
A finales de 1896, el reverendo Prescott Ford Jernegan, pastor de una iglesia baptista en Middletown (Connecticut, Estados Unidos) acudió al joyero Arthur Ryan para hacerle una interesante propuesta. Jernegan afirmó haber inventado un método de extracción de oro a partir de agua marina y a bajo costo según una técnica que le había sido revelada en una visión celestial. El reverendo pidió a Ryan que probara su invención y si le convencía fundaran ambos una empresa para beneficiarse del descubrimiento.
Jernegan llamó a su dispositivo “acumulador de oro”. Consistía en una caja de madera con agujeros para permitir el paso libre de agua. Dentro de la caja había un recipiente con mercurio mezclado con un componente secreto. Por el mercurio se hacía pasar una corriente eléctrica mediante un cable conectado a una pequeña batería. El artilugio habría que dejarlo bajo el agua toda la noche y según el descubridor por la mañana aparecería oro.
Ryan aceptó probar invención. Y Jernegan, para garantizar que no había truco, no quiso estar presente. Simplemente entregó el dispositivo a Ryan y le dijo cómo usarlo.
Por aquella época se sabía que el agua del mar contenía oro en pequeñas concentraciones. Lo había descubierto el químico británico Edward Sonstadt en 1872 y lo confirmó más tarde el químico australiano Archibald Liversidge, que estimó su valor total en 48 billones de dólares en todos los mares y océanos del planeta. Pero se creía que su extracción sería difícil y muy costosa. En otras palabras, no rentable. Sin embargo, Jernegan aseguraba que había encontrado una solución a este problema.
La Compañía Electrolítica de Sales Marinas
El joyero Ryan realizó la prueba del acumulador de oro de Jernegan en febrero de 1897 en un muelle de Providence (Rhode Island). Él y varios colegas sumergieron el artilugio en el agua y esperaron toda la noche. Cuando izaron el acumulador encontraron en él brillantes pepitas de oro.
El oro obtenido lo valoraron en 4,5 dólares (unos 100 dólares actuales). No es que fuera mucho, pero multiplicada esa cantidad por 1000, que era el número de acumuladores que Jernegan dijo que sería posible construir en un año, se obtenía una bonita suma, sobre todo considerando que las máquinas estarían funcionando día y noche con un coste de funcionamiento insignificante. Así que inmediatamente se vio el potencial de la invención.
Jernegan, Ryan y otros inversores fundaron la Compañía Electrolítica de Sales Marinas ese mismo año. Su primera fábrica de acumuladores de oro la instalaron en Lubec (Maine), sitio escogido por su ubicación aislada y porque las diferencias entre las pleamares y las bajamares eran considerables, lo que se suponía que aumentaría el rendimiento de la operación fisicoquímica. Además, abrieron una oficina comercial en Boston.
En pocos meses, varios acumuladores estaban produciendo 145 dólares de oro por día. Para recaudar fondos para la expansión de la compañía, la junta directiva decidió ofrecer acciones en el mercado. La acción salió a un precio de 33 dólares y en pocas semanas valía 150.
Todo parecía ir bien. La compañía estaba haciendo planes para aumentar el número de acumuladores. Los inversores estaban contando sus ganancias. Pero de pronto, en julio de 1898, Jernegan desapareció.
Se supo que había huido a Europa con nombre falso. También había levantado el vuelo un asistente misterioso que siempre lo acompañaba, aunque siempre manteniéndose en un discreto segundo plano. Su nombre era Charles Fisher.
Tan pronto como Jernegan y Fisher se marcharon, los acumuladores de oro dejaron sorprendentemente de funcionar. No subió más oro de las profundidades del océano. Los inversores de la compañía pronto se dieron cuenta de que el “componente secreto” que permitía la obtención del oro era nada más y nada menos que Fisher.
Este era un excelente buzo. En las pruebas iniciales, cuando había testigos, simplemente se sumergía y colocaba pepitas de oro bajo el “acumulador”. Después lo compró en lingotes en Boston y los transportó hasta Lubec para presentarlo a los inversores como el fruto semanal de la máquina.
Fisher y Jernegan se llevaron unos 200.000 dólares. Nunca fueron capturados. Pero Jernegan llegó a reembolsar 75.000 dólares del dinero que había robado, lo que hizo pensar que el verdadero cerebro y ejecutor del timo era Fisher. Lo último que se supo de Jernegan era que se había trasladado a Filipinas, donde trabajaba como maestro de escuela.
Fuente: hoaxes.org