Alejandro Pardo Castro »
Para muchos la palabra serendipia no solo resulta desconocida, sino que también les sonará extraña. Este término acuñado en el s. XVIII es un neologismo traducido que deriva de la palabra inglesa serendipity, que podría ser traducido de forma correcta a nuestro idioma por “descubrimiento inesperado”. Una serendipia hace referencia precisamente eso mismo, un hallazgo científico que se descubre de manera fortuita cuando se busca algo diferente. En la historia de la ciencia ningún gran investigador o académico ha quedado al margen de este fortuito fenómeno. Desde Alexander Fleming y su descubrimiento de la penicilina, hasta el famoso eureka de Arquímedes, la casualidad ha estado siempre ligada con la ciencia.
La suerte también ha estado presente en algunos hallazgos que desentrañan los misterios del funcionamiento más elemental de nuestro organismo. Concretamente con una reacción tan elemental que está presente en innumerables organismos vivos.

La glucólisis, que literalmente significa “destrucción del azúcar” es una palabra de origen griego que se refiere a una serie de diez reacciones químicas en las cuales se oxida la glucosa para obtener energía. La glucosa es un monosacárido con fórmula molecular C6H12O6. Se trata de una hexosa, por lo que posee seis átomos de carbono, con un grupo aldehído en uno de sus extremos. En un medio acuoso la glucosa se encuentra en forma de anillo y en nuestra sangre está presente en forma de su anillo alfa:
La glucosa es tan importante porque gracias a la glucólisis obtenemos una importante cantidad de energía que nuestras células necesitan para funcionar y obtener ATP, adenosín trifosfato, un nucleótido que funciona como moneda energética principal de nuestro organismo. Mediante la glucólisis obtenemos ATP y otras moléculas como el NADH o el piruvato, que sirven en otros procesos bioquímicos para la obtención de energía u otras funciones. Esta molécula está presente en muchas plantas, como la caña de azúcar, que la sintetizan gracias a la fotosíntesis a partir de dióxido de carbono, agua y luz solar.
El descubrimiento de la glucólisis comenzó de forma fortuita a finales del s. XIX, cuando los hermanos Buchner, Hans y Edward, investigaban técnicas que permitieran manufacturar extractos de levadura de panadería con fines comerciales y medicinales. Por aquella época se empleaba un disacárido denominado sacarosa, constituido por la unión de una molécula de glucosa y otra de fructosa como conservante alimenticio. Debido a esto, añadieron la sacarosa a uno de sus extractos alimenticios. La sorpresa fue que en lugar de conservar los extractos de levadura la sacarosa fermentaba por la acción de la levadura obteniendo alcohol como subproducto. Este fenómeno demostró que se podían reproducir formas del metabolismo celular en ambientes ajenos a las células vivas y orientó el estudio de la glucólisis. A partir de aquí se produjeron numerosas investigaciones para determinar cómo se procesaba el azúcar en el organismo y qué estaba sucediendo en esa fermentación.
Años más tarde, el descubrimiento de esta cadena de reacciones químicas esenciales para la vida, concluiría con la identificación de muchos de los pasos que constituyen la glucólisis en una vía catabólica conocida como la vía Meyervhof-Embden. Este nombre es en honor a sus descubridores Gustav Embden y Otto Meyerhof, quienes alcanzaron este logro en 1929. Un descubrimiento de varias décadas que se inició por una casualidad.