En las junglas de asfalto donde los árboles son por postes y los ríos avenidas, algunas aves han aprendido no solo a sobrevivir, sino también a adaptarse con ingenio. Es el caso de un joven gavilán o azor de Cooper (Accipiter cooperii) que fue observado utilizando semáforos y señales peatonales para mejorar sus probabilidades de cazar en un cruce suburbano en Nueva Jersey, EE.UU. El hallazgo, documentado por el investigador Vladimir Dinets y publicado en la revista Frontiers in Ethology, representa una notable muestra de comportamiento adaptativo en un entorno profundamente modificado por el ser humano.
La escena se desarrollaba durante las frías mañanas de invierno en West Orange, un suburbio donde el tráfico matutino forma largas filas de autos frente a una intersección. Allí, cerca de una casa donde los vecinos solían dejar migas de pan, se reunían gorriones, estorninos y tórtolas. Para un gavilán con hambre, este era un buffet al aire libre. Pero lanzarse al ataque en medio de un ambiente tan expuesto sería arriesgado… a menos que supiera exactamente cuándo hacerlo.
Durante 18 días de observación entre semana, Dinets documentó seis ataques perfectamente sincronizados con una señal sonora: el pitido de los semáforos. Esta señal, que indica que los peatones tienen luz verde para cruzar, también supone semáforo en rojo para los coches durante 30 a 90 segundos, lo que permite que se forme una larga fila de coches que permite al gavilán no ser visto por sus desprevenidas presas mientras se acerca a ellas.

Cada vez, el gavilán esperaba en el mismo punto —una rama cerca de la casa #1— y descendía volando a ras del suelo, pegado al costado sur de la calle. Con la fila de coches como escudo visual, el ave se desplazaba sin ser vista por sus presas. Al llegar al final del convoy, giraba bruscamente para cruzar la calle entre los parachoques, sorprendiendo a los pájaros que picoteaban las migas frente a la casa #2. En dos ocasiones, el ataque tuvo éxito: una tórtola y un gorrión acabaron en sus garras.
Este comportamiento, según los análisis estadísticos del estudio, es extremadamente improbable que haya sido fruto del azar. Además, nunca se observaron intentos de caza durante los fines de semana, cuando el tráfico era escaso.
Aunque gavilanes y otras aves rapaces urbanas ya han demostrado estrategias sorprendentes —como usar edificios para emboscar presas o aprovechar el resplandor de luces artificiales—, esta es la primera vez que se documenta en gavilanes de Cooper una asociación tan precisa entre señales auditivas humanas y comportamiento depredador.
Lo más fascinante no es solo la acción, sino lo que implica: una capacidad cognitiva avanzada. Para lograr esta táctica, el gavilán necesitó formar un mapa mental del área, reconocer patrones de tráfico y asociar un sonido artificial con una oportunidad de caza. Se trata de un ejemplo claro de lo que algunos expertos llaman “inteligencia ecológica”: la habilidad de usar información ambiental compleja para resolver problemas prácticos.
Para Dinets, este tipo de comportamiento no se desarrolla de la noche a la mañana como simple respuesta a la urbanización. Más bien, sugiere que estas capacidades ya estaban presentes en el repertorio mental del gavilán, permitiéndole adaptarse rápidamente a nuevos escenarios, por muy artificiales que parezcan.
Este joven gavilán de Cooper no solo cazaba: leía la ciudad. Y en cada cruce peatonal, escuchaba con atención la sinfonía urbana que otros ignoran, convirtiendo un semáforo y un bip en las claves de una emboscada perfecta.

