viernes, 19 diciembre 2025

Los archivos arrojan luz sobre el asesinato medieval de un clérigo por una dama humillada

Una tarde de mayo de 1337, mientras los fieles salían de la catedral de San Pablo, en Londres, el sacerdote John Forde fue asesinado en plena calle. Le cortaron el cuello con una daga de treinta centímetros y luego lo apuñalaron en el vientre. El ataque fue rápido y brutal, pero también público, calculado. No era un crimen cualquiera, sino un ajuste de cuentas entre las más altas esferas del poder medieval.

Siete siglos después, un criminólogo de la Universidad de Cambridge, ha reconstruido este asesinato gracias a los registros del proyecto Mapas de Asesinatos Medievales, que cataloga muertes violentas ocurridas en la Inglaterra del siglo XIV. Lo que ha revelado el caso de John Forde es una historia de sexo, traición, humillación pública y venganza, protagonizada por una figura sorprendente: Ela Fitzpayne, una noble que no perdonó ni olvidó.

La amante del sacerdote

Ela Fitzpayne era una dama poderosa, casada con Sir Robert Fitzpayne, señor de Stogursey y barón con asiento en el primer Parlamento inglés. Pero su vida privada se alejaba de las normas morales de la época. En 1332, el arzobispo de Canterbury envió una carta al obispo de Winchester denunciando que Ela había mantenido relaciones sexuales con caballeros casados, solteros… y con un sacerdote: John Forde.

La reacción fue fulminante. La Iglesia impuso a Ela una penitencia pública: debía caminar descalza por la Catedral de Salisbury —la más larga de Inglaterra— con una vela de cuatro libras, repitiendo el ritual cada otoño durante siete años. También se le prohibió vestir oro, perlas o piedras preciosas. Ela se negó, fue excomulgada y huyó a Rotherhithe.

Solo un nombre aparecía en esas cartas como amante confirmado: John Forde. Y ese detalle ha hecho pensar que él mismo pudo haber delatado a Ela, quizás para salvar su posición dentro del clero.

De aliados a enemigos

La historia entre Ela y Forde venía de más atrás. Una década antes, ambos habían conspirado juntos —junto al esposo de Ela— para liderar una banda que asaltó un priorato benedictino. Saquearon edificios, talaron árboles, robaron piedras de cantera y se llevaron ganado: más de 200 ovejas, 30 cerdos y 18 bueyes. El priorato, además, dependía de una abadía francesa, y en aquel entonces Inglaterra y Francia se preparaban para la guerra. Era un acto de pillaje con trasfondo político.

John Forde era por entonces el rector de la iglesia de Okeford Fitzpaine, en Dorset, una parroquia que estaba en tierras de la familia Fitzpayne. Todo sugiere que la familia le había dado el cargo, y que Forde era uno de los suyos. Hasta que dejó de serlo.

Tras la redada y las acusaciones, Forde pareció alinearse con el arzobispo. La humillación pública que sufrió Ela —sin que Forde recibiera castigo alguno— habría sido el punto de quiebre.

El crimen y la impunidad

Cinco años después de la carta del arzobispo, el crimen se consumó. Era el 3 de mayo de 1337. Forde caminaba por Cheapside, el corazón bullicioso de Londres medieval, lleno de mercados y tabernas. Un sacerdote conocido, Hasculph Neville, lo distrajo con una conversación. Entonces aparecieron cuatro hombres: Hugh Lovell —hermano de Ela—, Hugh Colne y John Strong —antiguos sirvientes suyos—, y un cuarto cómplice. Lo degollaron y lo apuñalaron sin piedad.

El caso fue atendido por un jurado inusualmente numeroso: 33 hombres, el más grande registrado por el proyecto. Incluía testigos y vecinos, como un sombrerero y un fabricante de rosarios. Todos identificaron a los asesinos. Pero ninguno fue detenido, y se alegó que “nadie sabía dónde estaban” ni tenían bienes que confiscar. Salvo uno: Colne, el ex sirviente, que fue capturado cinco años después y encerrado en la prisión de Newgate. Ningún otro acusado pagó por el crimen.

Un asesinato con mensaje

Lo más llamativo del caso es el contexto y el lugar del asesinato. Westcheap era una zona de Londres asociada al comercio, al entretenimiento… y a la violencia. Allí se ubicaban tabernas, gremios poderosos y rituales públicos de justicia, como la picota o el cepo. No es casualidad que Forde muriera allí, a la vista de todos, cerca de la Catedral, al atardecer de un viernes. Fue una ejecución simbólica, una advertencia.


Más información: Spatial Dynamics of Homicide in Medieval English Cities: The Medieval Murder Map Project, Criminal Law Forum (2025). DOI: 10.1007/s10609-025-09512-7

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