viernes, 19 diciembre 2025

Claves de los 117 años de Maria Branyas: genética afortunada y microbioma joven

La longevidad extrema siempre ha fascinado a la ciencia, y pocos casos resultan tan reveladores como el de la española Maria Branyas Morera, quien falleció en agosto de 2024 a los 117 años. Reconocida como la persona más longeva del mundo en su último año de vida, su historia no solo cautivó a la opinión pública, sino también a un grupo de investigadores que buscaban descifrar los misterios del envejecimiento humano.

Un equipo liderado por Manel Esteller, médico y genetista de la Universidad de Barcelona, analizó a fondo su biología. Para ello, recogieron muestras de sangre, saliva, orina y microbiota intestinal de Maria, con el fin de compararlas con las de otras mujeres de diferentes edades de la misma región. El objetivo era diferenciar los cambios moleculares propios de la edad de aquellos que reflejan enfermedad.

Uno de los hallazgos más llamativos fue el estudio de sus telómeros, esas secuencias de ADN que protegen los extremos de los cromosomas. En Branyas eran muy cortos, como cabría esperar en alguien tan mayor. Sin embargo, ella no presentaba enfermedades graves asociadas a este fenómeno, lo que indica que la pérdida de telómeros no siempre se traduce en patología, sino que forma parte natural del paso del tiempo.

En su genoma también se descubrieron variantes que ofrecían cierta protección frente a enfermedades cardiovasculares, deterioro cognitivo y diabetes, mientras que no aparecían genes de riesgo ligados a dolencias como el Alzhéimer. Además, poseía variantes relacionadas con una mayor longevidad en distintas especies, desde gusanos hasta perros. Como señaló Esteller, “fue afortunada en la lotería genética”.

Pero su longevidad no dependió solo de la herencia. Sus análisis clínicos revelaban niveles bajos de colesterol “malo” y altos de colesterol “bueno”, junto con una inflamación muy reducida y un sistema inmunitario robusto. De hecho, a los 113 años superó la COVID-19, convirtiéndose en la persona más anciana de España en sobrevivir a la enfermedad.

Los investigadores creen que parte de esta fortaleza se debía a su microbioma intestinal, sorprendentemente parecido al de una persona mucho más joven. Destacaba la abundancia de Bifidobacterium, bacterias beneficiosas que probablemente se vieron reforzadas por su dieta. No en vano, Branyas tomaba tres yogures al día, un hábito sencillo que podría haber influido en su equilibrio microbiano.

A esta rutina se sumaban otros factores de estilo de vida: una dieta mediterránea, rica en frutas, verduras, pescado y aceite de oliva, y la práctica de ejercicio regular. Todo ello configuraba un escenario en el que la genética favorable se combinaba con elecciones cotidianas saludables.

La conclusión de los investigadores es clara: la longevidad depende tanto de las cartas que reparte la biología como de cómo se juegan. En palabras de Esteller, “nuestros genes son las cartas de una partida de póker, pero cómo las jugamos es lo que realmente importa”.

El caso de Maria Branyas, humilde y cooperativa hasta el final —“mi único mérito es estar viva”, solía decir—, no solo quedará en los registros como un ejemplo de longevidad extraordinaria. También aporta claves valiosas para entender cómo genética, microbioma y estilo de vida interactúan en la construcción de una vida larga y saludable.

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