En su libro Air-Borne: The Hidden History of the Life We Breathe, el renombrado divulgador científico Carl Zimmer explora la historia de las enfermedades transmitidas por el aire y los obstáculos que han impedido su reconocimiento a lo largo de los siglos. El libro examina cómo la pandemia de COVID-19 reavivó un debate centenario sobre la transmisión aérea de patógenos y por qué se tardó más de un año en confirmar que el SARS-CoV-2 podía propagarse por aerosoles.
Zimmer traza los orígenes del concepto de transmisión aérea hasta la Antigua Grecia, cuando Hipócrates propuso la teoría del miasma: la idea de que las enfermedades eran causadas por una “corrupción invisible del aire”. Esta creencia persistió durante siglos y fue erróneamente culpada de epidemias como la peste.
En el siglo XVI, Girolamo Fracastoro planteó la hipótesis de que enfermedades infecciosas se transmitían por diminutas partículas invisibles. Sin embargo, la disputa entre los contagionistas (que apoyaban esta idea) y los miasmatistas continuó hasta finales del siglo XIX, cuando Robert Koch demostró que los microbios eran la causa de enfermedades como el ántrax, invalidando la teoría del miasma.
Virus de la polio
El concepto moderno de transmisión aérea tomó forma en la década de 1930 gracias a Mildred Wells, quien descubrió que el virus de la polio podía viajar por el aire. Su esposo, William Wells, amplió su trabajo y demostró que los estornudos liberaban bacterias que podían permanecer en suspensión en espacios cerrados. Los Wells introdujeron la teoría de que las enfermedades no solo se propagaban mediante gotas grandes que caían rápidamente, sino también a través de microgotas o aerosoles, que podían viajar grandes distancias y permanecer en el aire durante largos periodos.
A pesar de la importancia de estos hallazgos, la comunidad médica desestimó el trabajo de los Wells, en parte por el temor de revivir la desacreditada teoría del miasma y por la personalidad difícil de la pareja. Durante décadas, la idea de la transmisión aérea fue ignorada por los científicos, a pesar de que los fitopatólogos ya sabían que hongos podían propagarse por el viento a cientos de kilómetros. No fue sino hasta los años 80 que enfermedades como el sarampión fueron reconocidas como transmitidas por el aire.
Zimmer argumenta que esta lenta aceptación fue resultado de la fragmentación del conocimiento científico y del sesgo de los investigadores, quienes se enfocaban en la transmisión por contacto directo o superficies contaminadas. Además, sugiere que la participación de aerobiólogos en la investigación de armas biológicas durante la Guerra Fría contribuyó a la falta de estudios en el área, ya que estos trabajos fueron clasificados y el interés por la transmisión aérea disminuyó.
COVID-19
La pandemia de COVID-19 ha cambiado esta percepción, llevando a que la transmisión aérea se reconozca como un factor clave en la propagación de enfermedades respiratorias. Zimmer concluye destacando la necesidad de mejorar la ventilación, filtración y el uso de mascarillas para reducir la transmisión. Air-Borne es un relato fascinante sobre la evolución de este campo interdisciplinario, accesible para el público general pero con suficiente profundidad para captar la atención de los especialistas.

