro, o bien no pueden hacerlo aunque quisieran dada la penuria económica que padecen. Pero también hay gente que no se mueve de las faldas del volcán porque de diversos modos este les produce beneficios. Veamos algunos ejemplos de todas estas motivaciones a la luz de la lectura de un artículo de David Kitchen, profesor de Geología en la Universidad de Richmond, publicado en The Conversation.
Religión y cultura
Hay culturas y pueblos que consideran los volcanes como lugares de culto, rituales y tradiciones, quizá tanto porque conocen su evidente enorme poder mecánico y calorífico como porque son testigos de su capacidad de fertilizar la tierra y, por tanto, dar sustento. Por ejemplo, en Japón el monte Fuji es considerado por creencias ancestrales como lugar donde se congregan los espíritus, por lo que ha sido un lugar simbólico y sagrado de peregrinación durante siglos y así continúa ocurriendo cada verano.
Para un pueblo de Java, el monte Bromo es la morada de los dioses, y ese es el motivo de que anualmente la gente suba al volcán con productos agrícolas y ganado que allí mismo sacrifican. Al borde de la boca los peregrinos hacen cánticos y oraciones para impetrar la bendición de los todopoderosos en los que creen.
En Ecuador, muchas personas del pueblo quichua ven al volcán Tungurahua como una especie de madre impredecible que, sin embargo, puede ofrecerles apoyo y orientación.
Beneficios económicos
Los suelos volcánicos se encuentran entre los más fértiles del mundo. Contienen minerales y nutrientes esenciales como hierro, magnesio, calcio, potasio, fósforo y oligoelementos que son esenciales para el crecimiento de las plantas. También tienen un alto contenido de materia orgánica, buen balance de pH, alta porosidad y fuerte retención de agua, lo que los hace ideales para la agricultura. Además, los terrenos volcánicos a menudo crean microclimas únicos que resultan muy adecuados para cultivos de alto valor como uvas, café y plátanos.
Por otro lado, los volcanes constituyen un buen reclamo turístico. Las erupciones son espectaculares y además cuenta la emoción de la proximidad. Hay efectos sorprendentes asociados a los volcanes como los rayos volcánicos o el llamado fuego azul. Incluso sin erupción, los paisajes volcánicos suelen ser impresionantes. Todo esto lo saben bien los habitantes de sitios como el Parque Nacional Bromo Tengger Semeru en Java, las cercanías del Monte Kilauea en Hawái o las del Monte Etna en la isla de Sicilia, que ven impulsadas sus economías locales gracias a la afluencia de turistas.
Los paisajes volcánicos también pueden ofrecer importantes recursos minerales como oro, plata, amatista y otros. Por ejemplo, el rico paisaje volcánico de los alrededores de El Misti, en el sur de Perú, es valorado por su cobre y otros metales que se pueden extraer a escala industrial.
En Java, los mineros aún excavan depósitos de azufre de color amarillo brillante en el cráter del volcán activo Kawah Ijen utilizando herramientas manuales. Luego transportan los pesados bloques por las empinadas paredes del volcán hasta su borde. Es un trabajo durísimo, alienante, mal pagado y que perjudica gravemente su salud e incluso pone continuamente en riesgo sus vidas, pero las personas que se dedican a esta tarea no tienen otros medios de subsistencia.
En otro orden, los volcanes pueden ser una importante fuente de energía geotérmica, ya que en las regiones volcánicas el flujo de calor a través de la capa límite entre el manto caliente y la hidrosfera es muy grande y puede aprovecharse eficazmente mediante la perforación. De hecho, alrededor del 85 % de los hogares de Islandia se calientan con agua geotérmica.
Atrapados bajo el volcán
Pero, como se dijo anteriormente, no todos los que viven en las laderas o al pie de un volcán lo hacen por elección. Al contrario, la pobreza puede encadenarlos al lugar. Así, en el Monte Merapi, en Indonesia, y el Monte Mayón, en Filipinas, que son dos de los volcanes más activos del mundo, los agricultores de subsistencia viven y trabajan sobre el volcán y pueden estar respirando durante largos periodos peligrosos gases volcánicos. Debido a que estas personas viven tan cerca de los lugares de erupción, una evacuación suficientemente rápida es poco factible, lo que hace que estas comunidades sean particularmente vulnerables. En 2010, 250 personas murieron a causa de las abrasadoras nubes de gas durante una erupción del Monte Merapi. A pesar de la tragedia, muchas personas que sobrevivieron se quedaron porque dejar sus cultivos significaría la ruina.
Por eso, la aportación que podría hacer la ciencia es clara: mejorar la predicción de las erupciones y preparar estrategias para evitar o paliar sus consecuencias. De ese modo se protegería a quienes no pueden desvincularse del volcán bajo el cual han visto por primera vez la luz.