A mis amigos dogones.
A Muosa con su sempiterna sonrisa y familia,
Yamber, Issac y sus magníficas pinturas;
a Mamadou que apareció un día con un puñado de cervezas frescas;
a León, el cazador de Benigmato.
Y a todos los que me acogieron como a uno de su clan, gracias.
Manuel Vilches Benítez (texto y fotos) »
Al suroeste de Malí, en plena falla de Bandiagara, se asienta uno de los pueblos míticos de África, el pueblo Dogón.
No fue hasta 1930 cuando las sociedades europeas tuvieron información sobre este pueblo anclado en la edad de hierro, y el encargado fue el antropólogo francés Marcel Griaule, quien después de convivir durante veinticinco años con ellos, recopiló información sobre su historia, costumbres y cosmología.

Los dogones llegaron a la falla huyendo del avance del Islam sobre el siglo XIV, aunque está documentado que la falla está habitada desde alrededor del año 3000 a.C. por “pequeños hombres rojos” pigmeos, conocidos como Tellen, que vivían en el acantilado de la falla y es en este mismo lugar donde se asentará el pueblo Dogón.

De los Tellen tomaron las formas de construcción en el acantilado y oquedades de la falla y estas construcciones son aún visibles en poblados como Telí, Banani, Tireli o Ireli entre otros. Poblados habitados primero por los pigmeos y posteriormente por los dogones.

Aún hoy no se sabe con certeza cuándo y por qué razón abandonaron los Tellen la falla de Bandiagara, aunque lo más probable es que la desforestación llevada a cabo por los dogones para obtener tierras de cultivo provocara un cambio radical en el modo de vida Tellen.
La vida del pueblo Dogón transcurre entre la herrería y la agricultura, aunque su fama les ha llegado por sus antiguos conocimientos en cosmogonía, sus celebraciones, rituales y la mítica belleza de sus esculturas en madera tallada.

Pueblo de creencias animistas, dan una especial importancia a la Tierra –de ella brota la vida, los alimentos y es morada del cuerpo después de la muerte–, el Agua –fecundará la tierra– y el Sol –con el calor de sus rayos hace brotar y madurar las cosechas–.

La cosmogonía Dogón es antiquísima, así como su simbología, y son numerosas las celebraciones y acontecimientos en sus vidas, siendo el más importante el ritual de “Siguí”, celebración que tiene lugar cada sesenta años coincidiendo con una determinada posición de la estrella Sirio. La última tuvo lugar en el año 2027; en esta fiesta se trasmite a los jóvenes la lengua secreta “siguí so”, en poder de la sociedad de las máscaras.
Cada doce años tiene lugar la celebración de “fiesta del dama”; en ella se hace posible que los muertos puedan partir en paz y unirse a sus antepasados, ya que el culto a los muertos es un elemento esencial en la forma de entender la vida los dogones.

Una vez que la presión del Islam fue cediendo, los dogones bajaron a la llanura de Gondo y edificaron sus actuales poblados; se dedican a la agricultura, la siembra de cebolla y mijo, siendo este último el alimento básico en su dieta.

Aún hoy conservan su forma de vida tradicional, su artesanía, sus ritos y la construcción tan peculiar, siendo esta una de las imágenes más típicas de sus poblados. Llaman la atención los graneros, construidos con adobe, su techo cónico de caña de mijo y sus puertas talladas con sus originales cerraduras. Una de las peculiaridades de estas construcciones es que se edifica un granero para el hombre y otro para las mujeres; estos últimos llevan cuatro departamentos en su interior, son verdaderas joyas de la arquitectura dogón.

Atrae también la atención del viajero la construcción de las Toguná o “casas de la palabra”, lugares donde debatir los problemas que puedan surgir entre los aldeanos.
Esta construcción de 1,20 m de altura se sostiene sobre ocho columnas de madera tallada con un techo formado por varias capas de caña de mijo; en su interior solo se puede estar sentado, así se evita que en un momento de la discusión alguien pueda levantarse y adoptar una postura amenazante.

Aunque ya nadie habita en las oquedades de la falla, aún se sigue alojando en ella a los difuntos y es el hogar del Hogón, padre espiritual del poblado; es también donde se llevan a cabo diversos ritos y sacrificios ceremoniales, siendo algunos de estos lugares tabú para los extranjeros. Después de varias visitas al País Dogón he tenido la oportunidad de ver y fotografiar algunos de ellos.

El paisaje es un fascinante compendio de ecosistemas y se puede dividir en tres zonas fundamentales y perfectamente delimitadas: la planicie, el acantilado y la llanura de Gondo.
La falla de Bandiagara se extiende sobre 250 km y sobre ella y en su llanura se levantan poblados que hoy día luchan por preservar una forma de vida heredada de sus antepasados; todos ellos conforman lo que aún hoy conocemos como País Dogón.
Están resistiendo cada vez con menos fuerza al avance moderno del Islam; ya en sus poblados podemos divisar las torres de sus pequeñas mezquitas y es difícil luchar a contracorriente en un país donde la pobreza y la dureza del clima es cada vez más insoportable.

He recorrido el País Dogón de punta a punta; he dormido sobre sus tejados; jugado al futbol con sus niños; he acompañado en sus caminatas a mujeres que trabajaban en el campo o muy temprano majaban el mijo a golpe de pesados mazos sobre los morteros; he bebido cerveza de mijo y comido el tock con sus aldeanos; he sido acogido en sus casas como uno de ellos; he visto un millón de estrellas sobre las hermosas ramas de los baobabs… Me he sentido un viajero y nunca un extraño.

Todo aquel que pise estas tierras debe de tener en cuenta que hay una historia oculta; el respeto a esta comunidad es la única forma de preservar la autenticidad de la vida de los dogones.

